Mónica Janeth Alanís, su hija de 18 años, desapareció en Ciudad Juárez en 2009.

 

Moisés Castillo

Olga y Ricardo no tienen idea de nada, sólo tienen palabras y silencios. Hace más de dos años desapareció su hija Mónica Janeth y lo único que permanece es su fe inquebrantable. Su pequeña se esfumó de sus vidas el 26 de marzo del 2009 al salir del Instituto de Ciencias Sociales y Administración de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Era un jueves de tarea escolar para Mónica Janeth y la tarde lucía calurosa y sin alivio, como todas. Su madre le marcó a su teléfono celular alrededor de las 3:30 de la tarde para saber en dónde andaba.

—Estoy bien, mami, ya voy para allá —le respondió.

Estas fueron las últimas palabras que Olga escuchó de su hija. Media hora después, volvió a marcarle pero ya no contestó. Insistió, llamó y buzón. Insistió, llamó y buzón. Insistió, llamó y buzón. Así estuvo durante toda la tarde y noche. Olga, Ricardo y Jaime Antonio, su otro hijo, sintieron que sus cuerpos se hundían en las sombras de la madrugada. La angustia se apoderó de sus mentes, miedo a un peligro, a una herida.

La herida no cicatriza

Veintisiete meses después la herida no cicatriza. El tiempo pasa, los espacios crecen y se comen poco a poco a Olga y Ricardo. El 27 de marzo despertaron a una realidad que nunca imaginaron vivir. Su primogénita no estaba en casa. Mónica Janeth tenía 18 años y estudiaba la carrera de administración de empresas. Todo cedía a la luz de sus pequeños ojos negros. Siempre fue una excelente alumna de 9-10 de calificaciones y su sueño era estudiar algún posgrado en España.

La desaparición de Mónica Janeth es una incógnita total. Las autoridades de los tres niveles de gobierno no dan resultados, no avanzan, están pasmadas en su rutina burocrática. Entrevistarse con Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala, no ha servido de nada. Olga y Ricardo sólo han recibido besos y palmadas de aliento.

“Aquí las autoridades no hacen nada. Es una mediocridad en lo que caen porque siguen investigando el entorno familiar, la familia no la tiene. Aquí las jóvenes desaparecidas son revictimizadas por la autoridad”, explica Ricardo Alanís, quien se encuentra delicado de su columna vertebral y por este problema de salud fue despedido injustamente de la empresa maquiladora donde laboraba.

Todas las noches agonizan Olga y Ricardo. Todas las mañanas esperan el milagro. Ricardo dice, con su voz ronca, que en Ciudad Juárez las familias son las que investigan, se convierten en ministerio público y pagan todo. Hacen el trabajo de la autoridad. En Ciudad Juárez existe mejor un número telefónico para reportar un auto robado que la desaparición de una persona. A más de dos años de distancia todavía no hay una línea de investigación.

La espera no agota a Olga y Ricardo. Siempre recuerdan a su hija sonriente y prefieren seguir sus pasos todos los días. Afirman con cierta resignación que la vida sigue y deben atender las cosas cotidianas. Olga dice con dolor que no la pudo ver ese 26 de marzo, porque fue a trabajar temprano a la guardería del IMSS. En cambio, Ricardo la vio por la mañana, era el encargado de prepararle el desayuno.

Mónica Janeth no era amiguera pero sí muy sociable. Todas las tardes se la pasaba frente a la computadora y a veces salía con sus amigos de la colonia El Vergel. No era una chica de antros.

Todo el tiempo animaba a su padre para que se inscribiera a la universidad y cumpliera su sueño de titularse como abogado. Ricardo aclara que su hija se convirtió en su amiga, compañera y cómplice.

“Me falta un brazo, la mitad de mi corazón. Dicen que los padres —afirma Ricardo— no sienten con el paso del tiempo, pero yo ando tan herido como mi esposa. Este coraje y fuerza que tengo es lo que me da para luchar y encontrarla. Así se me termine la vida buscándola, nos les voy a dejar a mi hija”.

Ciudad de aguzados colmillos

Ciudad Juárez es una bestia de aguzados colmillos. La gente mira y desespera indiferente. Todos los días hay ejecuciones. Los policías, los federales y el ejército, conforman una gran escenografía de la impunidad. Cada año desaparecen decenas y decenas de jovencitas y un grupo de 14 agentes tiene la misión imposible de encontrarlas.

Ricardo dice que estos agentes no investigan nada porque les da miedo entrar a ciertos lugares que son “peligrosos”. La trata de personas es una industria que crece en la ciudad fronteriza, pero los hombres con botas de casquillo sólo pasean en sus camionetas con cara prepotente y vigilan con metralleta en mano los pasillos de los supermercados. Vigilan a sus superiores, no a los ciudadanos. Ahora el perfil de las desaparecidas de Juárez ha cambiado, por lo menos en la edad. Si antes eran chicas de 20 años, ahora son niñas de 14-15.

“Mi mamá preferida”

Hace tres meses ocurrió algo indignante. Los padres de Hilda Gabriela Rivas Campos, de tan sólo 15 años de edad, recibieron de la Fiscalía General del Estado los restos mortales de su hija desaparecida el 25 de febrero del 2008. El cuerpo de Hilda Gabriela ingresó al Servicio Médico Forense un mes después del reporte de extravío y fue hasta apenas el 17 de marzo pasado cuando les avisaron que el cadáver se encontraba en ese lugar. Tres años de búsqueda incansable, de dolor y desgaste, y su niña siempre estuvo en el forense.

Olga escucha con la mirada perdida a Ricardo, con el que lleva 26 años de casada. Luego de que se cumplieron dos años de la desaparición de su hija, Olga se siente frustrada, enojada, triste, pero sostiene la ilusión de volver a ver a Mónica Janeth.

Dice que fueron muchos los momentos preciosos que pasó con su hija. Era su complemento ideal, siempre estaba de buen humor, bromeaban y jugaban. Pero lo mejor era cuando veían juntas la película Matilda, porque siempre Mónica Janeth le decía con una vocecita al oído “tú eres mi mamá preferida”.