Juan Antonio Rosado
En 1911, Alfonso Reyes (1889-1959), miembro del célebre Ateneo de la Juventud, y quien había ya publicado sonetos y reseñas, entrega a la luz pública su primer libro: Cuestiones estéticas, donde desfila una serie de ensayos caracterizados por su rigor, erudición y profunda penetración en el alma de los temas y autores que trata.
Su primera parte fue modestamente titulada “Opiniones”. Allí el autor se apropia, analiza e interpreta ciertos aspectos del antiguo teatro ateniense (desde el problema de la catarsis hasta la figura de Electra) para luego discurrir sobre aspectos de la novela y abordar a un clásico español del siglo xv; visita después a Góngora, luego a Goethe, a Mallarmé y finaliza con Augusto de Armas. La sola enumeración de estos nombres ya nos es familiar a quienes conocemos otras obras del neolonés, ya que posteriormente este autor desarrollará in extenso las cuestiones literarias griegas en distintos volúmenes, así como abarcará con mucho mayor profundidad a Góngora, a Goethe y a Mallarmé, escritores que lo acompañaron durante toda su vida. En Cuestiones estéticas se esbozan análisis que arrojan luz sobre los aspectos esenciales de estas obras.
“Intenciones” es el título —también modesto— de la segunda parte, que se inicia con “Tres diálogos” entre Castro y Valdés. El primero es “El demonio de la biblioteca”, en torno a la esterilidad y la fertilidad del escritor, pero en particular sobre la importancia de la intensidad y síntesis de una frase perfecta, de lo que esta frase o título evoca, independientemente de su desarrollo (¿no hay acaso excelentes títulos de libros, títulos que el desarrollo echa a perder?). En el segundo diálogo, “El duende de la casa”, encontramos a Valdés, analista compulsivo que, como Sócrates, se mete en el alma ajena, pero en este caso Castro se rebela; en el tercero, “La cigarra del jardín”, Valdés aparece inmerso en la locuacidad. Tres símbolos, tres situaciones. Reyes reflexiona después sobre el poeta, que traduce en versos sus emociones cotidianas; sobre un verso del Siglo de Oro: “Iguala con la vida el pensamiento”, que tanto lo traerá ocupado en obras posteriores. También hallamos a un Reyes lúdico que escribe un “Prólogo” a un libro que no piensa publicar. Por último, un texto sobre proverbios y sentencias populares, tema que tampoco abandonará en otras obras.
En suma, este libro reúne las preocupaciones centrales que, en sus ensayos, el polígrafo no se cansará de desarrollar durante los siguientes cuarenta años, de ahí su importancia y el hecho de que lo recordemos a sus cien años de aparición.