El sábado 21 de mayo pasado, alrededor de las cinco de la tarde, fue asesinado un general de división en retiro, que hace apenas tres semanas era el tercero en la línea de mando de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). El hecho —resulte el móvil que resulte— causa una gran conmoción por tratarse de un alto mando del Ejército y por el contexto de inseguridad y violencia en que ocurre.
El general de división en retiro Jorge Juárez Loera circulaba, vestido de civil, en un Minicooper color gris placas 740-VJP, por la calle Marín, colonia Gran Parque, en Tlanepantla, Estado de México. El comunicado oficial con que la Sedena confirmó la muerte de quien desde el 28 de febrero de 2009 hasta el pasado primero de mayo, fue su Oficial Mayor, presume que fue un incidente de tránsito el que orilló al militar a detener su automóvil y bajar de él sólo para recibir en la cabeza un tiro disparado desde otro vehículo del que primero se dijo era una motocicleta.
Juárez Loera había cumplido 65 años el pasado domingo 8 de mayo, lo que por ley lo obligaba al retiro, condición que se que se oficializó el lunes 16. De hecho la oficialía mayor de la Sedena (mando que está sólo por debajo del general secretario y su subsecretario) ya había sido ocupada desde inicios del mes, por el también general de división Roberto Miranda Sánchez, primer ex jefe del Estado Mayor Presidencial (1994-2000) en llegar a tan alta posición dentro de la estructura de la Defensa Nacional.
Pero no hay que olvidar que Juárez Loera había estado al mando de la Décimo Primera Región Militar, con jurisdicción en Chihuahua y Coahuila, desde donde comandó en 2008 el Operativo Conjunto Chihuahua, pieza central de la estrategia de guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón.
La investigación del crimen fue atraída desde el domingo 22 de mayo por la Procuraduría General de la República, lo que sugiere que la hipótesis del incidente vial no es lo suficientemente sólida y abre la puerta a la de un homicidio deliberado y con intenciones específicas, lo que ahora se ha dado en llamar “ejecución”. Y es que resulta muy poco creíble que un hombre con la preparación militar del hoy occiso, haya traído su arma en la cajuela y que cuando la tomó recibió el disparo que segó su vida, como aseguran algunas fuentes gubernamentales.
Y cuesta trabajo creerlo de cara a otras experiencias recientes, como la del también general en retiro Mario Arturo Acosta Chaparro, quien recibió un disparo en el abdomen el 19 de mayo del año pasado, al salir de un domicilio ubicado en las calles de Sinaloa y Tampico, en la colonia Roma de la ciudad de México, y que de hecho pudo salvar la vida al repeler la agresión con su arma. Acosta Chaparro tuvo un papel primordial en la represión de la llamada guerra sucia en la década de los setenta y ochenta, y después fue procesado por dar protección a un cártel del narcotráfico, delito por el cual resultó finalmente exonerado.
El caso es que por el asesinato del ex oficial mayor de la Sedena hay dos hipótesis: incidente vial o ejecución. Por lo delicado del hecho y por la coyuntura nacional, más valdría un esclarecimiento rápido y transparente del crimen.
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