Susana Hernández Espíndola
Custodiado por ocho leopardos de bronce con tocados de plumas, la estatua del último emperador mexica, Cuauhtémoc, se erige en el cruce de las avenidas Insurgentes y Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México.
El 5 de mayo de 1878 fue colocada la primera piedra y nueve años después, en 1887, el monumento fue inaugurado. Fue realizado a iniciativa del ministro de Fomento del régimen porfirista, Vicente Riva Palacio, quien propuso la estatua para honrar al último huey tlatoani mexica.
Al arquitecto Francisco H. Jiménez le fue encargado realizar la peana o pedestal y él integró varios elementos de las construcciones prehispánicas, inspiradas en las edificaciones de Uxmal, Mitla y Palenque. Las lápidas conmemoran los eventos más importantes de la vida del monarca.
La escultura de bronce de Cuauhtémoc, ataviado con traje de gala, un penacho y sosteniendo una lanza, fue obra del destacado escultor Miguel Noreña. La constitución anatómica del emperador provocó algunas críticas, dada su semejanza con las estatuas de tradición grecolatina, con la tilma anudada al clásico estilo romano.
Y a pesar de que el monumento ha sido movido de su sitio original en varias ocasiones, por adecuaciones viales —la última para dejar el libre paso a la línea 1 del Metrobús, en 2005—, Cuauhtémoc se alza, orgulloso de una estirpe indígena, valiente y guerrera.




