Collage Crítico
Hace unos días, Vicente Quirarte recibió el Premio de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde; en 1988, escribió un ensayo sobre “Mi prima Águeda”, del que citamos las primeras líneas:
Vicente Quirarte
“Yo anhelo expulsar de mí cualquier palabra, cualquier sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos.” En principio, todo poeta aspira a hacer suya la consigna fiel de Ramón López Velarde; escasos los que pueden, como él, lograr que esa combustión se transforme en creaciones que reproduzcan, con fidelidad y permanencia, el fuego primario que les dio origen.
Se dice que Julio Torri fue el primero en elogiar al poeta de Jerez, este breve texto le valió, no a Don Julio, sino a López Velarde, la enemistad de Alfonso Reyes que por entonces deseaba ser el sucesor de González Martínez. Esta supuesta o real enemistad la revive Salvador Novo en su obra teatral Los ilustres de la Rotonda en que platican los ahí alojados. Torri, por decir lo menos, ha visto, con creces, cumplido su augurio. (El texto de Don Julio proviene de la antología de Emmanuel Carballo titulada: Visiones y versiones: López Velarde y sus críticos 1914-1987)
Julio Torri
Con elegante portada de Saturnino Herrán, publica nuestro excelente amigo López Velarde un tomo de poesías. Las hay en La sangre devota muy bellas, que recuerdan vagamente el panteísmo de Francis Jammes; otras, de originalidad no rebuscada, delatan al poeta que va descubriendo su camino, y que empieza a dominar los recursos de su arte. López Velarde es nuestro poeta de mañana, como lo es González Martínez de hoy, y como lo fue de ayer, Manuel José Othón. Nuestros parabienes al autor de La sangre devota, obra en que se han ocupado los críticos de varias publicaciones periódicas, suceso que nos ha sorprendido muy gratamente. Esto nos quita el placer de dedicar mayor espacio al libro de López Velarde.
La Nave, México, Núm. l, mayo de 1916, p.125.
José Juan Tablada, como Rafael López, hablan de él en verso. Éstos que copio enseguida los escuché muchas veces en voz de Carlos Monsiváis, tanto así que me parecía un epíteto que acompañara el nombre del poeta. Por extraña coincidencia, Monsiváis murió, como López Velarde, un 19 de junio.
José Juan Tablada
¡Qué triste será la tarde
cuando a México regreses
sin ver a López Velarde…!
Como poeta y revolucionario cataloga Arreola a López Velarde, pero en vez de sus comentaros sobre su poesía prefiero citar esta anécdota personal que refiere el escritor. Ahora que Hugo Hirirat se pregunta en qué consiste el arte de perdurar, me llama la atención que Villaurrutia, como aquí Arreola y muchos otros describen el modo de vestir del poeta. Creo que alguien, tal vez Villaurrutia, lo califica de payo.
Juan José Arreola
“Mañana vas a recitar este poema, apréndetelo ahora mismo de memoria”. Así me dijo mi padre al darme un viejo ejemplar de Revista de Revistas: a doble página vi La suave patria publicada por primera vez para el gran público, ya que antes sólo apareció en El Maestro, revista idónea, creada por Vasconcelos cuando fue ministro de educación. En medio del marco tipográfico que le hicieron los formadores de Revista de Revistas venía el retrato del poeta: Ramón López Velarde de perfil. Mi padre le tuvo predilección desde que lo conoció en Guadalajara, cuando mi tío José María pronosticaba los temblores del volcán de Colima, y Ramón lo defendió contra la furia anticlerical del gobernador Robles Gil. Mi padre y el poeta nacieron en el mismo año de 1888, y tienen para mí la misma cara: un biotipo de mestizos sonrosados y trigueños, con el mismo recorte de bigotes, cuello de pajarita, mancuernillas de plata dorada, trajes rigurosos, zapatos de botones en dos vistas de oscaria y de charol. Polainas, guantes y bastón en cada día de domingo, a la salida de misa de doce, esperando a las muchachas divertidamente endomingadas…
Nadie duda de que Phillips es el exégeta de López Velarde, del primero de los dos libros que le dedicó tomo este párrafo nada más con ánimo beligerante por los que luego de que lo dijo Villaurrutia le quitan el aire provinciano a López Velarde:
Allen W. Phillips
Si la provincia tiende a pasar a segundo plano en las poesías de Zozobra y en las prosas de su madurez literaria, …su presencia íntima se deja sentir todavía en un constante añorar que caracteriza tantas obras suyas. La provincia no queda borrada nunca por la capital y, sobre todo, viene a ser bien precioso que el poeta anhela recuperar, sin que se le olviden las lecciones allí aprendidas en su juventud. Con aguda penetración Alí Chumacero ve en esa misma persistencia “una de las posibles expresiones de su defensa, del abrigo de sus necesidades”, porque esos sueños logran cubrir su radical soledad y desamparo.
