Juan José Reyes
Siempre estará bien disfrutar una prosa tan natural como la que hace Antonio Alatorre. En primer término un hecho, bastante claro pero a menudo puesto de lado: la prosa de Alatorre fluye de forma directa, en conexión inmediata con el curso del pensamiento, alimentada por un buen montón de saberes que ha ido formándose con los años, y si posee música esta música también resuena en la mente del autor, como un eco tal vez, como un rumor, como los acordes y los ritmos que Alatorre conoció desde la infancia y practicó en su pueblo, oyendo inclusive canciones infantiles. Pues todo esto fluye en las páginas de este librito que recoge las palabras del filólogo y escritor en El Colegio Nacional, a donde, por cierto, no rehusó nunca a pertenecer, a diferencia de su reacción ante el ofrecimiento de la Academia Mexicana de la Lengua. Es interesante traducir el ritmo del pensamiento al lenguaje con el que el pensamiento fluye. Sería excelente hacerlo, en casos como el de Alatorre y en otros tan notables, como el del poeta y ensayista Octavio Paz, cuya poesía a la vez concuerda en el sentido apuntado con la prosa.
Y es precisamente la inmejorable prosa de Octavio Paz el primer punto de arribo de estos apuntes alatorreanos. Cosa de poner acentos, hacer puntualizaciones, señalar licencias más bien arbitrarias y distorsionantes. En Sor Juana Inés de la Cruz, o Las trampas de la fe, uno de sus libros capitales, Octavio Paz incurre en aquellos excesos o cae en omisiones graves al referirse al centro mismo de la obra de la monja. Alatorre no hace más que enderezar la nave para que pueda hallar buen arribo. Corresponderá a la crítica, ya en un plano pormenorizado, ver qué tanto se echó a perder el barco. El asunto crucial es que Paz habría olvidado o ignorado que para Sor Juana el sistema en el que está la Tierra no tiene a ésta como centro. Es decir: como la gente culta de su tiempo, y a contracorriente de lo que ha solido pensarse, Sor Juana suscribía la idea heliocéntrica, moderna, aun a sabiendas de que nada de “ruido al Santo Oficio”. Alatorre elige y documenta los ejemplos de aquellas comunes suscripciones.
La historia había comenzado en los primeros tiempos, desde los filósofos presocráticos, todos ellos heliocentristas, como fueron Platón y otros personajes. En los años del conocido como descubrimiento de América, España, por su parte, había desplegado una visión afín a este mismo sentido. Lo probarán escritores, suficientemente. Aun después, el mundo de habla hispana estará teñido por aquellas nociones. Luego, tras las expulsiones de musulmanes y de judíos, y tras la proscripción de los jesuitas, la corona española irá perdiendo sus aires de modernidad.
Antonio Alatorre, El heliocentrismo en el mundo de habla española. Fondo de Cultura Económica
(Colección Centzontle), México, 2011, 87 pp.
