Moisés Castillo

François Truffaut ya era un crítico de cine reconocido en Francia, cuando Jorge Ayala Blanco a sus 12 años y ocho meses de edad, descubrió los textos cinematográficos de Efraín Huerta, que publicaba sin firma en el periódico El Fígaro, mejor conocido como “El moradito de los domingos”.

El poeta escribía dos columnas que se llamaban “Luneta de cuatro pesos” y “Cuéntame la película” y, luego de leerlas con una avidez comparable a la de un niño cuando se come una golosina, al pequeño Jorge le pareció “maravilloso” el uso lúdico de las palabras. En ese momento decidió convertirse en crítico de cine, fue un día venturoso.

Gracias al chofer que los llevaba a él y a sus amigos de excursión a Xochimilco en un camión destartalado, halló el semanario de los “pelados” debajo de su asiento. Era una publicación prohibida en casa no por su información deportiva y de espectáculos, sino por las “encueradas”, que por cierto Efraín Huerta era el encargado de los pies de foto: un poeta que erotizaba la palabra y el mundo.

Nunca imaginó conocer a “El Gran Cocodrilo” en la Asociación Civil Periodistas Cinematográficos Mexicanos (Pecime) y que se convirtiera en uno de sus mejores amigos.

Jorge Ayala Blanco nació en Coyoacán el 25 de enero de 1942, pero medio año después su familia se cambió a la colonia Santa María La Ribera, vivió en la calle de Sabino. Sin proponérselo estaba rodeado por los mejores cines de la época: el Majestic, el Carpio (le decían el Majestic chico), el Rívoli, el Roxy, el Cosmos, el Ópera y el Lux.

Esas grandes salas fueron su verdadera vida. Cuando tenía ocho años heredó ese gusto de la gente por ir al cine, era una actividad central en la vida cotidiana de los capitalinos. El pequeño Jorge comenzó a ver películas en las matinés de 11 de la mañana a 8 de la noche, sin importarle los regaños de su madre.

Miraba sin pestañear aventuras de piratas, historias de capa y espada, westerns, pero le sorprendieron, hasta dejarlo sin aliento, los seriales de Flash Gordon: Flash Gordon: Frederick Stephani y Ray Taylor (1936); Flash Gordon’s Trip to Mars: Ford Beebe y Robert F. Hill (1938); Flash Gordon Conquers the Universe: Ford Beebe y Ray Taylor (1940).

“Veíamos 15 episodios en 31 partes y terminaba mareado porque era toda la mañana del domingo. Veía con mis amigos la serie completa que duraba cuatro horas y media. Me acerqué a las historietas permitidas por la escuela y la casa, y las que vendían a las afueras de la iglesia. Después me acerco a la literatura, pero los libros que leo son historietas en sí”.

Algo parecido le sucedió a François Truffaut y lo cuenta en su libro “Las películas en mi vida”. El autor de Los 400 golpes dice que su recuerdo más lejano es una escapada al cine cuando tenía diez años: “Un día de 1942 estaba tan ansioso por ver Les Visiteurs du Soir de Marcel Carné, que decidí salirme furtivamente de la escuela”.

Jorge Ayala Blanco dice que fue afortunado al encontrar de niño la libertad de la imaginación en el cine.

“Es un culto a tu propia imagen, a tu capacidad imaginativa. De niño coleccionaba los programas de cine que te daban en las matinés. Tengo el programa de la primera función de cine a la que asistí de una manera consciente, ¿Por qué guardaba yo los programas de cine? No lo sé, pero el cine ejercía en mí una fascinación total”.

Su padre Leopoldo Ayala, latinista excepcional, fue discípulo de Joaquín Arcadio Pagaza, un escritor, eclesiástico y humanista de principios del siglo XX. Fundó una escuela secundaria humanista al estilo antiguo, la “Secundaria 10”, que está por el rumbo de Mixcoac. Creía en la enseñanza democrática a través del latín y el griego. Nunca lo conoció porque murió cuando tenía 8 años.

Su madre Carmen Blanco fue una “niña bien” quien perteneció a una familia muy conservadora. Ella estudió en el Colegio Teresiano. Sin embargo, su abuela le enseñó francés a los 16 años y comenzó a leer muchos libros en la lengua de Víctor Hugo, fue una manera de “sortear el oscurantismo familiar”.

Devoró en su pequeño cuarto toda la colección Salgari, aunque sus libros favoritos fueron “El Corsario Negro” y los ciclos “Capitán Tormenta” y “Los horrores de las Filipinas”. Pasaron por sus manos novelas como “Los tres mosqueteros” y “El Conde de Montecristo”, de Alexandre Dumas.

Un año después, empezó a leer profusamente las grandes revistas de cine como Travail et Culture y Cahiers du cinéma, que llegaban a la Alianza Francesa, su otra casa. En Cuadernos de cine, leyó las críticas fantásticas e insuperables de Éric Rohmer, Luc Moullet, Jacques Rivette, Jean-Luc Godard, Claude Chabrol y François Truffaut, los fundadores de la Nueva Ola francesa.

A los 18 años, Ayala Blanco estudió Ingeniería Química en el Instituto Politécnico Nacional y aprendió alemán. Además dirigió el cine club del IPN “Medicina Rural”, ahí proyectaba películas de arte todos los sábados, simplemente por el gusto de hacerlo y esta actividad le sirvió para acercarse al lenguaje cinematográfico y empezar a desarrollar su propio método de escritura.

En 1965 recibió la beca del Centro Mexicano de Escritores, gracias a la cual dejó de ejercer la Ingeniería Química y se dedicó a escribir, teniendo como maestros a Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde.

Si Truffaut saltó de la crítica a la dirección de películas fue porque “quería estar cada vez más cerca del cine”; Jorge Ayala Blanco acercó a la gente al cine a través de sus textos publicados en suplementos como “México en la cultura” del diario Novedades (1963-1968), “La cultura en México” de la revista Siempre! (1968-1987), “Diorama de la Cultura” del diario Excelsior (1969-1973), en la “Revista Mexicana de cultura” del periódico El Nacional (1997-1998), en el periódico La Jornada y en la sección cultural del diario El Financiero (1989 a la fecha).

Asimismo están ahí su veintena de libros con su famoso abecedario del cine mexicano y los conocimientos que comparte en las aulas con sus alumnos del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos desde hace 47 años.

El pasado 7 de mayo fue galardonado con la medalla “Salvador Toscano” al mérito cinematográfico 2010, en el marco de la quincuagésima tercera entrega de los Premios Ariel, que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes.

-¿Cómo quiere que lo recuerden, como el crítico de cine o como el maestro universitario?

Pues como un cuate al que le gustaba el cine y compartía con los demás sus placeres cinematográficos. De eso se trata la vida.