Margo Glantz, Federico Campbell y Daniel Sada

Mary Carmen Sánchez Ambriz

Hay autores que siguen el camino horadado por Rulfo, van a Comala en busca de su padre: lo desdibujan para recrearlo con sus mejores cualidades o lo describen tal como era. ¿Qué tienen en común autores como Shakespeare, Chejov, Kafka, Rulfo, Levi, Kureishi, Pamuk, Camus, Borges, Auster, Shepard, Garibay, Roth, Irvin, Handke, Schulz y Carver? Únicamente su interés por la figura del padre.
La imagen paterna es analizada y recordada por tres narradores mexicanos. Margo Glantz, Federico Campbell y Daniel Sada tienen en común que sus progenitores en ocasiones escribían, acaso no con la misma frecuencia que sus hijos. Mientras que el padre de Glantz era poeta, el de Campbell trazaba cuento y poesía, y el de Sada hacía ensayos que su primogénito define como pensamientos.

Jacobo Glantz fue un poeta judío originario de Ucrania. En la casa de la familia Glantz había 134 retratos del padre, además de los autorretratos que solía hacerse. Y es que el rostro de don Jacobo siempre fue muy atractivo para los pintores. “Yo anduve días enteros mirando cuando pintaba Diego Rivera el mural del Palacio de Gobierno. Orozco pintaba el de Bellas Artes y hablaba muy poco, no era muy comunicativo. Rivera sí lo era. Me usó como modelo para su Trotski. No era Trotski exactamente, pero yo estaba a su lado, parado, todo el tiempo, mirándolo y le inspiré a su Trotski joven”, le cuenta su padre a Margo Glantz en Las genealogías (1981). Célebre es la anécdota de la familia en donde se narra que al padre lo confundieron con Trotski y ya lo iban a linchar; al día siguiente las fotografías de los padres de Margo Glantz aparecieron en La Prensa, “la figura de Jacobo sobresalía y su barba castaña y puntiaguda lo hacía muy hebreo”.

El padre de Federico Campbell solía llegar a las dos o tres de la mañana, después de una noche de juerga, y le leía poemas de amor a su esposa. Para este ritual despertaba a sus hijos y no le importaba que al día siguiente tuvieran que ir al colegio. Se llamaba Federico Campbell Mayén, era telegrafista y aparece retratado en la novela La clave Morse (2001), en donde treinta años después de la muerte de sus progenitores, los tres hijos se reúnen para hablar de ellos y descubren que cada uno tuvo una percepción dista de ellos. Es también, como ha dicho el autor, una novela de la memoria. Hay una cita de Virginia Woolf que Federico Campbell suele recordar: “Los padres no son como fueron sino como los recordamos”. Y esta idea, puntualiza Campbell, también la retoma Gabriel García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla. En 2009, Campbell reunió una serie de artículos en el libro Padre y memoria, en cuyas páginas se refiere a la forma en que los escritores han abordado la figura del padre, ya sea de forma feliz o non grata; en dichas páginas asegura que la muerte del padre de Rulfo fue un acontecimiento que marcó su vida. “Una vez que Juan Rulfo contó este hecho en su novela y en sus relatos, quizá sintió que ya no tenía objeto escribir”, relata Campbell.

Daniel Sada Rodríguez era ingeniero militar, experto en el cultivo de algodón. En 1953, cuando Mexicali era una prolífica zona algodonera decidió instalarse con su esposa en aquella entidad y ahí nació su hijo. Sada Rodríguez recibió una educación militar en la Escuela de Chapingo, ese aprendizaje lo injertó en su modo de conducirse por la vida. “Fue una figura autoritaria, muy determinista. Cuando lo abordo en mi narrativa siempre lo idealizo, nunca lo llevo a la escritura tal como era”, señala Sada. En Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999) y Albedrío (1989), la figura del padre es muy imponente, como dicen en el norte —describe el autor— muy bragado. Don Daniel siempre odió la mediocridad y bajo ese concepto educó a sus hijos. Fue enfático al decirles que podrían dedicarse a lo que quisieran, pero que no fueran conformistas. “Mi padre al final de su vida quiso recuperar a sus hijos y logró poco. Él se había equivocado demasiado. Aún recuerdo esas comidas familiares en donde cada quien mostraba sus aciertos y ese momento se volvía una competencia por ver quién era el más exitoso. Por fortuna, todo eso quedó ya en el pasado y trato de conservar en mi memoria el lado humanista de mi padre, quien tímidamente escribía y componía canciones”.