Camilo José Cela Conde

Madrid.- Leo con pasmo en la revista Nature que la Comisión Internacional de Estratigrafía (ICS, en sus siglas inglesas) ha sometido a estudio la posibilidad de añadir una nueva época a las que pautan ahora la historia geológica del planeta. Las eras (Precámbrica, Paleozoica, Mesozoica y Cenozoica) se dividen en periodos. La era Cenozoica tiene dos periodos: Paleogeno y Neogeno. Al Neogeno le corresponden cuatro épocas: Mioceno, Plioceno, Pleistoceno y Holoceno. Ahora al Neogeno se le podría añadir una más a la que, siguiendo una sugerencia del premio Nobel, Paul Crutzen hecha en el último año del siglo XX, el 2000, se conocería como Antropoceno (eso también lo he leído en Nature, debo reconocerlo).

La justificación del añadido y de su nombre obedecen a tener que considerar los cambios que ha producido en el planeta nuestra especie. Algo en verdad sorprendente, ya digo, porque si había algo que se pensaba que pudiera quedar fuera del alcance de nuestros bien limitadas capacidades ese algo sería el tiempo geológico. Comparada con el lapso de una vida humana, cualquiera de las épocas, y no digamos ya los periodos y las eras, resulta inconmensurablemente mayor. Incluso el tiempo que tiene el cristianismo, veinte siglos como mucho, queda en ridículo frente a los millones de años que son necesarios para pasar de uno a otro de esos grandes momentos en que se divide la historia del planeta. Pero gente tan seria como la que forma la ICS acaba de celebrar en Londres una conferencia para calibrar si los cambios antrópicos, los que se deben a la acción humana, son ya tan importantes como para que haya que hablar de la época de la humanidad.

Los datos que se han manejado en Londres, más que sorprender, asustan. En la tarea de producir cantidades ingentes de alimentos para los 6.845.609.960 seres humanos que había en 2010 —la cifra la he sacado de Internet Word Stats— se ha alterado la mitad de la superficie terrestre no cubierta por el hielo. La revista Nature añade algunas pautas que ponen bien en claro la dimensión del problema: los humanos movemos del orden de diez veces más rocas y tierra que las que se desplazan por causas naturales. Y si hablamos en los términos usuales para los geólogos, el aumento de la acidez de las aguas marinas que provoca la humanidad dejará una marca visible en el registro estratigráfico a largo plazo que los especialistas del futuro identificarán sin mayores dificultades.

Resulta doloroso que, tras considerarnos tan racionales, tan elevados de espíritu y tan superiores a cualquier otro animal, los seres humanos vayamos a pasar a la historia geológica por las dimensiones de nuestra capacidad destructiva. Pero es así. Con un interrogante más que, de momento, parece que la ICS no se ha planteado. Al ritmo que llevamos de ruina, cabe preguntarse si dentro de cien mil años, o incluso sólo diez mil, habrá algún geólogo vivo para dar cuenta de cómo han transcurrido los cambios del Antropoceno.