Maniobra de lo más inteligente y roman

 

(Segunda de  dos partes)

 

La beatificación de Juan Pablo II fue un evento interesante y no sólo para los fieles católicos, que lo aceptaron con sumisión y contento, sino también para todos aquellos que vemos las cosas de la Iglesia con cierta distancia crítica, pero siempre con gran interés porque la vieja Iglesia romana es una notable institución con toda la experiencia política del mundo, gran maestra del juego. Y pese a que no está, por supuesto, en el mejor de sus momentos históricos, es aún un poder dentro de lo que se llamaba el concierto de las naciones.

Y aunque a la beatificación no asistieron los dirigentes de las grandes potencias, sí asistieron  presurosos y bien portados figuras muy menorcitas, como nuestro Señor Presidente que al hacerlo se burlaba de una tradición republicana odiada por nuestra extrema derecha.

Por cierto que una beatificación (o canonización) es un proceso muy curioso, en el cual una serie de doctos expertos e investigadores que, por supuesto nunca han estado en el cielo, certifican con suprema autoridad que el investigado, en este caso Karol Wojtyla, está en ese cielo, que no sólo nadie conoce sino que además nadie sabe dónde está.

Y uno se remite con nostalgia a los tiempos medioevales en que el cielo estaba sobre una tierra plana o a los tiempos barrocos en que el cielo, de acuerdo con los pintores que interpretaban lo que les decían los sacerdotes, describían un espacio de nubes flotantes, iluminado por rayos de sol donde se acomodaba jerárquica una corte celestial, como en aquel bello Sant Ignazio de Roma, y en tantas y tantas iglesias de la Contrarreforma.

Yo, con ingenua curiosidad, quisiera saber dónde sitúan los teólogos de hoy al cielo y cómo se lo imaginan, ¿sobre Jerusalén, dentro del sistema solar, en otra galaxia?

Por lo pronto, regreso a la lectura de la obra de Borges y Bioy El libro del cielo y del infierno que les recomiendo.

Pero volviendo a la realidad, la beatificación de Juan Pablo II, que sospechamos fue ordenada por Benedicto XVI, viene a reforzar la autoridad pontificia, esa autoridad de monarca absoluto que se eleva sobre toda colegialidad de los obispos, una vieja cuestión.

Además, habría que aprovechar que la imagen de Wojtyla, que fue el primer papa mediático, está aún fresca en el imaginario colectivo. Juan Pablo II, atractivo y carismático, supo aprovechar como nadie la televisión y los viajes tratando de combatir la contracción que la Iglesia sufre en los países más avanzados, y se lanzó a asegurar  los territorios de países de baja escolaridad en Latinoamérica y Africa, así como en ese Este europeo que experimenta una reacción conservadora.

Así que desde un punto de vista político, el proyecto de Ratzinger de beatificar a su antecesor y jefe fue una maniobra de lo más inteligente y romana.