Eve Gil

Las influencias literarias de Rebeca Orozco (Ensenada, Baja California, 1956) no pueden ser más disímiles e interesantes: Herta Müller —“¡no me parezco en lo absoluto a ella, ya lo sé!”, ríe, haciendo alusión al talante crítico y trágico de la Premio Nobel de Literatura 2009—; Juan José Millás, con quien comparte una tendencia hacia la nostalgia, y el japonés Haruki Murakami, al que admira, entre otras cosas, por su pasión por los detalles que, de algún modo, observamos en la prosa de la propia Rebeca, autora de una exitosa novela biográfica sobre Josefa Ortiz de Domínguez, Tres golpes de tacón (Martínez Roca, 2009) y que promueve actualmente una entrañable novela que recrea el México posrevolucionario a través de anécdotas cinematográficas, Amor de mis amores (Planeta, 2011).

“Amo la historia en general, pero sobre todo la historia de México, que es un país que me conmueve y me atrae por sus enormes contrastes, y a partir de ahí puedo hacerme una idea de por qué somos así y entonces siento que remontarnos al pasado nos ayuda a comprendernos un poco más a nosotros mismos”, señala la autora, que antes de estas dos novelas, se distinguió como autora de libros infantiles, modalidad en la que incluso obtuvo importantes premios.

En 2007 obtiene una beca del Fondo para la Cultura y las Artes del Estado de México, que le permite escribir su, por así decirlo, primera novela para adultos que fue Tres golpes de tacón.  “Respecto a Josefa —dice—, siento que había una vacío de novelas sobre ella y las mujeres heroicas en general.”

Amor en la Revolución

Amor de mis amores está conformada por anécdotas que me contaba el padre de Rebeca, Pedro, propietario de un restaurante que, como el de la novela, se llamaba Estudio Café, y se caracterizaba por encontrarse muy cerca de los estudios donde filmaban las entrañables películas mexicanas de la década de los cuarenta y, por lo mismo, tener entre su distinguida clientela a María Félix, Jorge Negrete y Pedro Infante, por citar solo algunos, y “con base en esas anécdotas —dice Rebeca sin dejar de sonreír— armé gran parte de la novela. Naturalmente tuve que realizar una investigación relacionada con el contexto histórico y todo eso. Leí mucho para lograr ponerme en el lugar en el que quería poner a mi lector.”

Aunque la novela abarca varios aspectos de la familia Orozco, desde el momento en que Pedro conoce a la que será su amada Enriqueta (él, poblano, y ella, oriunda de Chihuahua, terminan coincidiendo en la misma calle de la ciudad de México, en plena Revolución), el punto nodal de la trama, que Rebeca evita hábilmente se transforme en drama, es la decadencia del Estudio Café cuando al interior de los estudios cinematográficos inauguran un restaurante de alta cocina que deja en evidente desconfianza al modesto pero acogedor café de los abuelos de Rebeca. Para narrar los pormenores de esta circunstancia, hubo de recurrir al melodrama y no menos al humor.

“Me gusta mucho el cine mexicano —explica Rebeca—, pero en este caso me interesa más desde un punto de vista sociológico. Presté mucha atención al lenguaje, a las gesticulaciones, al origen del drama. En cierto modo estamos hechos de los boleros, del melodrama, incluso el título de la novela es el de un bolero, y la historia en sí tiene relación con el melodrama, porque el caso era mezclar las historias de las películas con la realidad de la historia de mi familia, que prácticamente vivió al interior de ese mundo.”

Y si bien los afamados actores aparecen como personajes incidentales y clientes del restaurante, Rebeca confiesa que originalmente serían los protagonistas de la historia: “Cuando mi padre me contó que mis abuelos tenían un restaurante cerca de los Estudios Azteca, y sus grandes clientes eran los artistas que todos admiramos, vislumbré la novela. Como podrás ver, tengo muchas anécdotas de la familia que de alguna manera tuve que hilar en un argumento con conflicto donde necesariamente entra en juego la ficción. Todos los personajes son reales, pero hasta aquellos que son muy reconocibles para el lector [los actores] pasan por el filtro de mi inventiva. De hecho, originalmente, planeaba que los protagonistas fueran los actores reales, pero a medida que transcurría la novela supe que mis abuelos eran los protagonistas idóneos.”

“Las anécdotas sobre los actores que me narraron mis abuelos me tenían deslumbrada —señala Rebeca, que ha vivido inmersa en el mundo del arte—. Un tío mío me dio unos apuntes sobre el pasado de mis abuelos y eso me permitió retroceder todavía más del instante en que eran dueños del restaurante y partir de la época de la Revolución, cuando se enamoraron y se casaron. Intento mostrar, cómo en cualquier época, las familias mexicanas siempre han tenido que batallar mucho para salir adelante con los gobiernos, que las corrupciones que favorecen a grupos muy reducidos no son para nada nuevas y siempre, por más que cambien los gobiernos, las clases medias y bajas están luchando por el pan diario.”

La singularidad de mi abuela

En Amor de mis amores, por ejemplo, los mexicanos se ilusionaron con la idea de que tener un presidente que no fuera militar sino civil sacaría adelante al país, algo similar a lo sucedido cuando en 2000 se suscitó la llamada “transición” que terminó con 72 años de gobiernos priístas e inició una era todavía más desesperanzadora con el dominio del PAN.

Otro de los personajes clave de la novela es Becky, que en realidad es la madre de Rebeca y era una chica que detestaba, aunque parezca mentira, la cursilería de las películas mexicanas, cuando la cursilería era el leitmotiv [argumento central] de las mismas.

“Ella —dice Rebeca— siempre ha sido muy especial y distinta a las demás mujeres. Su formación era muy católica y es cierto que vio 25 veces Las viudas del jazz, una película prohibida por la Iglesia porque aparece una mujer divorciada. Mi madre se las ingeniaba para meterse al cine pese a las críticas de sus amigas.”

“A mi abuela le interesaba mucho la cocina, pero como un arte —prosigue Rebeca—; era una mujer muy rebelde, y Becky, que heredó su carácter, se propuso que sus hijas, lo mismo que sus hijos, estudiáramos e hiciéramos lo que deseáramos, como en mi caso, que soy escritora, o mis hermanas, una actriz (Regina) y otro músico (Lorena) que fue la compositora de cabecera de las obras de Emilio Carballido. Y ese apoyo a la mujer viene desde mi abuela.”

Por parte de su padre, agrega Rebeca, se incrementó la libertad de los hermanos Orozco para consagrarse al arte: “Mi papá es arquitecto, aunque primero quería ser escultor, pero se fue por lo más práctico. El sí estaba muy sensibilizado por el arte y siempre nos llevó al teatro a escuchar música. Mi mamá solo estudió inglés y se dedicó a la casa. Tengo un hermano arquitecto y otra hermana arquitecta. Nos reunimos a menudo para hablar sobre arte.”

 

www.nuevaeve.blogspot.com