En uno de los mejores montajes
Mario Saavedra
Casi como una antítesis al gran espectáculo, el notable belcantista italiano Gaetano Donizetti (Bérgamo 1797-1848) frecuentó asiduamente en sus últimos años el género ligero, aproximándose a la opéra-comique francesa con La hija del regimiento en 1842, apenas un año antes de su obra maestra del género bufo italiano Don Pascuale.
Escrita originalmente en francés, en cuya versión es en la que más se canta y permanece vigente en los escenarios del mundo, con diálogos intercalados conforme la vertiente gala, y que se sabe era especialmente admirada por músicos como Mendelssohn, La fille du régiment debió buena parte de su éxito a la especie de homenaje en ella contenido a la Francia campirana (el Tirol suizo a principios de siglo XIX, durante las guerras napoleónicas), a su visión idealizada de la vida militar, a tal grado que se convirtió en tradición su representación cada 14 de julio, en el aniversario de la toma de la Bastilla: “Salut a la France”, dice su heroína Marie.
Opera romántica de visos cómicos con enormes bondades, también favoreció mucho su éxito el tratamiento sobre todo de sus dos personajes principales, ambos con sonados espacios de lucimiento vocal, una auténtica tour de force sobre todo para el tenor que principalmente al acometer su celebérrima aria “Je suis soldat” del primer acto exige nueve sobreagudos muy bien colocados y seguros. No menos celebrada por las más virtuosas sopranos coloratura, la Marie de Donizetti pone a prueba además a una actriz de vis cómica desenvuelta y agraciada, con notables recursos de flexibilidad vocal propios de la tesitura. Todo lo demás, incluidos el barítono bufo, la mezzosoprano y un coro de efectiva presencia, hacen de esta ópera de Donizetti (para algunos musicólogos, antecedente incuestionable de la opereta) uno de los mayores triunfos del también autor de L’elisir d’amore y Lucia de Lammermoor.
Hermoso timbre de voz de Patricia Santos
De vuelta a escena en México con la misma generosa producción con las que hace siete años se estrenó en Bellas Artes, su reposición por parte de la Compañía Nacional de Opera le ha permitido debutar como se debe a una joven soprano que por sus recursos tanto vocales como histriónicos avizora una extraordinaria carrera. Se trata de la ganadora del reality show Opera Prima, la regiomontana Patricia Santos, con un hermoso timbre que consigue lucir en las varias y no menos exigentes coloraturas del papel, y que está deliciosa en su “Le jour naissait dans le bocage”, porque posee ángel y gracia naturales. Con mucho camino todavía por recorrer, por lo que su registro ganará en cuerpo y volumen, no cabe duda que esta joven y talentosa soprano llegará muy lejos.
Sin ser Kraus, ni mucho menos Pavarotti, o más recientemente Juan Diego Flores, tenores los tres que en sus respectivas épocas han hecho de Tonio auténticas recreaciones, el ahora convocado para tan dura prueba, el valenciano Antonio Gandía, saca con coraje y pundonor, aunque con una técnica de empuje y algo golpeada, un difícil papel que por sus endiablados nueve does en cadena ha propiciado la caída en pique de muchos. Y no sólo lo ha hecho con aceptable destreza en la que supe había sido su mejor función luego de una notoria indisposición vocal, sino que aún llega con recursos y conmovedora musicalidad al “Ecuote-moi, de grâce!” del segundo acto.
Y sumando a esta buena causa de una ópera ligera puesta con todas las de la ley en los más de sus rubros, habría que aplaudir también lo hecho en los terrenos vocal e histriónico por los igualmente mexicanos (con un ya largo camino recorrido, sobre todo en el caso de ella) María Luisa Tamez y Josué Cerón, mezzosoprano y barítono que conforman una pareja de Marquesa de Birkenfeld y Sargento Sulpice encantadora, chispeante. Y en esa misma línea están las demás voces convocadas, y el Coro del Teatro de Bellas Artes que aquí consigue una participación protagónica y no sólo de comparsa (especialmente destacado y divertido en el famoso “Rataplán…”), bajo una dirección más que eficiente y cuidadosa de Xavier Ribes.
César Piña, pez en el agua
Otro gran acierto lo es aquí la dirección de escena notable y visionaria de César Piña, quien se siente cómodo y mueve como pez en el agua en el género, que se nota conoce muy bien y sobre todo le apasiona. Manejar los tiempos y ritmos en la comedia, y sobre todo en la ópera, no es nada fácil, y este talentoso director lo logra sin caer en lo ridículo ni abusar de los recursos manoseados, siempre en función de lo que dicen la historia y los personajes, en comunión con la partitura. También autor del diseño de escenografía, apenas esquematizado en algunos de sus trazos, pero siempre lucidor y acorde con el género, César Piña consigue poblar y vestir la escena con esa maestría propia de quien se sabe parte importante de un todo, mas no protagonista que antepone su megalomanía y altera todo a su alrededor. En esta misma tónica trabaja el diseño de iluminación de Rafael Mendoza.
En uno de esos montajes de nuestra ópera nacional para recordar con gusto, incluso la otras tantas veces desconectada y errática Orquesta del Palacio de Bellas Artes sale aquí airosa, y si bien por desgracia no pudimos prescindir de algunos desvaríos en sus casi siempre desatendidos alientos, José Areán ha conseguido ahora con ella un trabajo eficiente y sobre todo justo para con lo que dice la partitura, sin avasallar a las voces desde un foso que después de las controvertidas remodelaciones del Palacio de Bellas Artes expone mucho más la sonoridad de la orquesta y los instrumentos por separado, haciendo más notorios tanto sus defectos como sus virtudes.


