La riqueza que escrituró el diablo
Petróleos Mexicanos, monopolio en toda la extensión de la palabra, es la única empresa en el mundo que tiene pérdidas. Dueño absoluto del mercado petrolero mexicano, sin nadie que le compita, Pemex, aun así, está en la quiebra. Es mayor su deuda que su valor en libros. Es el resultado de un manejo que por años privilegió la política —o mejor: politiquería y demagogia— que el mercado.
Pemex es no la caja chica del gobierno, sino la caja grande de donde ha vivido el país entero. Pemex sirve lo mismo para un fregado que para un barrido, y viviendo de la renta petrolera —negocio de viudas— los mexicanos no han emprendido las reformas —costosas y dolorosas— para que se hubiesen ya liberado del lastre petrolero.
Pemex, herencia revolucionaria, no ha encontrado en los gobiernos panistas —tan malos como sus antecesores— la brújula o el hilo rojo.
Hoy el presidente Calderón dice que las reservas de hidrocarburos e inversión han aumentado en Pemex. Es probable que así sea, pero no es suficiente. La nación requiere cambiar de rumbo y dejar la industria petrolera como forma de financiar su desarrollo. La riqueza de los pueblos no está más en las materias primas, sino en el conocimiento y en la industria de las telecomunicaciones.
Los países avanzados lo son no por lo que hay en el subsuelo, sino por lo que el conocimiento produce.
En la imagen, el presidente Felipe Calderón visitó la plataforma de perforación Centenario, para aguas profundas, en Veracruz.
Agencia EL UNIVERSAL