La sabiduría popular es innegable y bien dice que quien a hierro mata, a hierro muere. La historia del PRI, que han querido vendernos como la historia y herencia casi codificada en el ADN de todos y cada uno de los mexicanos, se basa es una serie de anécdotas en las que la traición y las armas son los protagonistas.
La detención de Jorge Hank Rhon puso a temblar a muchos de los miembros de ese partido y casi en automático comenzaron a advertir que se trataba de una cacería de brujas, afirmaban que se trataba de una estrategia, de una estocada política, de algo sumamente conveniente, pero nadie ha podido defender la reputación del detenido.
El hombre al que, respetuosa aunque extrañamente, su esposa se refiere siempre como “el ingeniero” es el heredero en sentido figurado y absolutamente literal de las más añejas prácticas priístas. Es quien sigue afirmando que su animal favorito es la mujer y que se esfuerza por evitar a toda costa convertirse en un pobre político.
Es claro que su detención es conveniente, pero no sólo en términos electorales. Todo aquello que se traduzca en justicia, en la aplicación de la ley y en eliminar el tráfico de influencias e impunidad será siempre conveniente y no para un partido o fuerza política, sino para la sociedad en general.
Los que temen por este tipo de acciones son los que saben que la única manera de continuar actuando impunemente y con arbitrariedad es regresar al pasado, a los años en los que era conveniente hacerse de la vista gorda y cobijar bajo la sombra de un grupo que ofreciera protección y éxito político.
El acopio de armas prohibidas y de uso reglamentario del ejército, la posesión, aunque se argumente que el propósito era la autodefensa, es un delito grave y es de las injusticias, de los abusos y la ilegalidad de lo que México debe defenderse.
Presidente del PAN en el DF.
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