Contribuye a la desestabilización de la sociedad

Salvador Abascal Carranza

El sentido profundo de la moral civil no descansa

en una necesidad de asociación, hecha virtud por arte

de magia ideológica, aunque puede degenerar en ello.

Adela Cortina

 

(Segunda de dos partes)

En este gran país, México, nuestro México, en el que el presidente ya no es el “gran tlatoani” desde el 2000, usted, don Javier, no puede seguir pensando, como si nada hubiera pasado, que el presidente en turno puede resolver todos los problemas con sólo pronunciar una palabra. Eso es lo que no queremos que vuelva a suceder. Los ciudadanos hemos alcanzado niveles de libertad, de información y de decisión nunca antes vistas en México.

Aún falta mucho, el camino es muy largo, pero parte de lo que falta es precisamente la responsabilidad y el compromiso de los ciudadanos con su polis, para no estar esperando siempre la mágica solución del gran poder. En realidad, todo movimiento ciudadano se convierte, tarde o temprano (este que usted encabeza, lo hizo más temprano que tarde) en una expresión política. Pero toda organización política tiene como principal responsabilidad contribuir al bien común, y lo que hasta ahora se ha visto de su movimiento no es precisamente una contribución al bien común sino a la desestabilización de la sociedad.

Por otra parte y de manera inconsciente, usted reproduce los anacrónicos y desgastados reclamos de antaño: la cabeza de un chivo expiatorio;  en este caso, la destitución de Genaro García Luna. Todo eso es política pura. También lo ciudadano es político: de civitas, ciudad, Estado, sinónimo de polis, ciudad, Estado. Pero ese no es el verdadero problema.

El problema de fondo es que se vuelve a poner por delante (petición típicamente política), como la madre de todas las soluciones, el sacrificio de algún personaje (por más que diga que dicha renuncia “no es condición”) considerado como nefasto, cuya salida significaría la mágica solución a los problemas de inseguridad en el país. Luego vendrán las exigencias de otros sacrificios, de otras víctimas propiciatorias. Esta práctica, más antigua que México, solamente reproduce uno de los peores horrores de la historia, pero que sobrevive en muy pocos pueblos, entre ellos el nuestro: el de la cultura sacrificial.

Pero volvamos al asunto de la estrategia. Si la estrategia del gobierno está equivocada, ¿en dónde está la de todos aquellos que, con don Javier Sicilia, sólo acusan sin proponer alternativas viables de corto plazo? Que no sean, por supuesto, la del pacto con el crimen, ni la de renuncia de funcionarios, ni la de creación de empleos sin decir cómo, ni la de la reforma judicial sin tocar siquiera a los principales objetores de la misma.

Acierta sin duda el promotor del documento Por un México en paz, con justicia y dignidad, cuando señala las graves carencias en educación (si realmente estamos entendiendo lo mismo), en desarrollo económico, en desarrollo social, así como propuestas en el tema mediático. La verdad es que las soluciones de todos esos problemas son de mediano y largo plazo, y la mayor  parte de ellas ya han sido planteadas por el presidente Felipe Calderón al Congreso de la Unión.

¿Quiénes bloquearon la reforma laboral que hubiera sido un detonador del empleo? ¿Quiénes se han opuesto a una policía nacional única o, por lo menos a 32 honestas, bien entrenadas y bien armadas policías estatales? ¿Cuántos  gobernadores se han opuesto a la reforma judicial? ¿Qué partidos se han opuesto sistemáticamente a la reforma fiscal, la energética, la política? No se escuchó ningún reclamo a los partidos de oposición.

Hay un reclamo y un señalamiento general, es cierto, pero creo que hubiera sido más honesto, ya que se señala al presidente de la República hacer lo mismo con los demás actores políticos, por nombre y apellido. No existe, por ejemplo, ninguna mención al gobierno de Tamaulipas, que ostenta el no muy honroso liderazgo en ejecuciones. Ni de ningún otro gobierno estatal; mucho menos al de Coahuila de la familia Moreira.

¿Y los criminales? Tampoco se dijo que la mayor violencia en el país la han provocado los delincuentes. Para ellos, ni una palabra. Con toda razón, Enrique Krauze le advierte: “Pero en su fuero interno, Sicilia no ignora, no puede ignorar, la irreductible maldad de los criminales. Y a ellos, pienso, no se les encara sino con la fuerza y la ley. Esa es quizá la primera pregunta que debe encarar su fina y desgarrada conciencia religiosa: ¿cómo tratar con los asesinos de su hijo?”. Hasta ahí la impecable reflexión de Krauze, que puede ser concluida también en estos términos: ¿por qué culpar al presidente Calderón y exonerar a los asesinos de su hijo?

Supongamos por un momento un cambio de estrategia. Supongamos (no quiero decir que esta sea o vaya a ser la propuesta  del poeta) que  don Felipe le dice a don Javier: “Hemos detectado, a través de nuestro sistema de inteligencia, que en tal casa de seguridad están secuestradas siete personas y los secuestradores son además capos del cártel equis. ¿Qué estrategia debemos seguir? Me imagino, por lo dicho por Javier Sicilia y compañeros de  marcha, que argüirían lo siguiente: «¡Déjenlos en paz!, no vaya a ser que con su captura y la liberación de los secuestrados, se desate una mayor violencia, que es precisamente lo que no queremos. Pero si eso sucede, el culpable sería usted, señor presidente».”

A pesar de todas las injurias, el presidente Calderón se ha mostrado, una vez más, dispuesto al diálogo, cosa impensable en el viejo régimen. Para eso está un presidente demócrata. Sólo les pediría a los negociadores que le presenten propuestas más inteligentes, para el corto plazo, de las que hasta ahora han dado a conocer. Las del largo plazo todos las conocemos. Estoy seguro de que  pueden lograr, cuando menos, comprometerse a influir para que las reformas atoradas en el Congreso por el PRI, el PRD y adláteres, puedan tener mejor destino en beneficio de todos los mexicanos. Algunas otras iniciativas podrían ser muy útiles… menos retirarse de la lucha.

Termino explicando el contexto en el que se produce la frase de Konrad Adenauer que encabezaba la primera parte de este artículo. Cuando la Alemania Federal se encontraba, después de la Segunda Guerra Mundial, acosada por el feroz expansionismo de Stalin, un diputado de izquierda (digamos, Fernández Noroña) le recomendó, en pleno Bundestag  (parlamento) al entonces canciller o jefe de Estado (digamos, Felipe Calderón) lo siguiente: “Frente a las amenazas del «Tigre» (así se le apodaba a Stalin), es necesario, para la paz en Alemania, que usted, señor Adenauer, negocie, que le haga algunas concesiones.” A lo cual replicó el gran estadista alemán: “La única concesión que se le puede hacer al Tigre, es dejarse devorar por él. ¿Estaría usted dispuesto?”.