Yolanda A. Ledesma Camargo
No voy a hacer un recuento de la obra de Luis Zapata, sólo me permitiré recordar que su novela más famosa, El vampiro de la colonia Roma, fue publicada hace más de 30 años. Es curioso que para algunos académicos esta novela parezca ya no tener vigencia, es decir, ya pasó su tiempo, ya no está de moda, y me pregunto ¿cómo una obra maestra puede pasar de moda? En cambio, recientemente en la Universidad Autónoma Metropolitana un profesor de Sociología hizo de entrada una encuesta a sus alumnos de nuevo ingreso y preguntó quién había leído El vampiro de la colonia Roma y sorpresivamente se alzaron tres nada tímidas manos.
Yo, por mi parte, voy a destacar algunas características del estilo de Luis a partir de una sola novela: En jirones, pero que pueden aplicarse a muchas de sus obras. Elijo En jirones, en primer lugar, porque es mi novela favorita de Zapata y, además, porque fue el tema de mi tesis de licenciatura. Ese trabajo me permitió detectar, en parte, en qué consiste la maestría estilística de Luis Zapata.
Es obvio que uno de los géneros literarios aún vigentes es la novela y que, como sucede casi siempre con las grandes creaciones del arte, la mayoría de sus autores deciden hacer de lado las supuestas reglas canónicas y se dejan llevar más bien por el puro placer de narrar. Pero hay muchos modos de satisfacer ese placer y eso marca la diferencia entre los diversos escritores que eligen temas semejantes, como por ejemplo, las miles de maneras de narrar una pasión amorosa, que es el objeto predilecto de los exámenes y las críticas de la literatura moderna, según Octavio Paz.
A fin de cuentas, de lo que se trata para un buen escritor como Luis Zapata es utilizar el recurso o convención más adecuado para realizar lo que se podría denominar un “ejercicio rigurosamente literario”, y el de Luis, del cual me estoy ocupando, permite que el lector entienda con claridad en qué consiste la pasión amorosa en la que se da una interdependencia entre lo real (el sexo); lo imaginario (el Eros) y lo simbólico (el amor).
En jirones, según yo, es una ficción que desarrolla los temas del amor pasión y el sexo consciente con sus dosis de Eros mediante la forma del género literario.
Esta novela es la sexta entre las obras publicadas por Zapata. Terminada en 1984, la entregó a una editorial que no se animó a publicarla, por lo que Zapata se dirigió a otro editor, que también, como comentó alguna vez Luis, “le sacó al parche”; finalmente Posada, ya desaparecida, la publicó. Lleva cuatro impresiones y muy buenas críticas, entre las cuales tal vez sea la mejor la que hace José Joaquín Blanco en el prólogo a la edición de Conaculta. Blanco afirma que se trata del libro más radical de Zapata, donde narra “el enamoramiento y el desamor a través de la historia de los cuerpos”, es decir, “qué le pasa a la carne al enamorarse brutalmente y cómo la carne se destruye en el desamor”.
Sabemos que a Luis le gusta la experimentación, pero yo puedo afirmar –porque he leído todas sus novelas—que es uno de los escritores más conscientes de sus fines y de sus medios. Como En jirones es una historia de amor típica con erotismo y sexo, como lo son, según otra vez Octavio Paz, las verdaderas historias de amor, para explorar esos aspectos elige la forma más adecuada que le permite, al mismo tiempo, la expresión más justa. Por eso, consciente de que narrar las fluctuaciones, vacilaciones e irresoluciones de su protagonista, no puede hacerse en un discurso horizontal como en una novela tradicional, se decide a darle a la narración la forma de diario, que le permite un discurso hecho jirones, que, como cualquier discurso de enamorado, tiene, según Roland Barthes, mucho de novelesco.
En la novela En jirones vamos a leer el registro exhaustivo concerniente a la relación amorosa entre Sebastián y A.
En la parte Uno, que se intitula “Diario de un enamorado”, el protagonista describe el encuentro y disfruta del jugueteo inicial del enamoramiento. Aún tiene cierto control de la situación.
En la segunda parte, intitulada “En jirones”, aunque según yo toda la obra tiene la forma de diario, se describen los estragos de la depresión y el proceso de sufrimiento causado por la relación.
Hay diversos reencuentros y la separación definitiva. El protagonista se va precipitando al caos y ya no se preocupa por narrar coherentemente, por lo que el texto puede parecer deshilvanado.
