Ejemplo, Susan Boyle

 

El poder, como el alcohol, lo mismo salva que mata, dependiendo de sus dosis. Estoy de acuerdo. Aunque yo no soy un hombre de poder, la vida me ha permitido el privilegio de estar siempre cerca de los poderosos y el placer de observarlos.

Aclaro que, cuando hablo de poder, me estoy refiriendo no sólo al poder verdadero sino, también, a aquellas envolturas que lo contienen y aquellas imitaciones con las que lo confunden, tales como la fama, la riqueza, el encargo o, simplemente, el parentesco.

Recuerdo, como ejemplo, a la escocesa Susan Boyle, cantante aficionada y repentina estrella, quien sufrió un colapso psiquiátrico que la llevó a ser internada para terapia mental. El síntoma fue un cambio radical de comportamiento.

Unos dicen que se debió a tantas emociones y éxitos experimentados por una persona que, en su modesta existencia, no estaba acostumbrada ni acondicionada para ello. Otros, aseguran que la causa fue el extremo berrinche  sufrido por la pérdida del primer lugar en el certamen que la popularizó. En el fondo, hay coincidencia técnica: sobredosis de adrenalina. Demasiado droga natural, en muy poco tiempo y con suministro constante.

De inmediato pensé en todos los poderosos, potentados o prepotentes que, a lo largo de cuarenta años, he visto “perder el piso” por su éxito o enloquecer en el enojo, por su fracaso. Por mis recuerdos desfilaron presidentes que ya no lo son o algunos que quisieron serlo. Hasta allí todo podría ser entendible. La presidencia no es cualquier “ladrillo” y, por eso, entiendo la locura que produce el  ejercerla o el perderla.

Pero, donde ya las cosas resultan muy complicadas es cuando la locura proviene de éxitos o fracasos tan relativos en la vida de cualquier mortal como lo pueden ser un ministerio, una gubernatura, un escaño o una curul. Frente a ellas, ganar o perder, así como ser o dejar de ser, son meros accidentes muy poco significativos en la vida de un hombre que se considere más o menos normal.

Pero, hay otra consideración, volviendo a la concursante escocesa. Susan Boyle había vivido sus 48 años frente a una vida que le regateó la belleza, el amor, el matrimonio, la fortuna y creo que hasta la compasión. Repentinamente, en tan solo una canción, pasó del menosprecio a la admiración, de las burlas a los aplausos y de la insignificancia a la notoriedad. En tan solo tres minutos se bebió toda la gloria que otros han ido dosificando, catando y paladeando a través de muchos años.

Así, también, juegan las dosis y los tiempos en las cuestiones del poder. Un encumbramiento grande y súbito puede ser perjudicial para la salud, especialmente la emocional. Mucha gloria sin el acondicionamiento o, por lo menos, sin la costumbre para estar cerca de ella, puede embriagar y producir, como el alcohol excesivo, la caída, el coma o la muerte.

Sólo así podemos entender muchos de los disparates de nuestro tiempo. Es por eso que muchos de los nuevos demócratas, los nuevos gobernantes y los nuevos poderosos se comportan como aquellos “nuevos ricos” que no saben qué hacer con su riqueza. Suelen caer en el ridículo al no saber para lo que sirven su democracia, su gobierno o su poder.

Así como algunos “neorricachones” han confundido el cío con el caldo y el sorbete con el postre, algunos neopolíticos confunden, con frecuencia, la democracia con la libertad, la soberanía con la independencia, la justicia con la seguridad, la legalidad con la legitimidad y la popularidad con la gobernabilidad. Son los que, cuando se refieren a algo nunca antes sucedido, dicen que es “inédito” cuando, en realidad, quieren decir que es “insólito”.

Claro que no hay reglas absolutas. He visto a políticos con tres generaciones en el poder que se “deschavetan” con tan solo un modesto éxito. Por el contrario, he visto políticos que hasta hace unos años militaban en la oposición y carecían de cualquier pizca de poder pero que, al lograrlo, se han comportado con una seriedad absoluta y con la madurez que tendría cualquier político acostumbrado, por años, al gobierno y al poder.

 

w989298@prodigy.net.mx