Un legado del exilio español
La educación es un adorno en la prosperidad,
y un refugio en la adversidad.
Aristóteles
El pasado 20 de junio, en ocasión de la conmemoración del Día Mundial del Refugiado, el silencio oficial del calderonismo patentizó, una vez más, su repudio a una de las políticas más sólidas y emblemáticas de nuestro país: el asilo político. Esta arraigada vocación política registró su hito durante la administración del general Lázaro Cárdenas del Río con la apertura del país a todos los perseguidos políticos de una Europa convulsa en ese proceso de exterminio y de exclusión que anticipó la Guerra Civil Española y magnificó la II Guerra Mundial.
Por décadas, México fue país-refugio por antonomasia y hasta nuestra nación llegaron hombres y mujeres procedentes de las más diversas latitudes expulsados de sus países por la violencia criminal que se ceñía sobre la libertad, la igualdad social y la justicia.
Los años setentas fueron testigo del arribo de chilenos, argentinos, haitianos, bolivianos e infinidad de centroamericanos que huían de atroces realidades construidas por ejércitos clasistas y ávidos de poder y exterminio alentados por los perversos intereses de los Estados Unidos a fin de aniquilar el comunismo.
El nuevo siglo asestó un severo golpe a la proverbial tradición de asilo del gobierno mexicano con la llegada de la mal llamada transición democrática, retroceso ideológico que facilitó la llegada de un gobierno de derecha, contrario al respeto a la libertad en todas sus acepciones y que consideró la política de asilo legada por Cárdenas como un obstáculo a su planes entreguistas, y a la que mancilló con la ilegal entrega al Estado español de asilados de ETA refugiados en nuestro país.
Si con Fox se inició la debacle de nuestra política exterior, con Calderón se ha llegado a límites inmorales e ilegales, como lo patentiza el manto de impunidad con el que se cubrió a Cecilia Romero, titular del Instituto Nacional de Migración, responsable de la masacre de San Fernando y de todos los asesinatos y violaciones a los derechos de los migrantes en tránsito por nuestro país que sucumbieron a la violencia delincuencia con su irresponsable y omisa actitud.
Esta ex funcionaria —hoy refugiada en la Secretaría General de Acción Nacional— carga sobre su conciencia el secuestro e ilegal entrega del doctor Miguel Angel Beltrán Villegas —prestigioso académico colombiano quien realizaba un doctorado en la UNAM—, alevosa e ilegalmente entregado al gobierno de Colombia, bajo la acusación del ex presidente Alvaro Uribe de ser un enlace de las FARC.
Tras dos años de juicio, la justicia colombiana otorgó la total libertad a Beltrán ante la nula acreditación de la fiscalía sobre el delito imputado, con lo que la artera orden de Romero, además de rubricar la ilegalidad e impunidad de la administración de Calderón, patentiza el abandono de la tradicional política mexicana de asilo.
Pese a estas repudiables prácticas y políticas antagónicas al espíritu de la nación, el agradecimiento de estos millones de hombres y mujeres que encontraron refugio en nuestro país, se encuentra presente en muy diversas formas, entre ellas en la educación, derecho fundamental que en México —gracias a perversos acuerdos entre la derecha gobernante y Elba Esther Gordillo— se halla secuestrada por la poderosa organización sindical que comanda la Maestra.
Afortunadamente, el legado educativo de los exilios sigue vigente en universidades, en prestigiosas instituciones académicas, como El Colegio de México o el Colegio Madrid, fundado éste hace 70 años, el 21 de junio de 1941, y heredero del sistema impulsado por el instituto-escuela de la II República Española, cuya ideología y pedagogía ha brindado una educación de excelencia a la múltiples generaciones de estudiantes que ahí aprendimos a prepararnos para resolver de forma integral e íntegra los asuntos de la patria.
Gracias a la firmeza cardenista y a la convicción de maestros y maestras —a quienes el General siempre reconoció su aporte al sistema educativo mexicano—, el Colegio Madrid patentiza la máxima aristotélica de haber hecho de la educación un refugio en la adversidad y una escuela para la vida.