Beatriz Pagés

 

A todo presidente, primer ministro o mandatario se le conoce por su equipo. Winston Churchill, con el que gusta compararse Felipe Calderón, incorporó a su gobierno una serie de profesionales que fueron determinantes para enfrentar la Segunda Guerra Mundial.

A diferencia de ese “cuarto de guerra”, cuyos integrantes estaban dedicados y concentrados en evitar el derrumbe de la Gran Bretaña, el gabinete mexicano ha estado conformado por nonatos aprendices que hoy consideran tener méritos de sobra para convertirse en presidentes de México.

Creen ser merecedores de eso y de más, a pesar de haber llevado al país a los niveles más bajos de crecimiento y a los índices más elevados de pobreza. Se sienten los elegidos cuando son coautores del escandaloso fracaso que ha tenido el calderonismo en materia de seguridad. Cuando son parte de una administración que, por su ideología dogmática, inseguridad y falta de oficio, han operado más como facción que como gobierno.

Esta especie de crazy babies —chicos o bebés locos—, que hoy rodean al Presidente, han abandonado o pasado a segundo plano sus responsabilidades como secretarios de Estado para comenzar a disputarse entre ellos la candidatura de Acción Nacional a la Presidencia de la República.

El espectáculo es deprimente, aunque, como bien lo declaró en alguna ocasión la diputada Josefina Vázquez Mota, también se acerca, en ocasiones, al mundo de la comedia.

¿Por quién empezamos? ¿Por un secretario de Hacienda que vive en un mundo opuesto al de Mafalda? Es decir, que responde, con todo y ser joven, a las ideas e intereses de una doctrina económica mundial conservadora, ya decadente que sólo ha sabido fabricar pobres y que evidentemente por su naturaleza fundamentalista carece de autocrítica y sentido de la realidad.

Ernesto Cordero ha tenido que corregir en dos ocasiones sus declaraciones. Ambas, están relacionadas con su particular visión de la pobreza en México. Sacadas o no de contexto por los medios, la esencia es lo que importa. A la opinión pública le queda claro que el joven Cordero forma parte de posturas muy cuadradas y que desconoce a qué sabe la realidad nacional.

¿Quién es el siguiente? ¿Javier Lozano, secretario del Trabajo? Quienes lo conocieron como priísta dicen que se trataba de un hombre sin estridencias, pero que quedó así, resentido con el PRI, cuando no pudo ser candidato al gobierno de Puebla.

El caso es que Lozano pretende ganar la candidatura del PAN a la Presidencia en forma muy sui géneris o cuando menos sin precedente en la historia nacional: como “guardaespaldas político” o vengador callejero del Presidente de la República.

Se cree, sin duda, el héroe de la película, un Terminator que lo mismo utiliza la fuerza del Estado para aplastar sindicatos y disolver paraestatales como Luz y Fuerza del Centro que para contribuir a desaparecer empresas históricas como Mexicana de Aviación.

Su más reciente comparecencia ante la Comisión Permanente del Congreso es una oda a la bravuconería y a la negación de la política. No acudió el secretario de Estado, ni el abogado, sino un “fajador” amenazante que al recurrir, como acostumbra, a la zoología dijo sentirse como “perro arrinconado”.

Semanas antes había declarado que él era el gallo. No especificó de quién o de qué gallinero, pero se puede deducir que de Los Pinos.

En su estilo va implícito el fracaso de la reforma laboral, cuya complejidad exige tener en la Secretaría del Trabajo a un funcionario con sentido social, a un verdadero negociador y no a quien sólo importa mostrarse como el mejor pugilista de Calderón.

La diputada Vázquez Mota ha exigido a su partido reglas claras para contender internamente por la candidatura a la Presidencia y si las ha pedido es porque, seguramente, no las hay y porque Calderón se ha limitado abrir el corral para poner a competir a sus crazy babies.