Angelina Martín del Campo
Como ésta es una reunión festiva, me otorgo yo misma el permiso para hacer una mescolanza muy sui géneris, de algunas anécdotas de Luis Zapata con la lectura de una cartita que envió un amigo francés para esta ocasión y que yo traduje para ustedes.
Este amigo, cuyo nombre es G.D. es de los que según yo, son muy entrañables para Luís. Y creo esto, porque en algunas ocasiones los escuché cantar juntos. Recuerdo un viaje memorable en el que iban Arturo Viveros, G.D. y L.Z. Estos tres alegres compadres no paraban de cantar sino para comer, nadar o dormir, aunque a veces también canturreaban nadando. Para mí, esa es la prueba contundente del afecto que les ha tenido L.Z. Quiero contarles además, que G.D., que en algún tiempo fue profesor de Cultura Francesa, aquí en la Fac., se convirtió, en un curioso escrito de L.Z. en un personaje autor.
Muchos saben que L. estudió Letras Francesas y se recibió de Lic. en Letras Modernas con una tesis sobre literatura de la Edad Media. El tema de su tesis era: “Chrétien de Troyes, una nueva propuesta amorosa”.
Luis, antes de concluir sus estudios formales, quiso entrenarse la mano cuando participó en un seminario de Lit. Medieval semiclandestino -pues no estaba autorizado por la Coordinación de Letras- el seminario se llamaba El paracletito como un humilde homenaje al filósofo Abelardo y su Paracleto. Los integrantes de! seminario, además de los alumnos, eran profesores de diferentes colegios y casi son todos los que aparecen como dedicatarios del texto de L. del que les estoy hablando. Pero, ahora me pregunto, ¿por qué Luis no puso a todos los profesores?. Misterio.
Entonces, como les decía, L. se decidió a poner en práctica sus conocimientos de Edad Media y escribió un ensayo sobre un texto inexistente que bautizó como El libro del Caballero Gauvain. El escrito de Luis fue publicado por la Revista Siempre en el suplemento México en la cultura cuando lo coordinaba José Joaquín Blanco en una sección nombrada “De cal y de arena” (yo añadiría y de chusqueces).
En su ensayo, Luis toma como pretexto la figura de un caballero de la Mesa Redonda y lo vuelve protagonista de un relato inédito inventado por él mismo y al que le adjudica como autor a G.D. Lo más simpático de este asunto es que algunos medievalistas de la Fac. mostraron gran entusiasmo por el hallazgo de L.Z. y preguntaban dónde podían conseguir El libro del Caballero Gauvain.
Pero Luis también tuvo la osadía de remitir en su bibliografía a muy connotados medievalistas citando algunos de sus célebres tratados y únicamente aumentándoles algunos apartados inexistentes. De tal modo que su ensayo cumplía con los más rigurosos principios de la escolástica y la erudición.
Cito a Luis.
“Poco conocido y sorprendentemente casi pasado por alto por los estudiosos, Le livre li chevaliers Gauvains (escrito en los primeros años del siglo XIII) es, sin duda, una de las novelas más importantes de la literatura francesa de la Edad Media.”
Luego habla del supuesto autor y dice:
“Su autor, Guilhem des Euses es seguramente originario del sur de Francia (su nombre, equivalente occitano de Guillaume, y la insistencia en utilizar su lugar de origen dentro del mismo lo demuestran”.
Entonces e! autor supuesto de esta superchería literaria de un autor real, es un profe amigo de L., quien profético sigue diciendo:
“Se supone que vivió durante mucho tiempo en la corte de Champaña… Lo único cierto es que llega a manejar el dialecto champañés con tal maestría y originalidad que logra superar a muchos escritores de esa región contemporáneos suyos”.
Y en realidad, G.D. trabajó algún tiempo en Reims, capital mundial del champaña, y esa maravillosa bebida le suavizó más el carácter y le hizo hablar muy bien el champañés.
La mistificación estaba a punto de ser descubierta cuando una colega alemana erudita, miembro del Seminario citado, checaba la supuesta bibliografía y ésta no le cuadraba.
Entonces L. le confesó que se trataba de una broma al estilo Borges, o Max Aub o tantos otros, y ella pasó del estupor a cierto malestar por no haber adivinado a tiempo y luego a la hilaridad, festejando el hecho como leal participante del Paracletito.
Con placer voy a seguir leyéndoles algunos párrafos rnás de este delicioso texto, con los que podrán darse cuenta cómo L. se retrata de cuerpo entero. Dice L.:
“Le livre li Chevaliers Gauvains es, quizás, un libro que no tenia por qué haber sido escrito. Como Gauvain es el caballero perfecto… su valor no tiene por qué ponerse a prueba”.
