Judith Torrea/Autora de Juárez en la sombra

Eve Gil

De todos los libros que se han publicado sobre Ciudad Juárez, y que los periodistas tenemos la obligación de leer, ninguno me había tocado tan íntimamente como Juárez en la sombra. Crónicas de una ciudad que se resiste a morir (Aguilar, México, 2011), y es que, a diferencia de la gran mayoría de autores que han abordado este tema tan sensible, su labor no fue de entrada por salida: Judith Torrea eligió quedarse a vivir en esta ciudad de incendios y cadáveres en las calles que parece condenada a convertirse en una ciudad fantasma.

Y muchos de sus amigos van muriendo conforme avanza la lectura, y ninguno de ellos, por cierto, pertenecía al crimen organizado.

Juaritos me fascinó

Los inocentes de Juárez mueren ya sea en lo que tan pomposamente llaman “fuego cruzado” o porque los alcanza una bala sin blanco definido o porque el propietario de un negocio se ha negado a pagar “cuota” a uno de los policías federales que pululan como aves de carroña entre la gente honesta y trabajadora o simplemente “porque sí”, como sería el caso de los chicos que se divertían sanamente en una fiesta, bajo vigilancia paterna, detalle que se le escapó a Felipe Calderón cuando, sin más, acusó a los chiquillos de pertenecer al crimen organizado.

Yo cubrí por nueve años espectáculos en Nueva York y durante otros cuatro cubrí la política del alcalde Michael Bloomberg —señala Judith con inequívoca sonrisa de felicidad: sí, aunque parezca mentira, es feliz en Juaritos, como afectuosamente la nombra—. Pero hace 14 años, cuando pisé Ciudad Juárez por casualidad, disponiéndome a pasar a Austin, para disfrutar de un año sabático… ¡quedé fascinada! Regresé a Nueva York, pero siempre que podía volvía a Ciudad Juárez, y ya para entonces estaba crítica la situación, pero yo quería estar allá no solo por instinto periodístico, también porque es muy fácil encariñarse con su gente. Como reportera de espectáculos en Nueva York me tocaba asistir a algunas fiestas, pero para entonces yo ya estaba tan compenetrada con la situación de Juárez que me daba rabia ver a la socialité consumiendo alegremente cocaína y otras drogas, y los empecé a increpar: «¿Tienes una idea de cuántos mexicanos pobres-pobres tienen que morir para que tú te atiborres de eso?»”.

El deber del periodista

Según lo documenta Judith en Juárez a la sombra…, la respuesta habitual a su grito desesperado era: “¡Judith, Judith! No hablemos de cosas serias. ¡Brindemos por México!”.

“¿Cuántos inocentes de Ciudad Juárez deben inmolarse para que éstos consuman un gramo de cocaína? —insiste Judith, cuya sonrisa va tornándose amarga—. Yo siempre me he preguntado que cómo es posible que una frontera tan vigilada permita el paso a las armas desde Estados Unidos con que actualmente se asesina arteramente a los ciudadanos mexicanos. ¿Cómo es posible que Ciudad Juárez haga frontera con la segunda ciudad más segura de Estados Unidos, que es El Paso? Cuando eres periodista consideras que tienes el deber de hacerte todas estas preguntas y contar las historias de esas personas que no tienen cómo defenderse. Darles la voz que los políticos se niegan a escuchar. Inevitablemente estamos con los que sufren, que son los que le dan sentido a nuestro trabajo.”

Nada qué perder

Judith está habituada a trabajar. De jovencita cuidó niños y lavó baños, y nunca imaginó que terminaría cubriendo la sección de espectáculos de una revista neoyorquina, mucho menos que se enamoraría de la ciudad más peligrosa del mundo, con un amor más allá de la mera vocación periodística.

“Nada tenía qué perder. Tengo 39 años, no soy casada ni tengo hijos. Bueno, sí, tengo a mi familia en España, pero está a salvo allá. Por eso me cayó muy mal, la última vez que fui allá y ver todas esas caras largas por la falta de empleo que padecen los españoles no es nada comparado con lo que sufre la gente de Juárez. Y yo por Juárez, siento un amor con mucho dolor, que es el único caso en que se justifica amar sufriendo. Debo señalar que me encanta el mundo del espectáculo, que disfrutaba mi antiguo trabajo, pero no cambio Nueva York por Ciudad Juárez. A pesar de que en Nueva York tenía un trabajo estable, además de muy bien pagado, mientras que en Juárez, quizá a consecuencia de la crisis, nadie quería comprarme mis artículos. Decidí entonces abrir un blog y publicar todo cuanto registraba.”

El blog, que se ha convertido en el más visitado del mundo, se titula Ciudad Juárez a la sombra del narcotráfico, y la dirección es http://juarezenlasombra.blogspot.com

Judith Torrea nunca imaginó que por ese blog ganaría dos de los más prestigiados premios de periodismo digital a nivel mundial: el Ortega y Gasset y el BOB-Reporteros sin Fronteras 2011. Este último lo irá a recoger a Alemania en julio.

“Siempre he pensado —dice— que cuando haces algo con verdadera pasión, como es mi caso, el alimento te cae del cielo”, y vuelve a sonreír como al principio de la entrevista. Lo que no aclara Judith es que parte del premio Ortega y Gasset lo donó a Casa Amiga, fundada por quien fuera su gran amiga, Esther Chávez Cano, que ganó muchas batallas pero perdió la más vital contra el cáncer.

Formación de reporteros

Actualmente, nuestra entrevistada se encuentra formando a ciudadanos de a pie como reporteros. Algunos de sus alumnos han muerto en el camino, pero ella no ceja en su empeño, y es que considera que nadie mejor para informar acerca de la situación de Ciudad Juárez que aquellos que la padecen en carne propia.

“Cuando te apasionas por el periodismo —dice—, eres capaz de soportarlo todo, incluso de transformar el miedo. Lo que te mueve es lograr que el mundo se entere de lo que está sucediendo y se solidarice con tu causa, incluso que suceda algo que remedie el problema, aunque a lo de Ciudad Juárez no le veo solución por el momento, no con los políticos y empresarios que padece México.”

“Este libro —prosigue la periodista— es, ni más ni menos, un grito de auxilio. De ahí la dedicatoria: «A mi querida Juaritos, que me enseñó a vivir». Es una guerra en la que todos son víctimas, desde los civiles inocentes hasta los sicarios. Un amigo mío, uno de los pocos médicos que quedan en Juárez, me dice que cuando se acerca a los cuneros le duele preguntarse cuántos de esos bebés tan bellos terminarán siendo sicarios. Sin lugar a dudas, los únicos beneficiados con esta guerra son los políticos y los empresarios.”

“La gente de Juárez —agrega— siempre me ha brindado su mejor sonrisa, siempre está allí para darme ánimos. Es increíble. Acabándole de matar al vecino, al amigo… ¡al hijo!, ahí está, preocupada por mi bienestar, checándome por el celular para ver si estoy bien. En Juárez aprendí, entre otras cosas, a valorar la vida y a disfrutar intensamente cada minuto, por respeto a los que ya no pueden porque les ha sido arrebatado ese derecho fundamental. Nunca dejará de sorprenderme que conserven los juarenses esa alegría de vivir, que todavía sonrían.”

Judith no puede revelar mucho de su vida privada por seguridad, pero evidentemente no vive sola: “Me gustaría, pero en esta situación es imposible. En Nueva York no vivía en Manhattan, sino en Harlem, y no niego que a veces lo extraño, pero esto, insisto, no lo cambio por nada. Sé que es difícil de creer, pero así es.”

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