José Emilio Pacheco ha aclarado muchos misterios de López Velarde, recuerdo su hipótesis, seguro acertada, de que “el correo chuan que remaba la Mancha con fusiles”, que aparece en “La suave patria”, alude a los chuanes, de la región de la Vandé, opositores a la Revolución Francesa.
José Emilio Pacheco
Poeta de una complejidad tal que precisaría de una exégesis verso a verso, tan minuciosa como la que se ha hecho con Góngora, López Velarde presenta una pluralidad de alusiones, reticencias, elipsis, sobrentendidos y significados subtextuales que no hay en ninguno de sus antecesores. El conflicto de base no es distinto al de Nájera ni al de Nervo (“nuestra única grandeza moral consiste en la pugna que nos roe las entrañas”), pero sus dones poéticos y su voluntad de estilo son mucho mayores y añade a su innata sabiduría verbal la de quienes lo antecedieron. Con la pugna entre carne y espíritu, aquéllos hicieron casi siempre retórica: López Velarde hizo casi siempre poesía.
En su libro, Escribir, por ejemplo, Monsiváis que era un gran lector de poesía, dice:
Carlos Monsiváis
“Dios está en el detalle”, el apotegma atribuido a Mies van der Rohe y ya incorporado a la cultura general, es muy probablemente una de las divisas de López Velarde (otra podría ser: “Dios está en la ampliación de los territorios permitidos, o en el perdón que lo devocional otorga a lo prohibido”). En la provincia velardiana, el detalle complementa y diversifica el vigor metafórico.
Ningún crítico ha tenido más influencia en torno a lo que define a la poesía de López Velarde que Villaurrutia. Fue quien estableció, como quien dice, el canon crítico. En lo personal me imagino el terror de López Velarde cuando llegaban a su clase de literatura –que se apresuraba a terminar- la llamada generación bicápite de Novo y Villaurrutia.
Xavier Villaurrutia
López Velarde no es, pues, constantemente, sangre devota. Esta se turba, se entibia y aun cede ante el impulso de una corriente de sangre erótica al grado que por momentos llegan a confundirse, a hacerse una sola, roja, oscura, compuesta y misteriosa sangre.
Nunca este poeta está más cerca de la religiosidad que cuando ha tocado el último extremo del erotismo, y nunca está más cerca del erotismo que cuando ha tocado el último extremo de la religiosidad.
La edición de José Luis Martínez, la del Fondo, es la que se considera la definitiva. (Aunque usted no lo crea no tengo la de Archivos, que se me escapó en su momento y no he podido conseguir). De José Luis Martínez son, pues, estas palabras con que cierra su prólogo:
José Luis Martínez
Porque aprendió a percibir la majestad de lo mínimo, el pasmo de los sentidos, y antes de sacarlo a la luz, lo hizo arder junto con sus huesos, creó una mitología del mundo provinciano, una imagen cordial de la patria y una vertiginosa geografía de las pasiones y de la sensibilidad. Por ello, la obra literaria de Ramón López Velarde es una lección de autenticidad espiritual y de curiosidad y búsqueda incesantes que nos enseñó el conocimiento por el amor y abrió el camino de otra edad poética.