El país helénico, endeudado y en crisis social


Bernardo González Solano

Grecia está acorralada. La incógnita reside en saber si la antigua Europa, representada ahora en la Unión Europea, hará acto de presencia  oportuno frente a la tragedia griega. Tal parece que los clásicos helénicos escribirán sus dramas en los días que corren. Unas por otras, la crisis que afecta a Atenas ha originado tétanos en el resto de los miembros de la Unión Europea, por lo menos esa es la impresión que muchos analistas han señalado.

 

Opina Le Monde

El título del editorial del periódico parisiense Le Monde del viernes 17 de junio da la medida de la crisis: “Salvar a Grecia a toda costa”; el primer párrafo dice: “Salvar a Grecia, sí, ¿pero cómo? Las divisiones europeas sobre la tragedia a seguir para evitar que la economía griega no se vaya a pique saltan a la vista. Lo que se dirime en esta discusión no es menor: se trata del futuro de euro y de la propia Europa”. Nada más, nada menos.

En principio, el asunto es claro. El plan de salvamento de 110 mil millones de euros, adoptado en mayo de 2010, hace poco más de un año, por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para ayudar a Atenas a superar sus dificultades financieras, no será suficiente. Dirigentes europeos y el Fondo Monetario Internacional se inclinan ante el problema.

En el aspecto político hay determinación de salvar, por segunda ocasión, el hijo enfermo de la zona euro. Por lo menos esa es la impresión que se detecta en París, en Berlín, en Bruselas y en Frankfurt, donde se encuentra el Banco Central Europeo. Nadie rechaza la necesidad de impedir, cueste lo que cueste, que Grecia zozobre. Está en juego la integridad de la moneda única y de Europa en general.

A contrarreloj, el gobierno griego trata de cerrar la crisis política que impide poner en práctica las nuevas medidas de austeridad (propuestas por la Alemania de Angela Merkel, sobre todo), que se consideran imprescindibles para poner a flote tanto los préstamos internacionales inmediatos como un plan más ambicioso para que Grecia salga de su grave problema fiscal.

De tal suerte, la crisis de la deuda griega se empeoró el pasado mes de abril cuando el Fondo Monetario Internacional —a la sazón todavía en manos del ahora vituperado economista francés Dominique Strauss-Khan— anunció su rechazo a aportar su parte del quinto pago del rescate ante la previsión de que Atenas fuera incapaz de cumplir sus compromisos en 2012.

 

Reparto de las ayudas

En este complejo proceso de las ayudas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y otras instituciones bancarias, en la reunión de Luxemburgo —una de las grandes capitales financieras mundiales— donde la Unión Europea decidiría (los días domingo 19 y lunes 20 del presente mes), qué parte de la factura corresponde a los bancos, y el domingo 19 los ministros de Economía de los países de la Unión Europea aplazaron 24 horas su decisión sobre el quinto tramo de ayudas de 12 mil millones de euros —de los que 3 mil 300 corresponden al Fondo Monetario Internacional— que deberían entregarse a finales de junio para evitar males mayores.

Por cierto, el jueves 30 de junio el Fondo Monetario Internacional debería haber elegido al sustituto o de Strauss-Khan.

Los números que se manejan ahora para el segundo rescate de Grecia oscilan entre los 118 mil y los 128 mil millones de euros, que incluyen nuevos fondos (20 mil millones de euros), privatizaciones (28 mil millones de euros), participación del sector privado en la reestructuración (de 25 mil a 30 mil millones de euros) y el dinero no desembolsado del rescate inicial (45 mil millones de euros).

Así las cosas, la iniciativa de Luxemburgo por parte de los ministros de economía resultó especialmente polémica en la República Federal de Alemania, que es el principal contribuyente con casi el 30% de las ayudas que exige la participación de los bancos en la reestructuración de la deuda griega y ha desatado nuevos torbellinos en los mercados en los últimos días.

La contribución privada destapó las diferencias entre Berlín, proclive a una reestructuración ambiciosa y obligatoria, y el Banco Central Europeo —que por coincidencia también cambiará de dirigente en los próximos meses, siendo el favorito un economista italiano, incluso aceptado por la propia Merkel— favorable a una solución voluntaria, más suave, que en ningún caso suponga la falta de pago por parte de Atenas.

Desde el punto de vista que se vea el problema heleno, casi toda la resolución de la crisis es extraordinario. Cumbre extraordinaria en el ducado de Luxemburgo, mientras que en el agitado parlamento heleno se debate para llegar a una moción de confianza para el primer ministro, Yorgos Papandreu, que recién renovó su gobierno al tiempo que pierde apoyo en la calle.

