Ave de todas las tempestades
Por doquier le llueve al ingeniero Genaro García Luna. Habiéndole tocado bailar con la más fea —encabezar la policía federal— o sacarse el tigre en la rifa, nadie le da un mínimo de crédito. Y es comprensible, aunque quizá no sea del todo justo. En México, la idea o concepto de policía tiene las peores de las connotaciones. Y las peores calificaciones. Los integrantes de las policías —así como de las fuerzas armadas— provienen de los estratos sociales más bajos, y es en esos cuerpos de seguridad en donde muchos jóvenes —muchos juanes— encuentran una forma honesta de ganarse la vida. Y no son pocos de esos juanes que no sólo obtienen un empleo sino literalmente las primeras letras, el alfabeto. Ante la pobreza de sus regiones de origen, cancelado el futuro, u optan esos jóvenes o por los cuarteles o las filas de la delincuencia. Pero cuidado. Considerar que sólo por tener un origen modesto se es más proclive al crimen y a las conductas antisociales, es racismo puro. La delincuencia se nutre no de clases sociales trabajadoras —obreros y campesinos, aun teniendo éstos una vida muy precaria— sino de ese estrato social que Marx llamara lumpenproletariado: vagos, padrotes, cinturitas, matones, golpeadores, porros, narcotraficantes, pandilleros o “halcones”. Un obrero o un campesino por el solo hecho de tener un bajo salario o carecer de empleo no se pasa en automático a la delincuencia. Y es así porque las clases trabajadoras no se componen de delincuentes.
Pero volvamos al tema policiaco y al vapuleado García Luna. Por centurias, la policía mexicana —por sus formas operativas y de organización— ha estado al servicio del poder y no para servir a la ciudadanía. Ha sido un instrumento de control y amedrentamiento de la sociedad. Con una policía mal pagada, peor equipada y con la sola mística de “pegar fuerte”, el poder ha sometido a la sociedad con robos, extorsiones, golpizas, arbitrarias detenciones y un sinnúmero de violaciones a las garantías individuales. Y la policía ha sido por igual una “caja chica” para el poder, fuente inagotable de recursos económicos, vía la extorsión, cuando no del robo descarado al ciudadano trabajador, al hombre y mujer sencillos de pie.
¿Cómo revertir este pesadísimo lastre? ¿Qué, cómo y cuándo hacer? Es una tarea de titanes y de una voluntad de acero. ¿Es el ingeniero mecánico, egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, García Luna, quien naciera en la ciudad de México en 1968, y quien ha trabajado esencialmente en el área de seguridad nacional, ese titán? Sus muchos críticos —y son muchos— dirían que no. Que él no es ese titán, sobre el que pesan denuncias de malversación de fondos, enriquecimiento ilícito y amenazas a periodistas. Y hasta lo acusan de ser amante de los shows televisivos —dicen que monta videos de sus detenciones policiacas— y hasta de promotor de telenovelas de corte policial.
En la imagen, el titular de la Secretaría de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, durante ceremonia del Día del Policía, el 2 de junio, en el Centro de Mando de la Policía Federal, en Iztapalapa, en la ciudad de México.
Agencia EL UNIVERSAL/Yadín Xolalpa.


