(Sergio Pitol recibe Condecoración de Isabel la Católica)
Edgar Díaz Yañez
Aquello que da unidad a mi
existencia es la literatura;
todo lo vivido, pensado, añorado,
imaginado está contenido en ella.
más que un espejo es una radiografía:
es el sueño de lo real.
Sergio Pitol.
Amanece el 21 de junio con la noticia de que Sergio Pitol recibió de manos del embajador de España en México, Manuel Alabart Fernández-Cavada, la distinción de Condecoración de Isabel la Católica en grado de Encomienda, esto «por su trascendencia y aportes en el ámbito cultural e intelectual del país» Fue un acto celebrado en la residencia de la embajada española.
Amanece el 21 de junio con un reconocimiento para Sergio Pitol, un reconocimiento, instituido en 1815 por el rey Fernando VII, que busca premiar a españoles y extranjeros que trabajen con eficacia y dedicación para el fortalecimiento de las relaciones entre España y México para el progreso de ambas naciones:
«Personas que le han dedicado a esta labor, no uno sino muchos años de vida. Vidas que han atravesado muchas vicisitudes. Ése es el caso de hoy, por eso me siento feliz de honrar a cinco personas, que han demostrado un gran amor a España desde el profundo amor a su propio país, a México»
Palabras del embajador de España en México un día antes de que amaneciéramos con la noticia que hoy nos concierne.
Amanece el 21 de junio con cinco galardonados mexicanos: José María Muría Rouret, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia; Jesús Alejandro Cravioto Lebrija, secretario de Cultura de Jalisco; María Elisa García Barragán, especialista del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM; José Ignacio Madrazo, diplomático, y, por supuesto, Sergio Pitol.
Pitol, como es de todos sabido, al menos por los que siguen la literatura y la cultura, nació en Puebla, la otrora Ciudad de los Ángeles, en el año de 1933, un 18 de marzo, veracruzano por convicción. También es de todos sabido que se licenció en Derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México; que el gusto de la lectura le fue inculcado por su abuela, cuando él era muy joven, casi un niño; que sus principales influencias han sido Borges y Faulkner; que es narrador, ensayista, autor de críticas y notas periodísticas, traductor, y un largo etcétera. También es sabido que en 1960 inició una carrera diplomática que le permitió desempeñarse como agregado y consejero cultural en Belgrado, Varsovia, Roma, Beijing, París, Budapest, Moscú y Barcelona. Es de todos sabido que su recorrido intelectual ha sido más que meramente reconocida –Premio Nacional de Novela México (1973), premio Xavier Villaurrutia (1981), Premio Nacional de Literatura de México (1983), Premio Nacional de las Artes y las Letras de México (1994), Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe, Juan Rulfo, de la Feria Iinternacional del Libro (1999), y el Premio Cervantes (2005) entre muchos más-. Es de todos sabido que gracias al premio Cervantes comparte lugar con algunos de los más grandes escritores: Alejo Carpentier, Dámaso Alonso, Borges –el otrora primera mitad Honorato Bustos Domecq-, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Rafael Alberti, Adolfo Bioy Casares –el otrora segunda mitad Honorato Bustos Domecq-, Gonzalo Rojas, Ana María Matute, José Emilio Pacheco y un finito pero enorme etcétera. Es de todos sabido que Pitol ama no sólo la escritura sino igual o más aquella «extensión de la memoria y de la imaginación»: el libro -en palabras de Pitol: “Sin él (el libro), evidentemente, ninguna cultura sería posible. Desaparecería la historia y nuestro futuro se cubriría de nubarrones siniestros. Quienes odian los libros también odian la vida”-. Es de todos sabido que la generación de Pitol, tal y como él lo dice, “se alimentó con los clásicos españoles, que también son los nuestros”, así es que no es de extrañarse que se le haya reconocido con el premio Cervantes y luego con la Condecoración Isabel la Católica.
Es de todos sabido que Pitol reconoce haber sido tres escritores: El primero fue el que comenzó a escribir bajo la tutela de Faulkner –decir bajo la sombra me parece arriesgado-; “El segundo escritor retoma al joven sano, porque el milagro se hizo y ya, a los dieciséis años, yo estaba perfectamente bien […] Y el tercer escritor, de cincuenta años, abandona las historias de mexicanos en el extranjero que entretuvieron al segundo y entonces vienen las novelas de mi etapa de madurez”.
Es de todos sabido que “releer a un gran autor nos enseña todo lo que hemos perdido la vez que lo descubrimos” por lo que tenemos que releer a Sergio Pitol. «Y me doy cuenta que quien no ha releído a Reyes no lo ha leído». Cuando se relee se encuentra uno con que es otro libro el que releemos, siempre es diferente un libro cuando se relee, siempre será un Pitol distinto el que nos encontremos cuando lo releamos.
Es de todos sabido que El desfile del amor, Domar a la Divina Garza, y La vida conyugal, “una trilogía novelística más próxima al carnaval que a cualquier otro rito”, fueron escritas por Pitol “como homenaje tácito o expreso a algunos de mis dioses tutelares: Nikolai Gogol, H. Bustos Domecq y Witold Gombrowicz”.
¿Qué podríamos decir de Sergio Pitol que no sea por todos sabido? Acaso nada y al mismo tiempo todo, porque “En mi experiencia personal, la inspiración es el fruto más delicado de la memoria”, y es que como Joseph Conrad dice, y que Pitol hace la sentencia suya: «La tarea que me he propuesto realizar a través de la palabra escrita es hacer oír, hacer sentir y, sobre todo, hacer ver. Sólo y todo eso».
Una cosa es cierta, Sergio Pitol es el Mago de España, y es de todos sabido que él junto a otros grandes de las Letras mexicanas ha abierto una puerta que muy difícilmente podrá cerrarse y por donde pasará, acaso y gracias a este tipo de maestros, un siguiente Mago. Sólo que esta vez será, acaso, un Mago de Estocolmo.