Eve Gil

Cesar Güemes (ciudad de México, 1963) me hace una revelación que me impacta casi tanto como su más reciente —y segunda— novela, Soñar una bestia (Alfaguara, 2011): la idílica vida del escritor que despierta cada mañana con el canto de los pájaros y procede a sentarse ante la computadora con una aromática taza de café, para sumergirse en una existencia paralela, comienza a cansarle.

Añora, jura, las ruidosas redacciones de los periódicos, y “cuando entro en una —dice—, no importando a qué diario pertenezca, me siento como en casa; es posible que pronto regrese.”

 

El enigma del homicidio

El autor de la celebrada novela Cinco balas para Manuel Acuña, una ficción en contexto histórico —y no “novela histórica”, como se insistió en decir— muy bien documentada sobre la posibilidad de que el poeta aludido no se haya quitado la vida de propia mano, goza además de una respetada trayectoria periodística, aunque como muchos periodistas soñaba con consagrarse a la literatura, y ahora que lo consiguió, experimenta nostalgia por su antiguo oficio. Es posible que ello tenga que ver con su nueva novela que nombramos “policíaca”, aunque, como en la vida real mexicana, los policías brillan por su ausencia, y sean otros los que tengan que hacerse cargo de la investigación.

“Debo confesar que no me interesa escribir novelas donde no exista un enigma por descubrir, y el enigma más complicado de resolver, por lo general, siempre es un homicidio. Es muy probable, por tanto, que en novelas posteriores ocurran hechos violentos”, señala César, que aunque retornara al periodismo no piensa soltar la literatura, y ya tiene realizada la investigación para, por lo menos, cinco novelas más.

Al principio de Soñar una bestia, se lee una interesante reflexión sobre la forma en que se maneja la nota roja en los diarios mexicanos y se le contrasta de algún modo con los pensamientos del homicida que pudieran parecer más congruentes que la pornografía —porque la exhibición sin ton ni son de cadáveres y las leyendas desalmadas que los acompañan, también son pornografía— que soportamos quienes vivimos expuestos a esas imágenes y no conseguimos acostumbrarnos.

Pocos thrillers [novelas de suspenso] se introducen en la mente del asesino con la profundidad que lo hace César, tratándose del apodado por la prensa como El Abrelatas.

Explica con seriedad César: “La mejor manera que tiene un asesino serial para pasar inadvertido, y ejercer su oficio de maldad, es en una ciudad en la que se piensa que no existen los asesinos seriales.”

“Los asesinos en serie —agrega—, que son una suerte de enfermedad social, crecen, se desarrollan y actúan en ciudades muy pobladas. En el caso de la ciudad de México, es muy obvio que a diario llegan cientos, miles, de personas, las cuales ni siquiera traen consigo una identificación, así que la ciudad de México es uno de los mejores lugares del mundo para gestar asesinos seriales.”

Prosigue César: “No le diremos al lector de Soñar una bestia que este asesino tiene un objetivo y el único recurso con el que cuenta para lograrlo es el asesinato, y hay que ir dejando más pistas; hay que hacerse presente, no necesariamente reconocido, aunque naturalmente la prensa lo hace famoso, aunque no sabe ni quién es. Sabe que es el mismo porque opera de la misma forma. Sin embargo, lo que busca es liberarse de una carga, aunque suene loco, eso de tratar de liberarse de una carga matando gente. Pero solamente podrá verse descargado de ese peso cuando cumpla el objetivo que no puedo mencionar. En el lugar del crimen siempre deja un trozo de papel con unos versos que aluden a cómo se siente él en ese momento o cómo ha progresado en la persecución de ese objetivo.”

 

El poder de matar

La primera víctima en Soñar una bestia es un varón y ante el hecho de que los genitales le han sido arrancados, la policía de inmediato lo cataloga como “crimen pasional” entre varones. Pero no. Este asesino sui generis no mata homosexuales, ni prostitutas, ni jovencitas: mata hombres heterosexuales comunes y corrientes; sin embargo, se apresura a aclarar César, no son víctimas elegidas al azar.

Aclara el autor: “Aunque el tipo ha matado mujeres también, fue necesario que matara hombres para que las personas a su alrededor supieran que él estaba allí, que tenía el poder de hacerlo, y hacerlo especialmente de esa manera. Una gran parte de la novela se trata de eso: de no saber por qué los está matando. Sus estrategias para matar, los mensajes que deja para cada ocasión especial, nos permite a los lectores saber cómo se desarrolla, qué es lo que lo motiva.”

“Puedo adelantar —añade— que después aparece un segundo asesino que no se relaciona en su modus operandi con El Abrelatas. Digamos que es igual de eficaz, pero con una mayor crueldad. Así, entonces, hay en la novela dos asesinos seriales y dos que son al mismo tiempo periodistas e investigadores; andan armados y saben disparar y no tienen la menor idea si se enfrentan a un solo asesino o a una banda. Tampoco imaginan los motivos.”

César afirma algo que pudiera congelarle la sangre a cualquiera: el asesinato, finalmente, es otra forma de relacionarse entre seres humanos. “Siempre habrá asesinatos que no tienen que ver con el dinero, ni con el poder, ni con una flotilla de taxis. Hay gente que mata porque su naturaleza así se lo pide, por extraño que parezca.”

 

Novela de costumbres

Sin embargo, le digo al autor, este asesino no es psicópata. En su discurso resalta la empatía por lo humano, lo cual descarta esa posibilidad.

“Para nuestros días —finaliza César—, esta es una novela de costumbres. Si pensamos que los crímenes nada más los cometen los sicarios estamos muy equivocados. Hay gente que mata por otras razones, algunos por psicopatía y no sienten ningún remordimiento. Pero hay otros que sin estar enfermos, experimentan una irrefrenable necesidad biológica y social de matar, y para espanto de nosotros, esas personas están por todos lados, y nada los distingue del resto de las personas. Simplemente han desarrollado más la capacidad de hacer el mal que de hacer el bien.”

 

 

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