Javier Sicilia y Patricia Gutiérrez-Otero
Atravesar el Norte del país, escuchar interminables y únicos testimonios del dolor que corre a través de nuestra tierra; llorar con todos ellos; apenas dormir en algunos lugares: en un colegio, en un auditorio, en una plaza, envueltos en cobijas y en sleeping bags, llenos de frío y del interminable e insoportable roncar del vecino. Viajar, medio dormir, escuchar, llorar; escuchar al otro y a uno mismo. Tener el corazón partío. Estar en un viaje que uno no previó, que nos cayó encima. Tomar decisiones, pensar, sentir y revivir el dolor de un hijo torturado, como tantos otros en nuestro país; llorar por todos aquellos, hasta por los verdugos, que han olvidado el dolor del otro y de cuyo dolor nunca fuimos solidarios, los ignoramos. Volverse figura emblemática, cuando la indignación nos impregna. No es fácil sobreponerse al dolor si no es porque uno escucha dolores iguales o peores y puede llorar con todos ellos. Las lágrimas están a flor de piel. Los recuerdos, las luchas por echar a andar a un hijo, sus primeros años, la difícil adolescencia, el insistir en que tenga conciencia. Y el llanto de tantas madres por hijos, hermanos, compañeros, parientes, amigos… No es fácil sobreponerse al dolor sin la presencia de tantos amigas y amigos que no nos han dejado solos, que han caminado y viajado. Gracias Pietro, gracias Jean, Marcela, Paco, Roberto, Rocato… y todos y todas. Gracias, amigas y amigos, sin ustedes no estaríamos en este entramado y en esta dolorosa marcha.
Si cada uno entrara en sí mismo y viendo al otro se pudiera ver, las cosas cambiarían. ¡Tememos tanto por nuestro nivel socio-económico que no queremos ver el sufrimiento del otro que es también el nuestro! Nos hemos vuelto animalitos del miedo. Señores magnates, señores burócratas del más alto rango, grandes empresarios, pequeños empresarios, señores empleados de todo rango; amigos, amigas, ¿qué podemos hacer para que todos tengamos una buena vida? Una vida buena en la que gocemos el hecho de ser seres humanos. En que usemos las herramientas que la humanidad ha alcanzado de una manera fértil y limitada.
Las decisiones son de todos y todas. Sí cabemos en el mundo, pero hay que repensar nuestro concepto de una vida buena.
Estamos en el mismo juego en el que si uno pierde, todos perdemos. No hay salida, sino la solidaridad, junto con la vida espiritual. En esta vida, nada es perfecto, “hacemos camino al andar”. Por eso, escuchar el dolor conlleva un compromiso de no evadirlo y estar con los dolorosos.
Además, opinamos que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés y a todos nuestros amigos y amigas indígenas; revisar el Tratado de Libre Comercio firmado con Canadá y Estados Unidos de América y, si es necesario, revocarlo; no aceptar la explotación minera que no acepta ni tradiciones ni seguridad mínima; investigar los feminicidios de Juárez y de toda la República…