Papi Tayyip ganó la mayoría en el Parlamento


Bernardo González Solano

Por decimoséptima ocasión, desde 1945, los electores de la República de Turquía —casi 75 millones de habitantes, y 50 millones de votantes— acudieron el domingo 12 del presente a depositar sus boletas en elecciones generales para elegir un nuevo parlamento, la Gran Asamblea Nacional, compuesta por 550 diputados para un periodo de siete años.

Más de la mitad de los sufragios

Tal y como indicaban todas las encuestas y análisis, con el 99% del recuento oficial,  el Partido de la Justicia y del Desarrollo, del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, en el poder desde 2002 (originario de Rize, en la costa del Mar Negro, donde nació hace 54 años, hijo de un marino), obtuvo el 50.6% de los votos, lo que significa la mayoría absoluta parlamentaria (326 escaños), aunque no consiguió los dos tercios, lo que le permitiría  cambiar la Constitución, para establecer un régimen presidencialista, sin necesidad de pactar con ningún otro partido.

Por tal motivo, en su primera declaración  ya con el triunfo en las manos, Erdogan aceptó: “Los electores nos han dicho que tenemos que negociar la nueva Constitución”. El dirigente turco es el segundo primer ministro que revalida, por medio del voto, un tercer mandato consecutivo. El anterior fue Adnan Menderes, ahorcado en 1961 tras un golpe de Estado cuando estuvo a punto de alcanzar la cuarta victoria electoral. Erdogan no podrá sufrir la misma suerte porque la ley le prohíbe presentarse a un cuarto periodo.

Lo relevante del caso es que el voto otorgó, de nueva cuenta, la confianza a este islamista moderado bajo cuyo mando Turquía ha triplicado su economía. Al mismo tiempo, las urnas han limitado su capacidad de maniobra al no concederle una mayoría de 330 escaños sobre un total de 550, para definir el cambio constitucional y establecer un Estado presidencialista sin necesidad de negociar con la oposición.

En segundo lugar quedó el Partido Republicano del Pueblo, con un 25.8% lo que le concede 135 escaños. Una bancada nada pequeña, que continuará siendo dirigida por Kemal Kilicdaroglu, el llamado Gandhi turco, que logró para el centro izquierda lo que no pudo su antecesor, Deniz Baykal, en los comicios de 2007, cuando Erdogan consiguió el 47%. De tal forma, Kilicdaroglu ahora podrá imponerse a la vieja guardia nacionalista de su partido y afianzarse en si giro de alternativa laica y socialdemócrata al conservadurismo islámico de Erdogan.

Todos ganaron

En pocas palabras, como en el juego de la perinola, “todos ganaron” en las pasadas elecciones turcas. El Partido de la Justicia y del Desarrollo, en el poder, y la oposición, Partido Republicano del Pueblo, el Partido del Movimiento Nacionalista, y sobre todo ganaron, y en qué forma, los nacionalistas kurdos del Partido de la Paz y la Democracia que, al presentarse como independientes en sus dominios del sureste de Anatolia, sortearon el escollo del 10% para sumar 35 diputados, 15 más que en 2007.

Así, aunque no les agrade, tanto Erdogan como los otros grupos parlamentarios tendrán que escuchar la voz kurda para pactar la nueva Constitución viable.

Así las cosas, los resultados electorales de ambas formaciones de la oposición, segunda y tercera fuerza política respectivamente, garantizan una limitación de poderes hacia Erdogan que dificultarían la puesta en marcha de esa agenda oculta que el Partido del Movimiento Nacionalista asegura tener el primer ministro, cuyo carácter se ha radicalizado en los últimos tiempos a decir de propios y extraños.

De tal suerte, las tensiones internas —en gran medida provocadas por la pretensión de jueces y militares de seguir marcando el paso al poder político— y la congelación del proceso de incorporación a la Unión Europea —bloqueado por Chipre (buena parte del norte de la isla continúa ocupado por tropas turcas desde 1974) y detenido por Francia y Alemania— han condicionado el segundo mandato del gobierno del islamista moderado Erdogan.

Al respecto, Mehmet Yegin, experto investigador de la Organización de Investigación Estratégica Internacional puntualizó: “Incluso algunos de sus partidarios [de Erdogan] reconocen que Recep Tayyip ha adoptado un perfil más autoritario en los últimos años, forzado por la polarización política de la sociedad, dividida entre sectores laicos y religiosos… Y precisamente la falta de una alternativa real de poder, a causa de la debilidad de la oposición, es la principal carencia del sistema democrático turco”.