Vayamos con el protagonista. Para empezar, su nombre es elegido deliberadamente para remitir a una imagen mítica para los homosexuales, pues San Sebastián es un mártir de la pasión.
Es obvio que a Sebastián lo conoceremos por lo que hace y piensa a través de la mirada del autor, sin olvidar que en el juego de la ficción el propio personaje es quien reporta todo.
El lector sólo conocerá a Sebastián en una situación límite que no es duradera y que se caracteriza por su irracionalidad al irse enamorando. Conocemos, pues, parte de la historia de Sebastián: su amor por A. Lo que se va sabiendo de él por sus acciones o palabras no lo define en su totalidad, aunque la novela así lo haga sentir debido a la intensidad de la narración. Sebastián ofrece el perfil típico del enamorado, está consciente de “esa sensación que caracteriza inconfundiblemente el enamoramiento, una alegría mezclada con ansiedad”.
Pero sabemos que cada enamorado, aunque se comporte como los otros, tiene su personalidad propia, lo que matizará el comportamiento de Sebastián y lo hará distinto. Por un lado es único, por otro, forma parte de todos los que se azotan cuando se enamoran. La ocupación, el oficio de Sebastián, tiene que ver con las letras, es culto, le encanta el cine (allí encuentra a A.) y conoce las principales teorías psicoanalíticas y todos los psicofármacos de moda.
La realidad de su enamoramiento lo impulsa a iniciar un diario donde va a llevar el recuerdo de los placeres y angustias de su estado. Por ejemplo, dice en algún momento, “escribo para combatir la ansiedad”.
Al elegir la forma diario, Sebastián se asume como su único lector y tal vez tiene la ilusión de que con esa escritura entenderá todo cuando la relación haya terminado, o bien, es como si pusiera sus esperanzas en un método de control que le permita circunscribir lo que le ofrece la relación amorosa, aunque la escritura del diario sea intermitente, como cuando dice: “La necesidad de escribir se había apagado” (p. 107) o, en otra parte: “Dejo de escribir unos días. La felicidad no necesita ser consignada” (p. 105).
Parece, pues, que cuando se siente uno feliz no dan ganas de escribir. Pero para el estado habitual de Sebastián, la disforia, la escritura es esencial, incluso cuando en la etapa final de su relación se da cuenta de que ya no tiene sentido escribir el diario, sigue escribiendo, dice, “para hacerme pendejo, en pocas palabras” (p. 241).
Sebastián se la pasa haciéndose preguntas obsesivas, hipótesis, suposiciones, está al acecho de los signos que le indiquen cómo anda su relación, por ejemplo cuando dice: “Presiento, la lucha volverá a empezar”.
Al argumentar incansablemente lo que va sucediendo, se llega a dar cuenta de la reiteración, el estancamiento, la “circularidad cada vez más agobiante de la espiral con su engañosa apariencia de evolución, de infinitud” (p. 271).
Observarse constantemente hace de Sebastián un ser lúcido como pocos, aunque su lucidez a veces parezca despiadada, por ejemplo, cuando se da cuenta de lo difícil que es el otro y que cada cual tiene su mundo. “Prácticamente, dice, ignoro todo sobre él” (p. 73) y también afirma: “Aquí el único pendejo soy yo”.
Les voy a dar una muestra de los vocablos que en la novela se asocian con la pasión: presentimiento, cansancio, nostalgia, rencor, azote, nerviosismo, miedo, temor, soledad, angustia, inquietud, ansiedad, confusión, necesidad, fugacidad, incertidumbre y, en raras ocasiones, felicidad, cursilería, lascivia, deseo.
Es sintomático que los vocablos que más se repiten son: temor, miedo, terror, confusión y nerviosismo.
Pero, según yo, el lector va a darse cuenta de que el quehacer más relevante de Sebastián no es amar, como se esperaría de alguien tan apasionado, sino escribir. Por ejemplo dice: “¿Por qué todos mis pinches actos deben tener un corolario de palabras?” (p. 49) y también: “ociosa, esta necesidad de querer anotarlo todo” (p. 56). Me pregunto: ¿no será que Sebastián se ha buscado una relación que de antemano sabe que será desastrosa para entonces disfrutar de la escritura?
