Juan Antonio Rosado

El interés de estas reflexiones radica sólo en determinar qué es arte y su diferencia con la artesanía, ya que aún persisten malos entendidos al establecer los límites. No creo que esté de más tratar de deslindar brevemente estos fenómenos. Sé que se trata de un tema polémico, pero la idea es abstraer, llegar a una síntesis de cada categoría. Para ello, propongo unas “definiciones” que intentan vislumbrar límites. La cuestión del gusto personal, del efecto o impacto estético que produce la obra en un espectador, queda fuera de estas líneas. Por su parte, la industria puede ayudar a la difusión de los dos fenómenos o, por el contrario, “competir” con ellos con productos emanados de los estudios de mercado, aunque también es posible conciliar ambos fines (el estético y el comercial).

Lanzo esta “definición”: hacer arte es expresar o representar un tema, una emoción, una situación o cualquier objeto del mundo real, onírico o imaginario, a partir de una intención y una motivación, utilizando la forma como vehículo para que esos temas, emociones o situaciones —ya transfigurados por la imaginación y la razón— lleguen al espectador o lector, de una manera eficaz o verosímil. En esta definición, destaco los prefijos ex (fuera de) y re (volver a). El arte es único, insustituible; puede reproducirse mediante la industria, pero la obra original es irrepetible. Acaso el arte tuvo una intención original, pero cuando es percibido, el espectador captó otra. Dice Arnold Hauser: “El arte sólo tiene algo que decir a quien le dirige preguntas; para quien es mudo, el arte es mudo también”, lo que se relaciona con el problema de la interpretación y del efecto que una obra causa a determinado lector o espectador, pero también con su competencia cultural. Asimismo, la obra puede producir los efectos, emociones estéticas o funciones sociales que desee, independientemente de si son o no captados por alguien: desde el horror, el llanto, la risa, el desconcierto, la excitación, el asco, el miedo, hasta la indignación, la crítica a un modelo de conducta, a una actitud política, el conocimiento de algún hecho histórico o actual, de alguna tesis o postura ideológica o filosófica, etcétera. También puede darse el caso de que la motivación original se pierda, pero la imaginación y la razón —al servicio del fondo, y con la conciencia de que fondo es forma— intervienen a fin de lograr una forma adecuada para expresar el fondo que se desea, en un estilo que es, al mismo tiempo, reflejo de una subjetividad (o subjetividades) y producto de un procedimiento y técnica adecuados al tema.

Por el contrario, realizar artesanías es tomar un modelo o un diseño predeterminado (o tomarlo directamente de alguna obra artística) y reproducirlo o imitarlo muchas veces, cada una con escasas variantes. Puede haber una artesanía susceptible de convertirse en arte con el trabajo minucioso de la forma (el vehículo por excelencia de la expresión), pero si este trabajo no se realiza, el objeto permanece a nivel artesanal, como parte de un conjunto de objetos hechos de la misma manera, como ocurre con esas novelas que parten de un esquema probado (por ejemplo, el cuento de la Cenicienta como modelo de muchas telenovelas). De la artesanía (manual, pero producto de un afán colectivo), se pasa a la industria cuando el reproductor del modelo o diseño predeterminado es una máquina o una fábrica, y no interviene en absoluto la subjetividad, ya que, a menudo, el modelo o esquema único emana de la mercadotecnia, de los estudios de mercado. Se habla de la industria de la telenovela, aunque puedan existir telenovelas artísticas, como algunas de la TV española. También se vuelve industrial lo que se vende mucho, sea arte o artesanía. Es verdad: la industria tiene la capacidad sobrante de ser un medio para difundir el arte o la artesanía (lo han probado las reproducciones de pinturas o la industria editorial), pero en sí misma, la industria no es ni arte ni artesanía, aunque haya productos meramente industriales que se hacen pasar por “arte” (un ejemplo: ciertos cantantes que se contentan con mantener esquemas rítmicos, melódicos y literarios porque ya está probado que venden).

Volviendo al arte, así como la artesanía puede tomar de éste algunos motivos, el arte también tiene la posibilidad de apropiarse de un motivo o tema artesanal o folklórico (incluso llevado a nivel industrial). Mediante el trabajo de la forma, ese motivo se transforma en arte (lo hicieron Béla Bartók, Manuel M. Ponce, Revueltas o Heitor Vila-Lobos con temas populares). Si la artesanía tiene la posibilidad de apropiarse de elementos del arte y, por medio de la vulgarización o popularización, convertirlos en artesanía, asimismo es posible que un artista —si lo desea— tome algo de otra obra de arte y, por medio de la parodia, el pastiche, el trabajo de una forma distinta o de un tratamiento diferente, elabore otra obra. En este caso, hablamos de influencia, pero puede existir la posibilidad de que el artista no haya conocido directamente el modelo con que se asocia su creación. Tal vez lo conoció a través de otro artista o de un intérprete (o crítico), o quizá llegó a él por sí mismo. En este caso, hablamos de coincidencias, de modos similares de percibir el mundo, de sentimientos afines. Yo prefiero hablar de contextualidad (pictórica, musical, literaria, arquitectónica, gastronómica, escultural, dancística, cinematográfica…) para agrupar obras similares, aunque los artistas no se hayan conocido jamás o no hayan tenido contacto con las obras del otro, ni recibido influjo directo.

En este texto no se pretendió ejemplificar con casos concretos: ello ocuparía mucho espacio. La evocación de telenovelas, cantantes o compositores del nacionalismo musical fue necesaria para aclarar ciertos pasajes, pero el objeto de este ensayo fue sólo abstraer, sintetizar. Los ejemplos pueden surgir de cada caso propuesto. Si algún ejemplo no se adecua a los casos descritos, me aventuro a afirmar que no pertenece a ninguno de los tres fenómenos descritos (arte, artesanía o industria).