Rumbo al 2012

Si el presente trata de juzgar al pasado, perderá el futuro.

Winston Churchill


En su discurso en la Universidad de Stanford, California, el presidente Felipe Calderón marcó la línea de la que será la estrategia de su gobierno y su partido para la campaña presidencial.

Arremetió contra los gobiernos del PRI en el siglo pasado. Aunque en su discurso hay una lectura lineal de la historia, porque interpreta acontecimientos sin tomar en cuenta el contexto de la época, ni las circunstancias nacionales o internacionales.

Es cierto, en ciertos momentos de su historia los gobiernos del PRI realizaron actos de represión. Con ese discurso, se trata de complacer los oídos de quienes han hecho casi una historia de bronce de los acontecimientos de 1968.

O los de quienes reclaman la violenta respuesta recibida de gobiernos priístas de aquellos que tomaron las armas contra el Estado mexicano para derrocar al gobierno.

Ese fue el eje del discurso presidencial en Stanford. Por supuesto que al enjuiciar así a los gobiernos priístas, el presidente Calderón ejerce el derecho que en toda democracia tienen los políticos de presentar a sus adversarios, o como tontos o como canallas.

Pero al ejercer ese derecho, el presidente Calderón, otra vez, coloca a la institución presidencial como un activo actor político electoral. Se arriesga así que muchas de sus acciones, programas y decisiones sean interpretadas desde la perspectiva partidaria, no de la institucional y de alguna manera se le pierda el respeto. En cierta forma, altera la imagen que de la Presidencia tiene la sociedad mexicana, donde mayoritariamente se tiene un gran respeto. Sin ese respeto, sería difícil gobernar a 112 millones de mexicanos. Gobernar significa abrir ventanas y puertas hacia un futuro mejor para esa población.

Esa es la tarea de cada Presidente, o esa debiera ser. Abrirse hacia el futuro, mostrar un horizonte donde se moderen la desigualdad y la pobreza. Quizá la estrategia presidencial olvida que más de la mitad de los mexicanos nacieron hace tres décadas o menos. Que a esos mexicanos no les interesa saber cómo era México hace veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años. Les interesa saber cómo será México de los próximos diez o veinte años.

Lo otro, la revisión del pasado, es un ejercicio de mirar el futuro en el espejo retrovisor. A estas generaciones, ávidas de un mejor futuro, no se les puede que volteen hacia atrás, porque les puede pasar lo que a la mujer de Lot, se convertirán en estatuas de sal. O, como hasta ahora, seguirá en la media tabla, en la mediocridad.

 

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