Barata comercial


Se dice que, en estos tiempos, la Presidencia de la República se encuentra en plena barata y que, por ello, hay muchos que se están lanzando a conseguirla, tal como sucede con aquellas baratas comerciales que los grandes almacenes realizan en horarios dizque incómodos pero que, en realidad, duran todo el día.

Sin embargo, en el fondo lo que está en barata es la candidatura de algunos partidos, precisamente los que no la tienen segura. Así como en los Estados Unidos del año 1960 casi nadie quería ser candidato demócrata por considerar invencible a Richard Nixon y sólo se animó John Kennedy quien ganó hasta para sorpresa propia, hoy la candidatura panista parece barata, a partir de la suposición de que es una carretera que no lleva ni llega a ningún lugar.

Los propios norteamericanos vivieron su peor abaratamiento político en la elección de 1964. En ese año, ese noble pueblo tuvo que acudir a las urnas para soportar el dolor de tener que elegir entre Lyndon Johnson y Barry Goldwater. Pero, además del dolor, el de sufrir la humillación de la vergüenza porque si esos eran sus candidatos fue en virtud de que no había más de donde sacarlos. El verdadero fondo del drama es que, en ese oscuro momento de su historia, esos eran sus mejores hombres.

Así es la inconstancia de la historia. Así es la veleidosidad del destino, el cual en ocasiones se nos brinda con generosidad y a manos llenas mientras que, en otras, nos regatea sus favores y se nos vuelve miserable. Porque todos los pueblos, sin excepción alguna, han transitado por ambos pasajes. El de la luz y el esplendor así como el de la sombra y la tiniebla.

De manera deliberada o accidental, aunque se diga que ya se acabó el “tapadismo”, el Presidente de la República ha dado el banderazo y con ello se ha iniciado la carrera por la sucesión presidencial. Por el PRI, apuntan a Enrique Peña y a Manlio Fabio Beltrones. Por el PRD, aparecen Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador. Por el PAN, se anotan Ernesto Cordero, Alonso Lujambio, Javier Lozano, Josefina Vázquez Mota, Santiago Creel, Emilio González y Heriberto Félix.

Se me ha dicho que hay muchos  que no suenan o que no tienen ninguna posibilidad. No es una razón valedera. Solicito un ejercicio de memoria para recordar que un año antes de su postulación no sonaba ni se le auguraba ninguna posibilidad a Adolfo Ruiz Cortines, a Adolfo López Mateos y a Ernesto Zedillo. Vamos, seis meses antes de su postulación, muy pocas personas hubieran apostado siquiera la mitad de su quincena por el triunfo de Vicente Fox o de Felipe Calderón.

Por último, algunos han descalificado, por falta de méritos, a la mitad desde la primera lectura. Me parece que esto es  una temeridad. En México y en todos los países democráticos hay tiempos en que asumen la presidencia hombres dotados de inteligencia, de experiencia, de carisma, de liderazgo, de proyectos, de estilo, de oficio, de alteza y hasta de magia. Pero, también, hay tiempos en que han asumido la presidencia hombres batidos de estupidez, de novatez, de repugnancia, de frivolidad, de crueldad, de mentira, de inmoralidad y hasta de pestilencia.

Todo lo que he mencionado de bueno y de malo no es propiedad exclusiva ni monopolio de un solo partido ni de una sola generación ni de un solo país.

Sin embargo, no deja de ser útil para los aspirantes y para los espectadores tener muy en claro los ingredientes con los que se construye un presidente, o por lo menos un candidato, para no caer en confusiones o en desbarrancos. Un presidente se construye con siete elementos. Con inteligencia, que puede ser prestada. Con experiencia, que también puede prestarse. Con dinero, que puede ser prestado. Con sentido de la oportunidad, que tiene que ser propio. Con entendimiento de las circunstancias, igual que el anterior. Con seguidores activos de verdad, no simpatizantes pasivos ni convenencieros abusivos. Y con suerte, casi sin límites.

El que no tenga inteligencia, experiencia, dinero, oportunidades, circunstancias, seguidores ni suerte, tendrá que entender que no está jugando sino jugueteando y que no debe ni deben creérsela. El que juega al Turista o al Monopoly debe estar consciente de que no es viajero ni millonario sino, tan solo, un mero jugador.

 

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