Abogacía y política en México


Esta semana asumí el doble honor de presidir la organización de abogados de mi partido político. Lo tomo como una distinción profesional, a la vez que política. Los tiempos actuales nos invitan a reflexionar sobre el tema de abogacía y política.

Narran algunos romanistas que durante las más fastuosas celebraciones imperiales, los Césares contaban a sus espaldas con un edecán que, periódicamente, se inclinaba para susurrar al oído del emperador las palabras memento mori ¾acuérdate de la muerte¾  y, con ello, tratar de reubicarlo en su condición de mortal y transitorio.

Así debiéramos siempre vivir con la advertencia, para abogados y para quienes no lo son, que existe un memento lex  —acuérdate de la ley— que nos ponga en claro que la ley, como la muerte, vive a nuestro lado y no es bueno olvidarse de ella, ni en lo individual ni en lo colectivo.

El desafío de la justicia obliga a hacer uso de voluntad, de serenidad y de firmeza para conjurar toda vulneración al Estado de derecho, cualquiera que sea la forma que adopte, llámese arbitrariedad, abuso, desvío, ilicitud, delincuencia, impunidad, corrupción o lenidad.

Cuenta Plutarco cómo se dieron los sucesos que confirieran fama al arroyo cuya transgresión dio lugar a la guerra civil que, en la antigua Roma, determinó la muerte de la República y produjo el nacimiento del Imperio Romano.

Hoy más que nunca, se debe tener presente, todos los días, que la justicia requiere acompañarse de fortaleza, de prudencia y de templanza. Y que nunca triunfa cuando se le pretende asociar con los falsos símiles de aquéllas: la fuerza, que a veces aparenta ser fortaleza; el temor que en ocasiones pretende disfrazarse de prudencia; y la mera abstención que suele tener ansia de engalanarse como verdadera templanza.

En los actuales tiempos mexicanos, el asunto de la justicia, lejos de ser un mero incidente político, como algunos interesadamente lo han considerado, debe verse como evento muy importante en el proceso que podría alejarnos de las prácticas monárquicas y llevarnos al escenario de un más franco ejercicio republicano, por la vía de la democracia.

Por eso volviendo a las narraciones de Plutarco en el famoso evento, éstas nos recuerdan que Julio César se detuvo a la orilla del Rubicón y dijo: “Aún estamos a tiempo de retroceder.  Cuando crucemos el río, ya será tarde”.  Meditó a solas durante varios minutos. Todo era silencio. Al salir de sus cavilaciones levantó la vista y la dejó fija en el futuro. En el suyo y en el de la humanidad. Vio, también, que adelante sólo le esperaba la gloria o la desgracia. Dio la orden de avanzar y pronunció las palabras que lo inmortalizarían: “La suerte está echada”.

Así, la suerte de la justicia en México ya está echada. El desafío de la justicia involucra a los abogados y a toda la sociedad civil.  Involucra, esencial e ineludiblemente, a los gobernantes.

Si me refiriera tan sólo a las profesiones, para no entrar en otro terreno de complejidades, imaginemos la ciencia sin conciencia. El hacer sin creer. El conocimiento sin fe. Hay mil profesiones como ejemplo. Tomemos dos o tres.

Una de ellas, el sacerdocio. Ser sacerdote no tiene sentido solamente por saber impartir la misa. Ejercer el ritual, profesarlo, sobreponerse a todo lo que encierra, careciera de sentido si el sacerdote no cree en Dios. Imponerse décadas de servicio, sacrificios personales que la mayoría de los hombres no asumiríamos, condiciones de trabajo y de renuncia llevados al extremo, serían todas ellas un desperdicio para sólo dedicarse “a dar misa”.

Así como el sacerdote, muchos otros destinos humanos no tendrían sentido si no se cree en lo que se está realizando o construyendo. El soldado no se explica solamente para disparar pistolas, sino por su creencia en la patria. Sin ello no tendría diferencia con un tirador, salvo que el soldado ni siquiera concurra a la Olimpiada.

Así, el abogado no se entiende solamente para establecer demandas, o denuncias, o trabar embargos. No reside  el desafío de la justicia en una resolución de ciencia sino esencialmente de conciencia.

Si el sacerdote no cree en Dios, si el soldado no cree en la patria y si el abogado no cree en la justicia sus vidas habrán sido un desperdicio inútil. Inútil e innecesario porque no habrán servido a ellos y no habrán servido a nadie.