 

Presión germana

Hay algo que se repite una y otra vez: el ministro de Finanzas germano, Wolfang Schäuble, compareció en la tarde del domingo 19 en una conferencia de prensa en la presionó a Grecia, que debe sacar adelante, en plena crisis política y social, un nuevo y draconiano plan de austeridad por 78 mil  millones de euros, incluyendo recortes de gastos, alza de impuestos y un ambicioso —y sobre todo polémico— programa de privatizaciones.

Con la permanente sospecha de Berlín por la ruta que seguirán los acontecimientos en la antigua Grecia, el ministro Schäuble advirtió: “Depende de Grecia tomar las decisiones necesarias para que podamos estar seguros de que va a cumplir con sus compromisos”.

Situación nada bonancible para Papandreu que desde hace semanas ha perdido el control de las manifestaciones populares en las calles de Atenas y de muchas otras ciudades helenas.

Pero los “socios” en la Unión Europea y el apoyo en el Fondo Monetario Internacional no dan marcha atrás en la nueva oleada de austeridad, a la que califican como imprescindible para liberar el quinto tramo del plan de ayuda a Grecia —y así permitir a Atenas pagar los vencimientos de la deuda en el próximo e inmediato verano— y para activar las negociaciones para un nuevo plan de rescate, que incluirá más euros y la participación del sector privado en la reestructuración de la gigantesca deuda.

La realidad es imperiosa. En su desastrosa situación, Grecia no tiene  muchas opciones. El gobierno y el pueblo helenos necesitan imperativamente el segundo rescate. Con una deuda equivalente al 150% de su producto interno bruto, una tasa de desempleo del 15.9% y una economía que no se revitaliza, no se necesita ser sabio o experto en finanzas públicas para saber el camino a seguir.

En el momento de escribir este reportaje estaban reunidos en Luxemburgo los ministros de finanzas de Unión Europea. El propósito de la reunión era desbrozar el terreno para la cumbre de los 27 los días 23 y 24 de junio. La emergencia es permanente. El miércoles 15 de junio pasado, en los mercados financieros los peligros de contagio bancario hicieron caer tanto el euro como las bolsas de valores.

 

Dos tesis encontradas

Dos tesis se enfrentan sobre los medios de aliviar a Grecia del peso de su enorme deuda (350 mil millones de euros). La primera, defendida por Berlín, privilegia la reestructuración de la deuda griega, lo que conduce a anular una parte de la misma y pasar la carga a los acreedores privados.

La otra tesis es defendida vigorosamente por el Banco Central Europeo, con el apoyo de Mario Dragi, que en poco tiempo sustituirá a Jean-Claude Trichet a la cabeza del Banco Central Europeo, que la repitió el martes 14 de junio frente al Parlamento Europeo: dejar a Grecia recurrir a la suspensión de pagos correría el peligro de provocar una onda de choque comparable a la que sucedió después del hundimiento del banco Lehman Brothers en 2008, “la quiebra más costosa de la historia”. Conviene, por tanto, dicen los analistas, continuar financiando a Grecia y evitar toda reestructuración de la deuda.

No obstante, la postura que privilegia la reestructuración de la deuda, como ya se ha dicho defendida por la “dura” Merkel, no carece de méritos. Pedir a los bancos privados que paguen su cuota del caos griego tiene una dimensión moral: que asuman sus consecuencias quienes en el pasado financiaron a Grecia más allá de toda lógica. Es comprensible que los electores de los Estados del norte de Europa estén cansados de pagar por un país que está en un callejón sin salida. Resta, además, el argumento quirúrgico: se extirpa el tumor y se empieza de cero o casi.

 

Caída profunda

En esta ocasión, como en otras, hay que mirar más lejos. Apagar el incendio no será bastante: la crisis es profunda y la hoguera revivirá en cuanto sople el viento. Una vez que reestructure su deuda, Grecia siempre tendrá necesidad de financiarse en los mercados para llegar a fin de mes. ¿Quién le prestará, a qué tasa? Crear este precedente, se pregunta el editorial de Le Monde, ¿no incitaría a Irlanda, España o Portugal a reclamar idéntico trato?

Además, y esto es trascendental, ¿qué credibilidad podría contar la zona euro, lejos aún de ser una realidad completa?

En fin, editorializa el famoso periódico francés: “Tiene razón el Banco Central Europeo. Sólo las respuestas a largo plazo pueden arrancar el mal de raíz. Se trata de seguir ayudando a Grecia, vigilando de cerca sus reformas y la puesta en marcha de sus medidas de austeridad. Y, sobre todo, hay que reinventar la gobernanza económica y presupuestaria de la zona euro”.