Avila y Encinas
“¿Alguien anotó las placas del trineo tirado por renos que arrolló (la noche del miércoles 15 de junio) a Eruviel Avila?”. La ironía —referida al transporte del mítico Santa Claus, personaje con que se identifica a Alejandro Encinas, presumible responsable de tal atropellamiento— fue subida al twitter por el doctor Gerardo Esquivel, prestigiado economista del Colegio de México, en los primeros minutos del jueves 16 de junio, apenas terminado el debate de candidatos al gobierno mexiquense que transmitió el canal 2 de Televisa bajo la conducción de Joaquín López Dóriga.
El tweet ni siquiera mencionó al otro contrincante, Luis Felipe Bravo Mena, con la intención deliberada —alcanza a inferirse— de significar que el panista fue borrado del intercambio televisivo por el priísta y el perredista.
Debatir, en su significado de discutir o disputar sobre una cosa o idea, es algo inalcanzable en formatos televisivos que llevan en su escencia una restricción de tiempo, que ya se conocen y son previsibles y que, además, bajo presión de las exigencias de equidad de los contendientes, llegan a ser rígidos y hasta aburridos.
Tales formatos, en todo caso, permiten debatir más en el significado de altercar o guerrear, que es para lo que en realidad alcanzan. De ahí que en debates televisivos como el referido, así como el del 20 de mayo con Denise Merker y los organizados por el instituto electoral mexiquense el 9 de junio (el de las chapitas de Eruviel) y el del 22 de junio, cuarto y último, sea un error estratégico profundizar en el debate de una idea y asumirse como el personaje propositivo y descalificar al que ataca.
La televisión apela a las emociones, no necesariamente al cabal entendimiento. Lo que queda, por tanto, en la memoria de las teleaudiencias de debates político-electorales, es la esgrima verbal que pone en evidencia al contrincante y lo opaca o el ataque inteligente sin agresión u ofensa; no el que profundizó en ideas proposiciones específicas, menos aún si fueron superficiales. Los panistas Diego Fernández de Cevallos (frente a Ernesto Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas) y Vicente Fox (ante el mismo Cárdenas y Francisco Labastida) lo sabían y lo usaron en su beneficio. Pero en el caso de los debates por el Estado de México, Bravo Mena ni discutió ni altercó, nunca pudo, siquiera, incorporarse bien a bien como parte contendiente. De manera que los cuatro debates fueron entre Eruviel y Encinas.
El perredista se sacudió la insistente perorata panista de que recibe órdenes de Andrés Manuel López Obrador, que permitió el bloqueo de Reforma, que no respetó las instituciones, que defendió a un narcodiputado y que es un mentiroso respecto a su residencia, para concentrarse en Eruviel que es al que, por ser puntero, debe arrebatar las preferencias que le dan las encuestas. Y el priísta, aferrado en que él es el candidato de las propuestas, no pudo atajar la acusación —que por cierto Encinas deberá probar si no quiere quedar como difamador— de que en su campaña hay dinero de Jorge Hank Rhon.
Así las cosas, los cuatro debates mostraron, en general, a un Bravo Mena nervioso, a un Eruviel seguro con la ventaja que le dan los millones de pesos invertidos en la imagen de Enrique Peña Nieto y un Encinas simplemente contento, divertido.
Limitarse a definir el ganador de un debate televisivo lleva a una actitud reduccionista que impide apreciar los alcances del ejercicio. En vez de preguntarnos: ¿quién ganó?, deberíamos plantearnos: ¿quién cumplió los objetivos que se propuso?
Eruviel, quien a una semana de las elecciones sigue puntero en las encuestas con poco más de 50 por ciento de las preferencias electorales, muy por delante de sus contrincantes, se propuso eludir los ataques y no caer en provocaciones, de ahí su insistencia en mostrarse como el candidato de las propuestas que, bien a bien, nunca hizo. Pero su objetivo era no ver afectada su holgada ventaja y al parecer lo consiguió.
Encinas, segundo lugar en las preferencias con 19 por ciento, se planteó arrebatar algunas preferencias al puntero pero evitar que se le acercara más el que le sigue los pasos, en este caso Bravo Mena, quien sigue con 12 por ciento de las preferencias. Por eso Encinas atacó al priísta y se sacudió al panista. Y todo indica que también consiguió su objetivo.
Bravo Mena, por su parte, era el más obligado. Su objetivo era bajar a Encinas porque en la elección de próximo domingo el segundo lugar importa, ya que tendrá implicaciones en las presidenciales de 2012. El panista estaba obligado, en la consecución de ese objetivo, a señalamientos contundentes memorizables por el electorado (el “hoy, hoy, hoy” de Fox, el “me dijo mariquita” de Labastida o el que le enderezó Encinas al decir que iba a debatir con “lo que queda del candidato del PAN”) para figurar en el debate y aspirar a remontar el tercer sitio. Todo indica que no lo consiguió.
No olvidemos, sin embargo, que no siempre gana la elección quien mejor se ve en los debates o quien cumplió sus objetivos estratégicos. Ya estamos en la cuenta regresiva para saber, bien a bien, a quien elegirán los mexiquenses y el impacto de ese resultado en las presidenciales de 2012.
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