Patricia Gutiérrez-Otero y Javier Sicilia
Una cosa es segura:
que hemos de cumplir con nuestro deber
y dejar en manos de Dios todo lo demás.
M. Gandhi
¿Qué nos mueve para actuar? Muchas veces el miedo o la avidez; otras, la ambición; pocas, el profundo deseo del corazón que se liga con lo que Gandhi llamó “la búsqueda de la Verdad”. No una verdad abstracta, filosófica, dogmática, universal, sino la verdad concreta que se encuentra a través del contacto con la realidad y con la capacidad de entrar en uno mismo para escuchar lo que el Mahatma llamó: “la vocecita interior”.
Gandhi no fue un ser “iluminado de nacimiento”: trató de ser un dandy mientras estudiaba Leyes en Inglaterra, hasta darse cuenta de que la estaba regando. Ese Gran Hombre descubrió lo que tenía que hacer cuando sufrió la humillación de ser maltratado como indio en Sudáfrica, tierra de discriminación. Ahí empezó su “despertar”, y se rebeló contra el orden establecido de una manera inaudita: no atacándolo, sino desobedeciéndolo y sufriendo castigo por ello, incluso la cárcel: sufriendo en sí la violencia del otro para despertarlo. Después de Sudáfrica, optó por vestir como lo hacían los de la casta de los intocables en India, los harijans, que él interpretó como los “hijos de Dios”, y recorrió el territorio de su país para palpar, sentir, oler, ver, la situación de sus compatriotas: todo lo vivido en ese gran periplo no quedó en la superficie: Gandhi entró en sí mismo para escuchar qué debía hacer en esa situación particular.
Mohandas Karamchand Gandhi leyó al cristiano ortodoxo ruso Leon Tolstoi, ahí se acercó a los fundamentos éticos del cristianismo. El hacendado Tolstoi, propietario de tierras y de hombres, en nombre de la fraternidad humana quiso disolver la inequidad entre terratenientes y siervos-esclavos. Ese gran ideal de fraternidad humana, en la que todos tienen derecho a lo mismo y obligaciones hacia lo mismo, caló en el alma sensible y acogedora del hindú. El discurso en la montaña no le fue indiferente. Su gran deseo de verdad le hizo cuestionar uno de los grandes fundamentos del hinduismo: la existencia de las castas y, en particular, la de la casta intocable, la más baja reencarnación dentro de lo humano. En realidad, igual que Ieshúa (Jesús), Gandhi cuestionó el establecimiento ideológico de su religión. Ambos fueron asesinados por lo mismo. Fueron aniquilados por romper el orden establecido, por atreverse a retarlo, por decir que otro mundo es posible, por poner en duda principios del funcionamiento del status quo, incluso el religioso. Recordemos aquí la memoria de dos hombres de gran honra en el mismo sentido: Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por hacerse pobre con los pobres a través de la realidad —actual santo de la Iglesia Anglicana, pero no de la Católica—; e Ignacio Ellacuría, gran jesuita, de origen español, masacrado con otros lúcidos y entregados miembros de la Compañía de Jesús en el Salvador, por defender a los seres humanos, su integridad y su liberación.
Para terminar, podríamos decir que la gente de “poca monta” ha sido y es partícipe fundamental de las grandes propuestas y que entre ellos hay muchos asesinados y vilipendiados: José, Betty, Óscar, Luz, Juan, Lupe, Alegría, Jary… Gracias a todos los que han dado su vida para que los otros osemos vivir en libertad. Gracias a los que se atreven a cuestionar sus ideas y formas de vida para que todo sea para todos.
Además, opinamos que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se libere a los prisioneros políticos, se limite a las transnacionales en México, se investiguen los crímenes impunes, se detenga la guerra de baja intensidad contra indígenas, se frenen las campañas televisivas del miedo, se salve a Wirikuta y que nos activemos como sociedad civil porque estamos hasta la madre.