Hartazgo por las miles de muertes

La manera más rápida de terminar
una guerra es perderla.
George Orwell

La marcha por la paz, organizada en torno a la figura del escritor y poeta Javier Sicilia, tuvo su origen en el cruel e irracional asesinato de su hijo.

Es políticamente incorrecto cuestionar a un movimiento que, por girar en torno a la figura de un padre agobiado por el cruel asesinato de su hijo, en principio hacerlo parece carencia de sensibilidad humana.

No obstante, pienso que debemos darnos una pausa para la reflexión.

El movimiento ha evolucionado de la exigencia de justicia por un cruel e irracional asesinato en Cuernavaca, a uno que cuestiona el uso de la violencia del Estado para combatir el crimen organizado, al menos en los términos en que lo ha conducido el presidente Felipe Calderón.

Los medios de comunicación, electrónicos e impresos, han arropado a la marcha con la paz, pero sin ocuparse de discernir bien a bien cuáles son los reales objetivos de Javier Sicilia y el centenar de variopintas organizaciones que lo respaldan.

Porque si bien es cierto que la marcha caló en el ánimo de sectores sociales, también lo es que apenas es el reflejo de una suerte de hartazgo por las miles de muertes que ha costado la guerra contra el crimen organizado iniciada ya hace casi cinco años.

Desafortunadamente, para contener la violencia que agobia a la república no basta con enarbolar los impecables lemas de “por la paz con dignidad y justicia”.

Pero el problema con los lemas es que simplifican asuntos muy complejos. Y la amenaza del crimen organizado es un asunto muy complejo.

Por esa razón es que el movimiento haya empezado a dejar de ser apolítico, a pesar de las reiteradas afirmaciones de Sicilia y sus organizadores.

Ya se habla de unir a todos en torno a una figura, una suerte de candidato ciudadano, el cual providencialmente deshará el nudo gordiano en que se ha convertido la violencia que se generaliza en la república.

Sin medir las dimensiones de la amenaza criminal, se exige la desmilitarización inmediata, se rechaza la ley de seguridad nacional y se añaden como pilón demandas como “la democratización de la propiedad y contenidos de los medios de comunicación”.

A los medios empieza a serles difícil analizar objetivamente el movimiento, por su alto contenido emocional, pues nace del dolor de un padre que perdió a su hijo.

El movimiento se convierte en una suerte de exigencia de que el gobierno del presidente Calderón corrija su estrategia en la guerra contra el crimen organizado.

No es una exigencia con propuestas realistas, viables, en la situación actual.

A la amenaza del crimen organizado, trágica y sangrientamente real, no se le puede dejar de enfrentar.

En medio de la estridencia de los lemas políticos nadie se detiene a pensar que la amenaza es tal que difícilmente el próximo Presidente de la República puede así de plano ponerle fin a la lucha.

En este espacio de Siempre! se dijo que esa es la herencia del presidente Calderón: una batalla que ya empieza a desgastar el ánimo nacional, pero también una batalla que no puede dejar de librarse.

Con otras tácticas, con programas sociales si se quiere, con nuevos y frescos enfoques, pero el próximo Presidente de la República tendrá que darle su personal continuidad a esta guerra.

Porque quienquiera que sea el próximo presidente sabe que el crimen organizado amenaza el tejido social y moral de la nación.

Y es una batalla que no puede perderse, si no se quiere perder a la nación.

jfonseca@cafepolítico.com