Carmen Beatriz Sánchez Moguel

“A qué otra cosa puede llamarse madurez sino a ese saber que las más hermosas obras no fueron levantadas por hombres como dioses –¿qué mérito tendrían?- sino por seres imperfectos, agobiados por la desdicha, propensos a la ira y la injusticia, al rencor y a la flaqueza?”
(Ernesto Sábato en Uno y el Universo)

Fue hace veinte años aproximadamente que descubrí la narrativa de Ernesto Sábato en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y en seguida me cautivó. Después de leer su primera novela, El túnel, no ha dejado de ejercer fascinación en mí y en miles de lectores. Las novelas del escritor argentino tienen el toque catártico adecuado para impedirnos permanecer pasivos o apáticos. Así es que, en un impulso de juventud, envié un texto a la editorial Losada suplicando que le hiciera llegar a Sábato una cartita anexa donde le explicaba que quería analizar, en mi tesis de licenciatura, su trilogía narrativa (El túnel, Sobre héroes y tumbas  y Abbadón el exterminador) y pidiéndole orientación; por supuesto, lo que en verdad necesitaba era entablar algún contacto con él, pero no tenía esperanza de que la misiva llegara a su destino o que obtuviera respuesta.
Un día recibí un pequeño sobre con una tarjeta dentro que contenía las siguientes líneas escritas a máquina y la rúbrica del autor:

“Carmen:
El arte, tanto en su hechura como en su interpretación, debe nacer de la intuición,
de lo que Pascal llamaba le raisone du coeur.
Ernesto Sábato ”

Pocas pero intensas las palabras. Ante el hecho de que estuvieran escritas a máquina supuse que la ceguera que padecía el argentino desde hace años le impedía lo manuscrito. Lástima que se me ocurriera guardar este documento en mi cartera porque un ladrón, seguramente frustrado por la falta de dinero, le dio al documento un destino desconocido.
Recuperándome de tal pérdida, decidí seguir el consejo dado en esa breve epístola: me entregué a las historias, a los personajes y al delicioso estilo literario evadiendo la semiótica y el psicoanálisis, pero compartiendo los temas fundamentales del amor, la soledad, la incomunicación y el Absoluto.
Ernesto Sábato nació el 24 de junio de 1911 en Rojas, Argentina, y murió el pasado 30 de abril a los 99 años de edad. Le tocó vivir un siglo de grandes cambios e innovaciones tecnológicas. Cuentan sus biógrafos que durante su infancia fue introvertido como resultado de una madre sobreprotectora que había perdido al hijo mayor, también llamado Ernesto. Muchos críticos explican con ello la causa de las constantes alusiones a la infancia y a la madre en su obra. Luego de completada su educación primaria se separó de la familia para continuar sus estudios en La Plata. Esta ruptura, en especial con la madre, lo llevó a descubrir lo caótico que existía en el hombre y, como el mismo autor declaró en múltiples entrevistas, sintió la necesidad de algo puro y bello que ordenara el caos. Fue en las ciencias donde encontró estructura y método y, por lo tanto, estudió Física. En 1938, la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias le otorgó una beca de trabajo en el laboratorio Joliot-Curie, en París. En ese momento vive dos mundos a la vez: el diurno de la ciencia en el laboratorio y el nocturno del surrealismo junto a los creadores del movimiento, en particular con Oscar Domínguez.
Cuando regresó a su patria fue llamado a la Universidad de La Plata para desempeñar la cátedra de Física Teórica; pero con el régimen de Perón instalado en el poder a fines de 1945, Sábato se vio obligado a abandonar el puesto por estar en contra de sus políticas. Entonces volvió a surgir en su cabeza el caos que había querido borrar con la ciencia. Ahora el mundo científico lo llevaba al pensamiento de un mundo dominado por una “tecnolatría”  deshumanizante. Y, siendo consecuente consigo mismo, rompe totalmente su lazo con la física y se lanza a la aventura de las letras. Al abandonar sus actividades como físico y rechazar la ciencia, también rechazó la razón como único instrumento para conocer la realidad. Nos ofrece el arte, en cambio, como el medio más adecuado para ahondar en el ser humano.
La novelística sabatiana nos presenta la angustiosa situación del ser humano enfrentado a una sociedad mecanizada y “cosificada” a quien se le ha quitado todo rastro de pensamiento mágico o mítico que antes le daba sentido a su vida y en su lugar se ha implantado el “mito de la tecnología”, sin ningún carácter sagrado. El personaje Sabato (sin acento) de su tercera novela, Abbadón el exterminador, dice:

