René Anaya

No se ve ni se siente, pero la radiación ultravioleta penetra sigilosamente en el organismo humano, tanto en días soleados como nublados, y puede repercutir desfavorablemente en la salud del ser humano. Algunos de sus efectos se aprecian de inmediato, como quemaduras solares; otros, por el contrario, aparecen a lo largo de los años, porque sus efectos son acumulativos.

No son una invención reciente de quienes buscan alarmarnos, sino una amenaza que cada vez se vuelve más peligrosa tanto por la destrucción del agujero de ozono en la estratosfera, como por la moda de utilizar camas de bronceado para adquirir un tono de piel que —se supone— es sinónimo de salud, aunque en realidad sea perjudicial para la salud.

Los rayos ultravioleta

Aunque la mayoría de las radiaciones ultravioleta provienen del Sol, su descubrimiento se realizó a principios del siglo XIX, gracias a los trabajos del físico alemán Johan Wilhelm Ritter, quien en 1801 observó el oscurecimiento de las sales de plata por el efecto de unos rayos invisibles, que se emitían detrás del extremo del espectro visible. Como tenían un efecto desoxidante, los llamó así; posteriormente se les denominó rayos químicos y, un siglo después de su descubrimiento, se les dio el nombre actual de rayos ultravioleta, porque su rango empieza desde las longitudes más corta de lo que identificamos como el color violeta.

Su longitud de onda va de los 400 nanómetros (nm) a los 10 nm (un nanómetro es igual a la millonésima parte del metro), pero la radiación que emite el sol se clasifica en tres tipos, según su comportamiento en la atmósfera: la radiación solar ultravioleta tipo A (UV-A), de 320 a 400 nm alcanza totalmente la superficie terrestre; la UV-B, de 280 nm a 320 nm, es bloqueada por el ozono y el oxígeno casi en su totalidad, 90 por ciento; por último, la UV-C , de 100 a 280 nm, es retenida en la región externa de la atmósfera.

Por tanto, los rayos UV-A son los más importantes para el ser humano, ya que pueden ser benéficos y perjudiciales. Los beneficios de los rayos solares ya se conocían desde tiempos antiguos, cuando se recomendaban baños de sol.

Actualmente se sabe que una breve exposición al sol puede ser benéfica, ya que mejora la respuesta muscular, mejora la resistencia en pruebas de tolerancia, disminuye la presión sanguínea, incrementa la respuesta inmunitaria, reduce la incidencia de infecciones respiratorias, baja el colesterol de la sangre, incrementa la hemoglobina en los glóbulos rojos, mejora la capacidad de trabajo cardiovascular, estimula las terminaciones nerviosas, mejora la respiración, en especial entre los asmáticos, y promueve la síntesis de vitamina D, esencial para la calcificación de los huesos, según refiere un documento del Sistema de Monitoreo Atmosférico de la Ciudad de México.

Cómo evitar daños por UV-A

Por el contrario, la exposición prolongada o intensa a los rayos solares y a las radiaciones ultravioleta de las camas bronceadoras puede causar graves problemas, como quemaduras, pecas, pigmentación parda difusa, cáncer y envejecimiento de la piel, cataratas, disminución de las defensas inmunitarias, que pueden aumentar el riesgo de infecciones virales, bacterianas, por parásitos y por hongos. Asimismo, puede reducirse la eficacia de las vacunas.

La única manera de prevenir los efectos perjudiciales de la radiación ultravioleta es evitar la exposición directa a los rayos solares, principalmente entre las 11:00 y las 15:00 horas, cuando la radiación es mayor. Si no es posible permanecer en lugares techados o en la sombra, se debe utilizar camisas de manga larga y sombreros que protejan cara y cuello.

Los ojos se deben proteger con anteojos oscuros que filtren los rayos UV, pues no todos los lentes oscuros lo hacen. La cara y partes descubiertas del cuerpo, como las manos, deben cubrirse con una crema con factor de protección solar (SPF, por sus siglas en inglés) de 15 como mínimo para adultos y de 20 para niños.

El uso de la crema protectora no implica que sea posible exponerse por tiempo prolongado al sol, pues tan sólo protege durante cierto tiempo. Así que ni en la calle ni en la playa se debe prolongar el tiempo de exposición al sol. En la Ciudad de México se debe tener tanto o más cuidado que en los centros vacacionales, ya que la radiación UV aumenta cuatro por ciento por cada 300 metros de incremento de la altitud. Por tanto, en los periodos vacacionales tampoco es recomendable transitar por el Centro Histórico del Distrito Federal sin protección, pues estamos a 2 240 metros sobre el nivel del mar.

En la medida en que se adquiera una cultura de protección a los rayos ultravioleta, se podrá disfrutar mejor de las vacaciones y de los beneficios de exponerse brevemente al sol.

 

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