Patricia Gutiérrez-Otero y Javier Sicilia
A Jean Robert, por la marcha continua
El domingo, 8 de mayo, llegó al Zócalo de la Ciudad de México la marcha que inició en Cuernavaca el 5 del mismo mes. En México nos podemos darnos el lujo de faltar al trabajo para participar en la polis y no todos los Estados otorgaron el día feriado de la pírrica y celebrada Batalla de Puebla (esperamos no ser celebrados, pero tampoco ser pírricos): los participantes que llegaron a los pueblos de Coajomulco, Topilejo y a Ciudad Universitaria fueron entre ochocientos y mil quinientos, pero varios iban y venían entre el Distrito Federal y Cuernavaca. Era un rotar continuo. La cuesta era ruda y la mayoría de los participantes no tenían condición física. Caminar durante alrededor de cien kilómetros fue un acto de voluntad, pasión y amor por la vida de todos y del todo. Jóvenes, adultos y viejos pernoctaban en el suelo con sus sacos de dormir, soportando el frío, la dureza del piso, el roncar de los otros, las ampollas de los pies, la falta de baños y una alimentación precaria: como la mayoría de los mexicanos, pero sin su savoir faire. Los pueblos que recibieron la marcha se mostraron acogedores, simpatizantes, agradecidos. Cada uno dio un don, como el quiote: rama fructífera y dirigente del maguey que se mantuvo en la marcha junto con la bandera patria. Cada uno dijo su palabra, única, irrepetible, desde las entrañas.
La marcha continuó gracias a una casi excelente organización y logística de los cuernavacenses. Todo fluyó como se había planeado.
Cuando el “contingente” salió de cu, se fueron integrando miles de manifestantes. Otros —como sucedió en los pueblos— se asomaba por las ventanas con sus camisetas solidarias. La red de los de caminadores de Morelos se mantuvo. Nuevos contingentes se unieron y antecedieron la marcha. Algunos se unieron en la parte trasera. Varios más esperaron en diversos puntos del trayecto: los maravillosos y solidarios compañeros de marcha de Morelos y sus acompañantes ya no comieron, aunque en el camino se entregaban botellas de agua.
En el templete se leyeron testimonios, se leyó el pacto nacional basado en varios puntos que incluyen a la sociedad civil: Iniciar un camino de paz con justicia y dignidad; terminar con la estrategia de guerra; exigir la transparencia contra la corrupción e impunidad; ir contra los cuellos blancos y lavadores de dinero; desarrollar un plan de apoyo a la infancia y a la juventud; lograr nuevos medios de participación ciudadana. Si esto no se logra, cuyo símbolo del poder ejecutivo ante la petición ciudadana es la destitución de García Luna, habrá que recurrir a la resistencia no-violenta de parte de la sociedad.
Ser ciudadano es ser actor de tu destino y del destino de otros. Es un acto de conciencia y de voluntad. No es “ser buenos y respetables”, es ser justos, honorables y desinteresados.
El domingo 8 de mayo, la marcha no terminó. Acabó la primera etapa. Pero, como avalancha o como siembra, éste es sólo el inicio. Lo maravilloso, en el que a unos les toca a veces ser portavoz, otro compañero, es lograr una red de ciudadanos (manifestaciones en más de 29 ciudades del país y más de 17 en el extranjero) y volvernos realmente responsables de nuestro hoy y nuestro mañana, asumiendo el pasado: es una gran promesa, un gran reto de humanización.
Yo soy tú, tú eres yo; todos somos nosotros, todos somos todo.
Además, seguimos opinando lo mismo que siempre hemos dicho.