La escritura va a permitirle a Sebastián hacer alarde de todo lo que sabe: literatura, música, cine, psicoanálisis, asuntos del lenguaje, multiplica los códigos culturales de diversos registros, hace observaciones estilísticas sobre su propia escritura, como la multicitada frase: “El amor es la ruptura de la sintaxis, la prosa fácil, todas las torpezas del estilo. El analfabetismo de los sentimientos” (p. 40).
Además, se permite arranques líricos que descontextualizados pueden parecer cursis, por ejemplo: “Pinche A., te desprecio, puta, puta, puta, mil veces puta” (p. 148) y así, en muchas ocasiones, pasa con toda naturalidad del lirismo a lo más prosaico.
Y en un autor como Zapata, considerado obsceno, causa sorpresa descubrir que a su personaje lo invista con dotes de moralista y lo ponga a hacer lúcidas observaciones acerca de los fines y actitudes del ser humano. Tales observaciones son de índole general que Sebastián puede aplicar a su causa particular, por ejemplo dice: “La reflexión aniquila los sentimientos” (p. 98) o cuando se pregunta “¿La pérdida de la esperanza no es de alguna manera garantía de cierta tranquilidad?” (p. 223) o “el amor exige casi siempre una compensación de angustia” (p. 144) o la extraordinaria observación: “Las vergas paradas gratuitamente no apuntan hacia ninguna dirección” (p.162). Y, según yo, uno de los rasgos más interesantes de esta novela es el paso de lo serio a lo risible, como si el autor de esta obra, para no destrozarle el corazón a sus fans y no se sientan hechos jirones como Sebastián, desplegara su famoso sentido del humor negro. Ejemplos hay innumerables, como cuando Sebastián se autocensura y dice: “Esta mentalidad chaquetera de anotar los contactos sexuales con A” (p. 22) o “La vida a veces se apendeja” (p. 62) o “Rechazo su filosofía de Cancionero Picot) o “Asumiendo el melodrama” (p. 83), etcétera. ¡Cómo me gustaría que alguien se decidiera a hacer una buena tesis doctoral sobre el humor de Zapata!
También Zapata estructura la organización interna del texto de acuerdo con cada estado de ánimo del protagonista o su disposición para comentar, narrar, quejarse, etcétera. Incluso hace estilizaciones visuales necesarias para articular la forma y el acto de escribir, de tal manera que el lector perciba con claridad el sentido de la aventura de Sebastián y se identifique con ella.
Pero la audacia de Luis va más allá: realiza juegos virtuosos con la duración de la narración. Véase el número de líneas o páginas para expresar cabalmente lo que siente, por ejemplo, un renglón que se repite incontables veces: “Viene, cogemos”.
Pero la joya de este virtuosismo estilístico en esta novela está constituida por cinco facetas, como un diamante, y en cada una de esas cinco secciones narra de manera diferente lo que sucedió cuando A. le dijo a Sebastián que se iba a casar.
Debo anotar que las variantes se dan también en todas sus novelas con la descripción del sexo activo, que a muchos de los que son poco asiduos a su obra les molesta, pues piensan que es pura reiteración obscena y, lo peor, ¡se trata de sexo entre hombres! Pero yo creo que no leen con atención y no se permiten detectar el interés de Zapata por contar siempre lo mismo, pero siempre de otro modo.
En resumen, entre los procedimientos que Zapata emplea en esta novela sobresalen a mi entender:
• Códigos culturales de amplio registro
• Observaciones de índole moral.
• Frases de gran intensidad verbal, como el lirismo del sexo o el paso de lo lírico a lo prosaico.
• Descripciones minuciosas de actos eróticos regodeándose con el lenguaje.
• Variaciones estilísticas sobre el mismo asunto.
• El humor corrosivo.
Para terminar, diré que aún hoy se considera una trasgresión narrar el amor entre hombres, pero lo que hace Zapata en sus novelas es, en realidad, mostrar en forma incisiva, semejante a la de su tocayo Luis Buñuel, los conflictos de cualquier ser humano, subrayando de manera amena y a la vez despiadada los peores defectos de nuestra sociedad.
Y a fin de cuentas, leer En jirones es mucho más interesante que sumergirse en un seco tratado sobre el amor o el erotismo.
Chicuelo sesentañero, te deseo sinceramente que conserves siempre tu deleitoso –y el adjetivo es tuyo– sentido del humor.
Ciudad Universitaria, 27 de abril de 2011.