Ante la Caravana de la Paz

 

Errar es humano, pero preservar en el error es diabólico.

San Agustín

 

Los hombres y las mujeres que sostienen día a día esta nación desgarrada de dolor han emprendido desde ayer, acompañando al poeta Javier Sicilia, el largo periplo que los vinculará físicamente con el profundo e inmenso dolor de la sociedad juarense, destrozada por los experimentos bélicos de uno de los gobiernos más insensibles de la historia.

Concentrados hoy en el Monumento a la Independencia de esta capital, los integrantes de la Caravana por la Paz recorrerán los miles de kilómetros que más que separarnos unen el duelo de miles de enlutados hogares mexicanos que, como afirmó el padre de Juan Francisco Sicilia, “buscan la justicia del consuelo” y por ello demandan al Estado y a los partidos políticos la justicia legal.

La justicia que ahora se exige es aquella que de nombre y rostro a cada uno de los más de 40 mil muertos, la que reivindique la inocencia de quien lo amerita, la que repare —dentro de la enorme limitante que esa acción de justicia contempla— el daño a sus familias y el reconocimiento de las causas que llevaron a tantos jóvenes y jefes de familia a ingresar al submundo de la delincuencia, para inhibir los factores que los orillaron a aniquilar sus esperanzas y arriesgar su vida por un puñado de monedas.

Los objetivos de esta caravana, compuesta por mexicanos y mexicanas que apuestan pacíficamente a que la clase gobernante y la partidocracia se plieguen al derecho que les asiste para exigir un enfoque ciudadano al combate a la delincuencia, para reclamar freno a la impunidad y apremiar la abolición de la corrupción, eligió como destino final Ciudad Juárez, víctima de la indolencia, la ignominia y la soberbia de autoridades que anteponen sus agendas personales y partidarias por sobre los sentimientos de una sociedad tan lastimada por la recurrencia de sus yerros.

La solidaridad en el dolor y la impotencia ha hermanado el sufrimientos de las familias de Morelos y de tantas otras entidades de nuestra república maltrecha, con quienes —sin pretenderlo— reivindicarán este 10 de junio con su presencia y con la firma del Pacto Nacional por la Paz la férrea convicción en la concordia, que ha movido a muchos miembros de la sociedad juarense a generar los lazos de autoprotección y ayuda, que les permiten aferrarse a la esperanza de recuperar la tranquilidad y la confianza en una vida más incluyente y digna, a pesar de los dislates oficiales y oficiosos de las clases política y gobernante.

Los integrantes de la caravana —que se irá nutriendo a lo largo de su ruta— constituirán el verdadero y único homenaje a los habitantes de esta ciudad, a la que en un anacronismo reparador las clases gobernante y política le otorgaron el rango de heroica por decreto, pretendiendo con ello lavar culpas que han diezmado a su población por la vías de violencia letal, por la expulsión de más de 300 mil de sus habitantes, y por generar cerca de 10 mil huérfanos cuyas esperanzas se diluyeron como la sangre derramada de sus padres.

El discurso pacifista de los integrantes de la Caravana por la Paz será el antídoto al inveterado belicismo de Felipe Calderón, quien pervirtiendo a su favor la historia, hizo del centenario de la firma de los Tratados de Ciudad Juárez —y hasta de la renuncia del general Porfirio Díaz— una excusa para demostrar el “poderío” militar a través de un desfile de las fuerzas armadas, contraviniendo con ello el espíritu pacifista que animó a Francisco Carvajal, a Francisco Vázquez Gómez y don José María Pino Suárez y al padre de don Francisco I. Madero a firmar en el edifico de la aduana de Ciudad Juárez, en la madrugada del 21 de mayo de 1911, un acuerdo “para tratar sobre el modo de hacer cesar las hostilidades en todo el territorio nacional”.

En abierto antagonismo con el argumento fundamental del general Díaz expresada en su dimisión, en función de “no seguir derramando sangre mexicana”, Calderón ratificó su decisión de sostener la guerra no convencional, afirmando con su discurso y el tono militar de la conmemoración su oposición a discutir o debatir un cambio de estrategia.

A pesar de las centurias de sapiencia del obispo de Hipona acerca del error, y a pesar de los millones de voces que de mil formas y tonos alertan sobre el alto costo del yerro presidencial, la perseverancia del titular del Ejecutivo en su pifia bélica es, por sus letales consecuencias, diabólica.