Opinan los analistas

Mustafá Kutlay, otro experto de la Investigación Estratégica Internacional, precisó en Ankara: “Erdogan se afianzó como líder cuando resistió las presiones de las Fuerzas Armadas y derrotó al sistema oligárquico, que controlaban los militares y el aparato burocrático del Estado al ganar el referéndum de reforma constitucional de septiembre del año pasado… Turquía es hoy un país muy diferente al que recibió el Partido de la Justicia y del Desarrollo. Cuando llegó al poder en 2002, la economía estaba al borde del colapso, con un producto interno bruto de 232 mil millones de dólares. Tras un desarrollo espectacular, el PIB ha superado en 2010 los 742 mil millones de dólares y las exportaciones se han triplicado hasta alcanzar los 132 mil millones de dólares”. Los analistas de la propia organización afirman que Ankara ha ido ocupando el vacío dejado por Estados Unidos o Rusia en la región para, de la mano de una pujante expansión comercial, convertirse en una potencia emergente frente a países vecinos.

No hay que olvidar que Turquía es el país del Oriente Medio que sirve de punto de unión entre Europa y Asia; 97% de su territorio (774, 820 km2) se encuentra en Asia y, del otro lado del mar de Mármara, 3% en Europa. Estambul, donde viven alrededor de 12 millones de personas es un lugar único donde los turistas occidentales se pierden en un ambiente donde la cultura asiática sorprende en todo momento.

Aclarado el punto, ya que los estatutos de su partido limitan la permanencia de Erdogan al frente del gobierno a tres mandatos consecutivos, Recep Tayyip deberá dejar el cargo en el año 2015. Para entonces ya habrá finalizado la presidencia de su correligionario en el Partido de la Justicia y del Desarrollo, Abdulá Gül, designado por el parlamento en 2007, para un periodo legal de siete años.

Con miras al 2014

En estas condiciones, nada debería impedir que Erdogan, amo absoluto de su partido, pueda optar en 2014 a ser elegido, directamente, presidente de Turquía, esta vez con plenos poderes ejecutivos constitucionales. Previsiblemente, el líder islamita moderado podría aspirar a dos mandatos consecutivos de cinco años cada uno.

De ser así, los carteles de su reciente campaña en Estambul y otras ciudades turcas —en los que se rindió verdadero culto a la personalidad, pues aparte de las calles, se apoderó del tiempo en la radio y la televisión—, volverían a representar el eterno sueño por el poder, que afecta a todos los dirigentes políticos: occidentales, asiáticos, africanos y de todas partes. El sueño implícito de los carteles de campaña: seguir en el poder en el hito histórico de 2023, se complicaría. Puede ser que sí, puede ser que no.

Por lo pronto, el resultado de los comicios dominicales del 12 de junio se convirtió en la crónica de una victoria anunciada descrita por numerosos factores: soberbios resultados económicos, la tasa de crecimiento alcanzó el 8.9% en 2010, gestión reconocida en numerosos municipios en manos del Partido de la Justicia y del Desarrollo; excelente manejo diplomático de Ankara, considerada, asimismo, como una potencia regional e internacional.

El Partido de la Justicia y del Desarrollo  logrsos dovaó expresar los profundos movimientos de la sociedad turca favoreciendo la aparición de nuevas categorías sociales. Sobre todo, los “Tigres de Anatolia”, “piadosos” empresarios que se imponen como un nuevo segmento de la burguesía turca cuyos intereses se encarnan en la política desarrollada por el Partido de la Justicia y del Desarrollo.

Estas evoluciones modifican los paradigmas tradicionales de Turquía en detrimento de las viejas élites kemalistas —adjetivo derivado de Mustafá Kemal Ataturk (1881-1938), general y político fundador de la República de Turquía, que occidentalizó y modernizó el país imponiendo autoritariamente sus reformas: un código civil reemplazó la legislación coránica, la poligamia fue abolida, la enseñanza del Estado permitió la adopción del alfabeto latino, los nombres y patronímicos fueron occidentalizados así como la vestimenta; se le considera el Padre de la Turquía moderna—, que constituyeron la columna vertebral de la edificación republicana.

Zonas oscuras

El cuadro de los éxitos del Partido de la Justicia y del Desarrollo, brevemente reseñados, no debe minimizar las zonas oscuras. Los buenos resultados económicos no han reducido las profundas desigualdades sociales que persisten, e incluso se han agravado. Algo similar sucede en las desigualdades regionales.

Aparte de que Erdogan tendrá que desbloquear las negociaciones de adhesión con la Unión Europea, en el campo de la represión de la libertad de prensa su principal problema son los más de 60 periodistas que están en la cárcel —más que en China, que ya es decir—, y que la diputada nacionalista kurda, Layla Zana, haya sido condenada a 15 años de prisión por hablar en kurdo ante el resto de los parlamentos de la Gran Asamblea Nacional.

Pese a todo, el llamado popularmente papi Tayyip, nacido en cuna humildísima, que pudo estudiar el bachillerato en un seminario islámico y después en la Universidad de Márma; alcalde de Estambul, diputado y posteriormente primer ministro, tratará de llegar a la presidencia turca y permanecer en ella durante mucho tiempo. La democracia es así.