César Arístides
Las nubes que se acomodan en el cielo, enormes, en suspenso, con figuras engañosamente espesas, guardan el secreto del viento y de las horas de cavilación. La luz que se acomoda en los árboles y en las construcciones expresa su fuerza con tenue delicadeza. La luz y las nubes son un diálogo sutil. La luz y las nubes hablan del espacio amplio y de la remembranza, del cielo que se abre como una murmuración y del tropel nuboso que crece, se desborda como un algodón rebelde del sueño.
Las imágenes de la joven fotógrafa Alex Dom (Ciudad de México, 1990) atrapan un instante de quietud sólo alterado tenuemente por el viento. En la estampa de la bandera envuelta en sí misma, arrobada por su propio sobresalto, la tela es un emblema que se consume en su propio fuego inexistente, en su propia fuerza que vigila un contraste de luz sombra, de luz casi oscuridad, tonos claros que nacen frágiles en la cima celestial. Es otra la luz solar que se extiende en el mar, es otra la tensión pero es la misma añoranza: el tiempo quieto, los instantes que se niegan a pasar y se quedan en el grito del sol, es una oda marina que las manchas de nubes anhelan borrar, que la grisura de ese sol con su sangre viva no sabe si apagar o cobijar.
También es otra la luz del sepulcro, es otra la conversación entre tumba y cielo, entre nubes que anuncian una negrura serena y la rigidez de la construcción mística. Pero en esta imagen no hay Dios ni sus designios, o acaso la belleza libre de la composición, la piedra sacra y la cruz, los árboles que vigilan y el cielo, siempre el bello cielo, sean la presencia divina, porque a diferencia de la cruz y la calavera, donde el sol ofrece una claridad sin mancha, en este sepulcro el descanso es también añoranza, hallazgo de una oración dicha con la hierba y las cruces, con la naturaleza integrada al mundo de los muertos.
Alex Dom permite que la luz sea una explosión súbita en las nubes y un trazo nervioso en las ramas. El sitio donde el niño mira la caída del agua es un encierro de piedras y moderación de luz; el muchacho que contempla la elocuencia del árbol es una conversación de seres vivos que se asombran mutuamente. Todo es un recuerdo, todo es un paisaje de añoranza, luz que ilumina y prende como un fuego humilde, luz que da vida al inicio de la sombra, añoranza y nube, pedrusco y lápida, luz que reza y en voz baja nos habla de la nostalgia.