Sintagmas y estribillos
Aimé Césaire
Carlos Olivares Baró
El alba se dibuja en los ojos del poeta. La isla de Martinica flota como un animalito sobre el mar. Se disipa la noche y amanece. Sol furibundo en la cuesta. Las palabras tiñen las iniciales del día y la muchacha vislumbra los hechizos de las sombras. Caminar en los designios del amuleto. Trenzar para que el instante se prolongue en la espuma que babea sin detenerse. Hay un pájaro picoteando el horizonte. Hay un deseo dibujando las calamidades de las ceremonias. El azar nombra. El desafiante molusco modula la desnudez y todo se acompasa como un desbocado cántico pronunciado en la sed. El albor es incierto. Repentino el diálogo con las lámparas que alumbran las estaciones. No hay posibilidades de instaurar los aullidos en las cartulinas rugosas de la mañana. Se pierde la apuesta: hay que regresar. Retorno que funda himnos. Cólera de suavidades ingrávidas. La isla de Martinica flota como un animalito en las ondulaciones. Aimé Fernand David Césaire (1913-2008) regresa “al morir el alba, de frágiles ensenadas retoñando, las Antillas hambrientas, las Antillas perladas de viruelas…”.
Se escucha la tenue melodía de un sonsonete triste en ritmo de calipso persistente. La isla se adormece en esa cadencia de monotonía silábica. Bailar aquí es subrayar la permanencia. Danzar en alternancia con los alientos de la espuma. Calipso que pronuncia un ardor sedimentado en los bullicios de la noche.
Los tambores salpican el alba. Una muchacha desnuda en las espirales del amanecer, entona un bélé de frágil enunciación: “Mi muchacho no regresa/ estoy sola con el mar como testigo/ estoy sola como una niña huérfana/ como una piedra mojada por la espuma…”. El amor alumbra cualquier llanto de estos seres que el poeta arrebuja en sus poemas.
Para leer a Aimé Césaire —publicación del fce—, selección y presentación de Philippe Ollé-Laprune, libro que nos pone en contacto con un gran poeta francés del Caribe. “La palabra de Aimé Césaire, hermosa como el oxígeno naciente” (André Breton), irrumpe violenta y compasiva en la lengua francesa con una obra maestra, Cuaderno de un retorno a la tierra natal (Revista Volontés, París, 1939), que 72 años después de su aparición mantiene todo su vigor.
Poética de ritmo vertiginoso, el verso para Césaire es “la emoción primera, plegaria y exhortación, anunciado primero por su rumor”. Música que seduce por su arcana dicción, pero más que todo por la entonación primigenia de tabaleos y jarcias de un idiolecto que recurre a las resonancias de África.
Compilación de buena parte de la poesía del escritor martiniqués (Sol guillotinado, Cuerpo perdido, Herraje, Yo, laminaria…) complementada con la obra teatral La tragedia del rey Christophe y el ensayo Discurso sobre el colonialismo (1955) de gran repercusión política en el debate de los años sesenta sobre colonialismo y subdesarrollo. Teatro que configura lingüísticamente una continuidad de su obra poética, se percibe muy cercano a Bertolt Brecht —en su concepción escenográfica— y con marcada influencia de la tragedia griega a partir de la lectura de Nietzsche (El origen de la tragedia) que el joven Aimé realizó en sus años de formación en París.
Sin embargo, sigue siendo la poesía el foco de atención del conjunto del trabajo literario del autor de Y los perros callan. Versos de conjuraciones en los filos de heridas que son embestidas: “tambor de abordaje” en el tiempo, y “herraje” como calendarios de la paciencia histórica que adormiló las ansias. Signos de naufragios que la rabia endosa a los culpables. “Sueños encallados resecos amasan a la altura de la boca de los ríos” para que la palabra enaltezca al hombre: hace falta adueñarse de las albas con delirio. Leer a Césaire es mirar el mañana con anhelo. El hombre necesita una mudanza a los precipicios de la esperanza: “En medio de mí/ de mí mismo/ a mí mismo/ fuera de toda constelación/ solamente estrujada en mis manos/ la rara contracción de un último espasmo delirante/ vibra palabra”.