Más adelante, cito:
“El viaje de Gauvain no es sólo un recuento sino también un viaje sentimental: conoce la sexualidad y descubre una alternativa al amor cortés”. Más adelante: “Gauvain descubre el placer sexual y se entrega a él; no de manera exclusiva, pues no descuida sus deberes ni olvida su proyecto original de enfrentamiento consigo mismo. Como continuamente viaja, sus compañeras son diferentes en cada ocasión, sin llegar nunca a humillarlas o a utilizarlas”.
Para finalizar L. indica que el texto está incompleto como otros textos medievales y luego afirma:
“… no siempre el proyecto del escritor resulta previsible, menos aún en el caso de Guilhem des Euses, cuya individualidad queda manifiesta a lo largo de toda la novela, constituyendo un ejemplo, si no excepcional… sí estimulante, como en cualquier caso en que una literatura innovadora y original se erige como posibilidad subversiva frente a su época y su sociedad”.
Hasta aquí la primera parte.
Ahora voy a leerles las verídicas líneas del profe real G.D. quien como preámbulo me dijo:
“Estoy pensando en ese joven paje de 60 años que como pintor colorea sus páginas y luego las firma con el nombre de LZ. Voy a enviarte unas líneas, creo que las hice por el solo placer de poner por escrito mis sentimientos por Luis. Son palabras gratuitas y libres, para él, para ti y para mí.
Sigue el breve texto de G.D. al que tituló
“Luis y el oxímoron”.
¿Cómo fue que el oxímoron se convirtió en una palabra de moda? Aquí en Francia, hace algunos años sólo había ojos para esta figura. Todavía hoy la practican algunos, pero de manera más discreta. Indagando, indagando, descubrí que la frenética frecuentación del oxímoron o alianza insólita de palabras, en los salones intelectuales del siglo XX tardío, estaba ligada a los estudios sobre la edad barroca. Se trataba entonces de un manejo erudito y universitario, de familiares del griego y la estilística, con el fin de caracterizar un período en que las oposiciones o la relación de antónimos daban como resultado obras divertidas y trágicas, vigorosas y ligeras a la vez. Como dice la ilustre profesora mexicana Helena Beristáin, la predilección que los barrocos tenían por esta figura se debe a que “producía efectos de misterio, profundidad y densidad estilística fundiendo en una expresión experiencias diversas u opuestas…”
¿Edad barroca? No voy a dar una lección, ya que además soy incapaz de hacerlo, pero tomo el ejemplo más famoso de oxímoron en la literatura francesa que se enseña a los niños desde la escuela primaria; se trata de la famosa “oscura claridad” que se encuentra en el Cid de Corneille.
Sólo que a mí, que viví durante algún tiempo en un país en gran parte árabe, este oxímoron precisamente me suena de manera implacable como si el Cid dijera: “hay que dejar a todos los moros occisos” De pronto recuerdo que moro o morisco son palabras cristianas, y que los aludidos se nombran a sí mismos de otra manera. Recupero pues la calma, y además, gracias al indestructible Campeador, de repente pienso en Luis Zapata, a la vez paje de un caballero y caballero de un paje.
¿Acaso él mismo sería el ejemplo de un oxímoron ambulante? Le dejo que pondere la palabreja con la música que más le plazca. Oxímoron, que en parte es como la caricia de un gato que ronronea, pero a la vez como un meta! sobre el que se vierte un ácido para rasparle el herrumbre.
Luis, paje y caballero del paje y paje del caballero: Además, en esta alianza de palabras, se es joven y viejo, gentil y malicioso, escritor y cineasta, ángel y demonio, delicado y astuto…. La lista no tiene fin, el único interés que le encuentro es que me hace llegar a! nombre de Luis Zapata. ¿Un nombre? Más aún, un rostro y una mirada, un cuerpo. Una vida, una obra que me deleita y que aprecio.
Por fin descubro (fin-comienzo) que el oxímoron es una quimera tan hermosa como las sirenas, cubiertas de escamas rígidas y piel tersa; veo al vampiro bebiendo té con leche, veo a un ser masculino femenino y escritos que son palabras habladas (arte del diálogo, lo oral escrito, se atreve a decir el ignorante pedante que oxímoronea en correo electrónico. Veo a Luis y lo abrazo en el momento mismo en que escapa y retoma.
Guilhem Dezeuze.