Diagnóstico y propuestas


La semana pasada, la Comisión de Turismo de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo de la Ciudad de México y la Universidad Anáhuac del Norte, a través de su Escuela de Turismo, convocaron a protagonistas del sector turístico a un ejercicio de diagnóstico y propuesta visualizando a la Ciudad de México en el 2020.

Funcionarios del Gobierno del Distrito Federal y de la federación, legisladores y prestadores de servicios turísticos aportaron generosamente algunas horas para ser consultados sobre modelos de ciudades exitosas en materia turística y a la vez reflejando dichos parámetros a la realidad de la capital de la República. Se percibía como consenso que la ciudad de México no está en el lugar que le corresponde entre las grandes urbes del mundo. La riqueza cultural está ahí, así como la infraestructura para hacer negocios y convenciones también.

Si la materia prima está presente, ¿qué es lo que está fallando? La respuesta parece ser la siguiente: la ciudad de México como producto turístico no está terminado o se vende y promociona de manera deficiente. La sede de los poderes federales lucha contra una percepción de inseguridad y conflictividad en sus calles.

La coyuntura de la lucha contra el crimen organizado ha hecho visible que la ciudad de México resulta más segura en estos tiempos que otras localidades del país, pero eso puede ser simplemente el resultado de que éstas se volvieron menos seguras. En realidad es en la conflictividad de la metrópoli capitalina donde ubicamos la causa raíz.

Al preguntarse por qué es conflictivo el Distrito Federal, de inmediato la respuesta son las marchas, los plantones, los ambulantes y la ausencia de cultura cívica. Si volvemos a cuestionarnos sobre la causa de todas estas realidades, se asoman fácilmente la ausencia de Estado de derecho y la impunidad como causas de todas ellas.

¡Qué paradójico! La explicación a la deficiencia de una política pública de turismo resulta de la costumbre de violar la ley por parte de las autoridades y del ciudadano. Y es que en efecto, cuanto avanzaríamos como sociedad no sólo en la Zona Metropolitana del Valle de México sino en todo el país si una mayoría absoluta de mexicanos cumpliéramos con la ley y la autoridad aplicara las normas de manera exacta y oportuna.

Un turista internacional es más un ciudadano del mundo civilizado cuando visita otras culturas en teoría igualmente civilizadas, por lo menos espera toparse con el consenso de que el Estado de derecho es condición para el disfrute de los derechos más esenciales. Al final el efecto civilizador de una sociedad regida por las normas jurídicas se nota en la presencia del orden.

De ahí que resulta inobjetable que sociedad y gobierno tienen que poner pausa a las inercias, al activismo a veces irracional para dar paso a reflexiones de largo plazo. Un espacio de reflexión se ha dado en la ciudad de México en el sector turístico. Los participantes tenemos la responsabilidad de convertir dicha reflexión en acción pública eficaz.