Diálogo de Chapultepec
Para dialogar, preguntad primero, después escuchad.
Antonio Machado
En el encuentro del Castillo de Chapultepec, la paz con justicia y dignidad enarbolada por Javier Sicilia, fue autoritariamente mancillada por la incorrecta manipulación que del duelo colectivo hizo a favor de su intolerancia el anfitrión, Felipe Calderón.
Las opiniones vertidas en torno al encuentro reflejan el antagonismo que privó en el desarrollo de la reunión como en sus resultados, dando con ello cuenta de que la cerrazón del Ejecutivo propició una sordera manifiesta, salpicada por algunos atisbos de intercambios verbales situados más en el campo de la cortesía mediática que de la voluntad política por escuchar a los ciudadanos presentes.
La conformación de la mesa de diálogo fue el primer acto de autoritarismo del convocante, pues impuso a los deudos la indeseada presencia de Genaro García Luna, obligando con ello a Javier Sicilia a purgar la insolencia de haber solicitado la renuncia del funcionario como señal de buena voluntad, lo que además de constituir una artera provocación a los integrantes del movimiento por la paz con justicia y dignidad, se entendió como una penitencia impuesta al poeta por su atrevimiento.
Si la asistencia del titular de Seguridad Pública se debió a la imposición presidencial, en la misma línea de autoritarismo debe ubicarse la asistencia del secretario de Educación, Alonso Lujambio, seguramente incluido en la lista oficial por su promotora a la candidatura presidencial panista, Margarita Zavala, quien debe haber valorado lo benéfico que resultaría la exposición mediática del aspirante en dicho evento, en su estrategia electorera.
El formato adoptado para la reunión creó las condiciones de ventaja a favor de Calderón, facilitando además la irrespetuosa manipulación que dio, no sólo al duelo de Sicilia, sino al de quienes fueron seleccionados para participar y al dolor irreparable de las miles de familias mexicanas.
La burda utilización presidencial de esta aflicción colectiva se acredita con la reconvención que hizo al poeta, a quien calificó de errado en su reclamo por los 40 mil muertos que contabiliza su fallida estrategia, sermón que rubricó —con soberbia— que de lo único de que se conduele “es no haber actuado antes”, despreciando con dicha expresión al movimiento a favor por una paz con justicia y dignidad, respaldado por los ciudadanos ahí congregados.
Con esa actitud, Calderón abofeteó moralmente la buena fe de los asistentes, particularmente la de Sicilia, cuyo profundo cristianismo —como magistralmente acreditó Granados Chapa en su artículo “Calderón y Sicilia: el católico y el cristiano”— seguramente pondrá la otra mejilla ante el guerrero de Los Pinos, con el único objetivo de avanzar en su compromiso por visibilizar los estragos sociales de la guerra; por lograr la reparación del daño a favor de las víctimas y, ante todo, por facilitar un cauce no violento a la indignación moral del pueblo mexicano, generada por la violencia criminal y la violencia de Estado que están destruyendo el espíritu pacifista de la nación.
Para agravar la impostura oficial, la entrega por Sicilia de uno de los escapularios —recibido de manos de algún doliente durante la caravana del consuelo— al anfitrión, fue transformada por la Presidencia, en el momento protagónico de la cita, contrarrestando el autoritarismo que privó en la reunión, con una imagen favorable, cuyo subtexto no es otro que la tácita aceptación de la confesión religiosa de Calderón en un acto público, pese al principio de laicidad inherente a la investidura presidencial.
Resulta lamentable que el resultado de la cita de Chapultepec no sólo desdeñó a Sicilia y al movimiento por la paz, sino también a la ciudadanía y al Congreso federal, así como al cristianismo y hasta al poder clerical, al ser un encuentro, en el que la regla planteada por don Antonio Machado fue manoseada por Felipe Calderón Hinojosa a su favor, quien acudió al alcázar no a preguntar sino a defender su postura y no fue a escuchar a sus interlocutores sino exclusivamente a ser oído.