
La sociedad tiene una ambivalencia respecto al narcotraficante. Por un lado, dice rechazarlo, pero no deja, por igual, de celebrar sus logros y éxitos.
Recuérdese que hace años, cuando la policía detuvo al capo Rafael Caro Quintero, la gente —en una encuesta— dijo que aprobaría que el narcotraficante, a cambio de su libertad, pagara la deuda externa, y no faltaron algunas damas —incluso de alto nivel social— que se fascinaron con Rafa porque, dijeron, era “guapo”.
En Sinaloa, existe un santuario en donde se venera la imagen, dicen que milagrosa, de un narcotraficante llamado Malverde.
A menudo circulan películas, canciones, vestimentas, conductas y formas de actuar que ensalzan la imagen del narcotraficante.
Es macho —legiones de mujeres hermosas conviven con él—, dadivoso —ayuda a las comunidades marginadas—, ricachón —dinero a manos llenas y en las listas de Forbes—, residencias solariegas —con animales exóticos—…
Así los hechos, ¿no es el narcotraficante un hombre de éxito si éste se mide en términos de haberes?
En la imagen, una pistola y cartuchos chapados en oro, presumiblemente propiedad del narcotraficante Héctor Guajardo, sucesor de Teodoro García Simental.
Agencia EL UNIVERSAL/Especial

