Vicente Francisco Torres
(Tercera y última parte)
En el cerro de la Bufa, el español siembra las semillas de chirimía silvestre que había llevado a su patria desde Portugal, vende sus bienes y construye, en el monasterio, un patio de cuadros blancos y negros, como el del alcázar de Nazaré. Deja las armas y se hace fraile. Profesa como Fray Fuas del Patrocinio de la Virgen. Recolecta las crisálidas del monte y las trae a las ramas de los árboles frutales del monasterio para que las mariposas nazcan acá. En la orilla del precipicio del cerro de la Bufa, setenta años más tarde, se construyó una ermita para la Virgen del Patrocinio. En una pared grabaron la misma frase que estaba en España: “En honor de los hombres que con / catedrales construyeron universos”.
En la parte contemporánea de la novela, Johnny González llega a Zacatecas con su amigo Maico de la Torre. Vienen en motos, con cascos. Miran que en la plaza de la catedral un grupo de indígenas ejecuta la danza de los ciervos, ataviados con grandes cornamentas. Johnny recuerda que, el día que emigraron a Estados Unidos, una anciana, que llevaba flores de chirimía, le dijo a su madre: “Se van al norte con todos sus hijos y allá los van a soltar como se suelta un puñado de moscas. Para que se dejen ir al abismo”. Johnny venía huyendo a Zacatecas por asesinato, ocultaba que su nombre era Juan Patrocinio y quería tatuarse la Virgen del Patrocinio en el pecho.
Los elementos de esta historia que siempre se proyectan religiosa y geométricamente, en nuestros días saltan hechos añicos: el caballo es moto que se precipita en unos arrancones; un niño se precipita después de sus excrementos en un precipicio. La madre de Johnny sueña que sus hijos se van a un abismo por perseguir mariposas y Johnny sueña que es un caballero medieval que destripa personas con una lanza y anhela un ciervo de mascota. Salazar parece decirnos que las ideas religiosas ya no son parte primordial de los seres humanos, sino sueños y quimeras.
Si los anteriores escenarios del milagro tuvieron su leyenda (“En honor de los hombres que con/ universos construyeron vacíos”), a la cruz de Johnny, en donde alguien grafiteó una mariposa, le vendría bien ésta, dice Salazar: “En honor de los hombres que sin sueños/ bajan al fondo de los abismos”.
Al final de la novela hay un conjunto de epígrafes. Uno de ellos se da la mano con Donde deben estar las catedrales, porque insiste en que el hombre es el mismo siempre bajo diversas circunstancias, y porque pondera las necesidades y atributos de los descarriados: “Sólo el extraviado conoce bien el camino al precipicio, y este conocimiento no lo espanta…”.
El comienzo y el final de la creación literaria de Severino acabaron unidos en su carácter esencial, en el desprendimiento de los ripios, en la expresión filosófica y simbólica que, salida de Zacatecas para recorrer el mundo, vuelve a sus campos y a su catedral, símbolo de las aspiraciones trascendentes de los seres humanos.