Del presidente Calderón

 

Estoy confundido, lo confieso con cierto rubor: acostumbrado a tratar temas de alta política desde Las Vegas, Palo Alto o el Vaticano, no sé si esta vez el llamado del presidente Calderón al Congreso para que convoque a un período extraordinario de sesiones, fue hecho durante alguna escala entre sus viajes o desde la residencia oficial en Los Pinos.

En fin, su desacertado discurso en la Universidad de Stanford dejó muy mala impresión a un público desangelado que escuchaba distraído las peroratas en contra de un pasado con lo que quiere justificar los excesos de su gobierno. Los universitarios estaban más bien distraídos con un avión que sobrevolaba la escena desplegando en el aire una manta-recordatorio por los cuarenta mil muertos que lleva el presidente en su cruzada, como él la llama, recordando tal vez las bonitas expresiones de Francisco Franco.

En cuanto regresó al país, he aquí que en el cotidiano discursito su objetivo fue nada menos otro poder, el Legislativo, que mal haría en aceptar la intromisión del jefe del Ejecutivo en su agenda de trabajo.

Signo de buena voluntad, el Pleno de la Permanente dio entrada a la solicitud de Calderón para que se convoque a un periodo extraordinario de sesiones a efecto de que los diputados discutan y en su caso dictaminen nueve reformas que ya fueron aprobadas por el Senado, pero que se encuentran pendientes de análisis y dictamen en la Cámara de Diputados.

Si este periodo de sesiones llega a convocarse, se hará bajo premisas diferentes a las que el Presidente señala: es necesario revisar aquellas que interesan a la nación, y no únicamente las que enumera el mandatario en su afán de desviar la atención de la opinión pública sobre los problemas de fondo para tratar de salvar su menguada figura y la impopularidad que reflejan las encuestas, con declaraciones mediáticas susceptibles de armar polémicas vacías; sobre todo, eludir su responsabilidad y trasladar a las cámaras legislativas la culpa sobre su incapacidad para lograr acuerdos con las fuerzas políticas del país.

Los tiempos del Poder Legislativo son de la estricta incumbencia de sus integrantes y mal hace Felipe Calderón, que tantos problemas de primera magnitud ha dejado a la deriva, en presionar para obtener rápida resolución a las reformas que interesan más a su gestión y a su partido.

Sobre todo ahora, cuando el rumbo de la nave del Estado parece irremediable perdido y los amaneceres del 2012 ya no tendrán tintes azulados…