Debe tenerse cuidado de repudiar a los grandes y desgarrados creadores que son el
más terrible testimonio del hombre. Porque también ellos luchan por la dignidad y la
salvación. Sí, es cierto, la inmensa mayoría escribe por motivos subalternos. Porque
busca fama o dinero, porque tiene facilidad, porque no resiste la vanidad de verse en
letra de imprenta, por distracción o por juego. Pero quedan los otros, los pocos que
cuentan, los que obedecen a la oscura condena de testimoniar su drama, su perplejidad
en un universo angustioso, sus esperanzas en medio del horror, la guerra o la soledad.
Son los grandes testigos de su tiempo, muchachos. Son seres que no escriben con facilidad
sino con desgarramiento. Hombres que un poco sueñan el sueño colectivo, expresando no
sólo sus ansiedades personales sino las de la humanidad entera… Esos sueños pueden incluso
ser espantosos, como en un Lautréamont o un Sade. Pero son sagrados.

Toda la obra ensayística y novelesca de Sábato es una apasionada defensa del hombre situando lo vital sobre lo racional  y revalorizando el territorio ignorado de los sueños, los mitos y lo sagrado. No existió en el escritor argentino ningún amor por otros temas fuera del hombre y su lucha entre las fuerzas vitales y espirituales. La literatura que propuso pretende abrirnos los ojos, sacudirnos y confrontarnos. El arte, así entendido, es un medio de conocimiento, y el artista, un explorador de la condición humana.
La trilogía sabatiana nos ofreció una escritura total, una mezcla de tonos, géneros y puntos de vista. En El túnel el autor adoptó la narración en primera persona porque era el recurso que le permitía ofrecer la sensación de la realidad tal como se percibe cotidianamente; su forma nos recuerda a la de un soliloquio donde Castel reproduce, mediante el fluir de la conciencia, los hechos, emociones y pensamientos del pasado para explicarnos porqué asesinó a María. Si en esta novela todo sucede en la cabeza de Castel, en Sobre héroes y tumbas se diversifica el punto de vista ya que nos ofrece una imagen de los diversos sectores de la sociedad argentina. En cambio en Abbadón, el exterminador Sábato se recrea en la novela y convive con los seres que emergen de su yo dividido.
Sábato, al haber sido un hombre consciente de su necesidad de rebelarse ante el mundo enajenado, vertió en sus personajes la locura provocada por las circunstancias vitales del hombre en nuestros tiempos, por la pérdida de individualidad y sosiego. La lógica de Castel, su afán de buscar justificaciones, es una crítica a la razón como única forma de aprehender la realidad. También los ciegos fueron personajes clave en su obra. El “Informe sobre ciegos” (en Sobre héroes y tumbas) está ligado al mundo del inconsciente. Los ojos son el recurso supremo de comunicación, objetivizan la realidad. Al plantearnos el gobierno de la “secta de los ciegos” se preserva lo sagrado y lo oculto.
La preocupación principal del autor fue la integridad del individuo en una era que ha aumentado el sentido de la pequeñez del hombre al convertirlo en un ser sin rostro, en medio de una masa industrial vasta y anónima. Argentina debe estar llorando profundamente su muerte. Hispanoamérica, los intelectuales, los humanistas y yo estamos añorando sus palabras. Su novelística quedará no sólo como un doloroso testimonio del infierno creado por los hombres sino también como una defensa de la dignidad humana:

No puedo escribir sino sobre las grandes crisis que atravesamos en nuestra existencia, esas encrucijadas en que nuestro ser parece hacer un balance total, en que reajustamos nuestra visión del mundo, el sentido de la existencia en general. Esos períodos del hombre son pocos, muy pocos: el fin de la adolescencia, el fin de la juventud, el fin de la vida. Lástima que no pueda darse el testimonio final.

Bibliografía y hemerografía:
Dellepiane, Ángela B. Sábato: un análisis de su narrativa. Buenos Aires, Nova, 1970.
Sábato, Ernesto. El túnel. 4a edición. México, Rei, 1991.
———— Sobre héroes y tumbas. 2ª edición. Barcelona, Seix-Barral, 1981.
———— Abbadón, el exterminador. Barcelona, Seix-Barral, 1981.
———— El escritor y sus fantasmas. Buenos Aires, Aguilar, 1964.
———— Uno y el universo. Buenos Aires, Sudamericana, 1973.
Gallego-Díaz, Soledad. “Fallece el escritor argentino Ernesto Sábato”. El país. (España, 30 de abril , 2011) http://www.elpais.com/articulo/cultura/Fallece/escritor/argentino/Ernesto/Sabato/elpepucul/20110430elpepucul_2/Tes