Gerardo Yong

Dicen que el sueño de todo hombre trabajador es no trabajar. Esta afirmación parece ser la explicación más cercana a los motivos por los que surgió la tecnología: para hacer el trabajo menos difícil y permitir un mayor tiempo de descanso al hombre. Prometeo, al entregar el fuego que robó del Olimpo a los hombres, estaba quitando a seres muy poderosos, un recurso que permitía consolidar su poder sobre el universo. Debido a esta osada acción, la humanidad logró, según la mitología griega, el poder de la transformación mediante el uso y desarrollo de artefactos que podrían simplificar el trabajo del hombre. ¿Cuál fue el premio para Prometeo? Ser encadenado a una roca y sometido a un funesto tormento: una águila le devoraba el hígado todos los días.

 

Jesús, la misión divina

 

La llegada de Jesús, un suceso real, no dista mucho de la imaginación que nos presenta la mitología. Jesús llegó a la Tierra, en calidad de un hombre con una misión divina: salvar a la humanidad; una humanidad que ya estaba perdida en el oprobio, el pecado y el orgullo. A diferencia de Prometo, Jesús realizó una labor plena entre los hombres y se sacrificó por ellos, a sabiendas de lo duro que sería padecer la tortura, vejaciones y humillaciones a las que fue expuesto por la soberbia política de los gobernantes de su tiempo.

Si Prometeo trajo a la humanidad la tecnología, Jesús nos trajo el derecho básico de la vida: la salvación.

 

La tecnología, armas de dos filos

 

Durante su mensaje previo a la Semana Santa, el Papa Benedicto XVI destacó que la tecnología se ha edificado como un ídolo para quienes ven en sus productos una satisfacción personal inmediata. Dio a entender que los adelantos tecnológicos si bien han ayudado a resolver algunos problemas de la humanidad, también han causado muchos más.

“La humanidad ha logrado tantas cosas: podemos volar, podemos ver y hablar con otros que están en los lugares más lejanos del planeta. Y aún así la fuerza de gravedad que nos jala hacia abajo es fuerte”, precisó.

El mensaje parece comparar a los fríos dioses olímpicos en los países desarrollados, que son los que tienen tecnología (el fuego prometeico), misma que es fríamente vigilada para que ninguna nación pobre pueda acceder a ella sin pedirla o pagarla. Hoy vemos cómo el control tecnológico escapa a las manos del hombre. En estos momentos Japón, un país identificado con los avances tecnológicos, está sufriendo una catástrofe nuclear, sesenta y seis años después de haber sido usado como polígono de armas nucleares de otra nación con poderío tecnológico: Estados Unidos.

 

El don de la Salvación

 

Prometeo se reveló a los dioses olímpicos para dar un don a los hombres y con ello atrajo su ira, mientras que Jesús se entregó a sí mismo como regalo de Dios a la humanidad con una obediencia plena a la voluntad del Supremo.

La Biblia, lo menciona con este pasaje: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”.

Jesús es el regalo de Dios. Es el amor que se convirtió en carne para sufrir los pecados, la ruina de los hombres; su decadencia y, con ello, los rescató para el bien, para que decidan por sí mismos qué camino quieren seguir. Jesús es la fuerza que buscan quienes quieren superar la perdición del mal.