En la colonia Santa María la Ribera

Somos la memoria que tenemos
y la responsabilidad que asumimos.
José Saramago


El pasado 29 de abril, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, fue víctima de las pugnas e inocultables rivalidades que se están manifestando dentro de la administración capitalina, cuyo impacto negativo demerita su propia imagen como mandatario.

En el acto de rehabilitación de la Alameda de Santa María y su emblemático Kiosco Morisco, Ebrard se encontró con obras inconclusas, la ingrata sorpresa de la reprobación por un grupo de vecinos, quienes denunciaron el no haber sido tomados en cuenta, y acusaron el faltante de las tradicionales bancas de hierro forjado diseñadas para la efeméride del Centenario de 1910.

Para agravar esta ya de por sí difícil situación, el jefe delegacional en Cuauhtémoc, entidad responsable de los trabajos de jardinería y de mantenimiento del mobiliario urbano del parque, no acudió al evento. Inexcusable ausencia, que fortalece el trascendido del conflicto entre delegaciones y dependencias del Gobierno del Distrito Federal.

Durante la entrevista concedida a los medios que cubrían la ceremonia, y tratando de salvar la situación, el mandatario capitalino afirmó que “el esfuerzo de la ciudad es recuperar este espacio público —refiriéndose al Kiosco— para lo que estamos hoy aquí, y es la recuperación más importante de este lugar en los últimos 40 años”.

Tal declaración, sustentada seguramente en tarjetas informativas generadas en Seduvi, crisparon más el ánimo de los inconformes, pues todos ellos recordaban cuando el 26 de octubre de 2003, Andrés Manuel López Obrador acudió a entregar a la comunidad la restauración del Kiosco, que íntegramente realizó el primer gobierno delegacional electo de la circunscripción en cumplimiento de un compromiso de su titular, Dolores Padierna, con los vecinos.

Es evidente que, por razones políticas, el grupo asesor del jefe de Gobierno prefirió omitir esa información, apostándole a la mala memoria vecinal. Su mal cálculo generó reclamos irrefutables, como el de no haber sido tomados en cuenta, en contraposición con el proceso vivido entre junio y septiembre de 2003 en el que todo acuerdo se tomó en asamblea vecinal y se determinó el acompañamiento de una comisión ciudadana, para vigilar el proceso de adjudicación de la obra a una empresa especializada en el restauro de una pieza arquitectónica de tal relevancia.

Seguramente ningún asesor destacó en una tarjeta informativa que para la comunidad de la Santa María la Ribera, el Kiosco tiene un valor adicional, pues su colocación en 1910 en la colonia fue producto de la solicitud de un dilecto grupo de vecinos encabezados por don Francisco Bulnes, el cual recogió firmas entre las personalidades del aristocrático barrio para acompañar la petición que fue obsequiada por el general Porfirio Díaz a los colonos del fraccionamiento.

Esta acción es la primera manifestación de organización vecinal de que se tenga prueba en la historia de la ciudad y ello constituye un orgullo para quienes a más de cien años viven en la Santa María.

La recuperación de este sentimiento vecinal facilitó en 2003 una sólida vinculación comunitaria que permitió, por ejemplo, la devolución de partes perdidas del monumento  —fundamentalmente de los barandales—, por parte de algunos vecinos que resguardaban secretamente ese material, y que ante el asombro de los funcionarios del INAH y de la delegación determinaron restituirlo como muestra de confianza en el trabajo que se efectuaba, o bien la localización del asta bandera original, cuyo tubo fue localizado en una vecindad de San Cosme, haciendo las veces de mástil del tendedero comunitario.

Parafraseando a Saramago, el Kiosco Morisco es para su comunidad memoria que los hace ser vecinos, y es la responsabilidad que asumieron desde 1910 para velar por él, desconocer lo anterior, o peor aún, ignorarlo por protagonismos estético-urbanísticos y rivalidades administrativas no hablan bien del gobierno de la ciudad.