Patricia Gutiérrez-Otero y Javier Sicilia

La especie humana es la única
que puede ser no-violenta.
Mahatma Gandhi

Gandhi partió de algo que se traduce como “firmeza en la verdad”, no verdades dogmáticas o ideológicas, sino la verdad que uno encuentra a través del contacto consigo mismo y con la realidad. Gandhi se refería a ella como la “vocecita interior”. Él quería ser fiel a lo que esa voz le decía e insistía en que si alguna vez esa vocecita contradecía algo que él había dicho antes, lo cambiaría, sin embargo, hasta ese momento nunca había sucedido. Para él “la verdad es Dios”.

A partir de su experiencia y de su lectura del Ramayana, el Manusmriti, el Bhagavad-Gita y “El Sermón de la Montaña” en los Evangelios cristianos, así como de su acercamiento al pensamiento de Tolstoi, Gandhi llegó a dos principios básicos: la ahimsa y el satyagraha. La ahimsa quiere decir no dañar a ninguna criatura viviente de ninguna manera. “Por otro lado —dice el historiador, activista y estudioso gandhiano, Pietro Ameglio— la plena dimensión activa de la no-violencia se encuentra en “la fuerza de la verdad”, llamada satyagraha (satya: verdad; agraha: firmeza)”. Es una fuerza que se coloca en el plano de la ética. La fuerza de la verdad es superior a cualquier otra. La satyagraha no quiere sojuzgar, sino llegar al corazón del adversario, en el que hay siempre una huella de bondad.

Retomamos a Pietro Ameglio (Ixtus, número 40): “las formas más usadas para adoptar esta fuerza impugnadora fueron la no-cooperación, la desobediencia civil y el ayuno; todas anunciadas primeramente de manera pública y con escalas diferentes de intensidad en la confrontación”. Sin embargo, llegar a este tipo de actividad exige una templanza adquirida por el ejercicio sobre sí mismo.

Ameglio dice: “La caracterización de la resistencia como pasiva —no ejecutar ciertas órdenes— o activa —movilizaciones o violaciones directas de la ley o de una orden—” es romper con la cooperación con un orden que no corresponde a la verdad entrevista. “La no-cooperación boicotea orden o ley, pero no la infringe, mientras que la desobediencia la impugna directa y abiertamente”. Todo esto se lograba con la adhesión de gente llamada satyagrahis: un ejército de personas ligadas al servicio, la castidad, la moderación, el vegetarianismo, el automantenimiento y la modestia en el vivir.

Si las autoridades y otros —incluida la buena gente que no quiere involucrarse para no tener problemas— no responden desde su corazón al llamado de la Caravana de la Esperanza, si no logran derruir sus conceptos y sus egoísmos y su “imaginario neoliberal”, el pueblo, fraguado en el dolor ancestral y actual, podrá volverse satyagrahi y, pagando el precio, seguir con la firmeza de la verdad. A ellos se unirán los que tengan la conciencia y la voluntad trabajadas para renunciar a sus beneficios.

Además, opinamos que se respeten los Acuerdos de San Andrés, se libere a los prisioneros políticos, se limite a las transnacionales en México, se investigue los crímenes impunes, se detenga la guerra de baja intensidad contra indígenas, se frenen las campañas televisivas del miedo, se salve a Wirikuta, lugar sagrado de los más excluidos, y que nos activemos como sociedad civil.