Juan Antonio Rosado

“No tenía idea de que había un extraño alojado en mi córnea. Nací con un solo ojo y lo había ignorado por completo”. Aunque Mudanzas no se inicie de esta manera, con las frases citadas se opera una primera transformación desde el punto de vista de la conciencia. Si bien lo trágico —ya lo decía Camus— empieza cuando el individuo toma conciencia de ello, la metamorfosis descrita es también una metáfora para indicar el tema central de este libro de ensayos de Verónica Gerber Bicecci. Con la anécdota del paciente a quien detectan ambliopía (síndrome del ojo flojo, del “ojo vagabundo”), se despliega una serie de reflexiones aderezadas con secuencias narrativas y descriptivas de gran plasticidad.
Los ensayos sui generis de Gerber no habitan exactamente en un paralelo de conceptos, en un marco definido; no se instalan en una tesis central ni proponen certezas: “No es la palabra lo que pesa en la imagen, sino el concepto, que en ocasiones la eclipsa”. ¿De qué desconfiamos? No de la palabra ni del silencio, sino de la ambigüedad. Entonces se revela el sinsentido, que ya implica un sentido: “Los ensayos de este libro son la constatación de un mensaje que no llega, de una palabra que ya no suena, que no puede leerse. Este libro es, sobre todo, la confirmación de una imposibilidad”. Los textos bailan, vagabundos, en un vaivén entre la imagen conceptual y la visual. ¿El tema? Las mudanzas de un arte a otro. ¿El fin? Autodescubrirse.
Se trata entonces de la “crónica de una mudanza”: del texto a la acción, es decir, “de la página al cuerpo, de la palabra al espacio, al lugar; de la frase al suceso; de la novela a la vida escenificada”. Y se expresa con palabras para narrar y exponer las mudanzas de diversos artistas, muchos de los cuales parten de las rupturas de Mallarmé. “Papiroflexia”, el primer ensayo, trata sobre Vito Acconci; el segundo, titulado “Telegrama”, sobre Ulises Carrión; Paul Auster y Sophie Calle aparecen en “Equívoco” (texto con gran carga narrativa); Marcel Broodthaers, en “Capicúa”; “Öyvind Fahlström, en “Onomatopeya”. La ensayista se centra en artistas que transitaron de un arte a otro, que abandonaron su yo para ser otros en un ámbito distinto; por supuesto, se cuida de contextualizar a cada uno de ellos. Concluye con “Ambigrama”, que nos obsequia la ¿verdadera imagen? de Verónica o, por lo menos, una serie de reflexiones sobre la imagen especular y el significado del nombre como recipiente de identidad, así como el significado de ser zurdo.
Cada título de este ensayario remite a lo ambiguo, al cambio, a lo que encierra el prefijo dis (dos): división, divorcio, confrontación, bifurcación; a lo que encierra el prefijo ambi y el sufijo flexia, pero también el prefijo tele. Todas estas partículas, que implican doblez o lejanía, lo equívoco o doble (como el capicúa), señalan, por supuesto, la ausencia de certezas absolutas, lo que puede ser y no ser algo a la vez. Lo que se muda se vuelve otro, y es ese el sentido del título del libro. El objetivo de la autora fue darle vuelta a las letras para reencontrarse consigo misma en tanto otra. Su “viaje iniciático” fue el volumen que he comentado.

Verónica Gerber Bicecci, Mudanza. Taller Ditoria, México, 2010; 77 pp.