Sus integrantes debieran ser, antes, magistrados de circuito

 

La última vez que visité una librería en los Estados Unidos, ya sabía lo que quería buscar. Me explico: no había pasado mucho tiempo de la elección presidencial en que Bush le ganó por puntos a Gore. El asunto llegó a la Suprema Corte Norteamericana en que por 5 votos contra 4 ganó el candidato tejano.

Las discusiones de los ministros, según trascendió, fueron agrias y provocaron, entre ellos, disgustos serios, que después procuraron superar.

Pues bien, el abogado de Gore, Alan Dershowitz, maestro destacado de Harvard, dijo: —Los ministros son unos ladrones, le robaron la elección a Gore.

A esto contestó uno de los ministros que no había ningún motivo político en la resolución de la Corte, y el maestro Dershowitz al enterarse, comentó a la prensa:  —Además de ladrones, son mentirosos.

En México, el Senado de la República se lleva a cabo un proceso de confirmación sobre los candidatos a ministros que envía el presidente.

El presidente, conforme a una deplorable disposición constitucional, tiene que presentar una terna. Siempre esperamos que los integrantes de esas ternas —que deberán examinar los senadores— sean abogados destacados, con personalidades inobjetables.

El sistema de nombramiento es producto de las reformas a la Constitución de 1995. Antes de esas reformas, los presidentes enviaban el nombre de una sola persona y se trataba, por lo general, de un amigo o de alguien recomendado por un amigo del señor presidente.

Pues bien, había un importante abogado de un segundo nivel en el Ejecutivo federal, ex gobernador, en fin, un político-político, como suele decirse de alguien de relevancia en el gobierno. Y ese abogado fue propuesto y desde luego electo por el Senado.

Yo era —si mal no recuerdo, hace tantos años de eso— juez de distrito en la ciudad de México, y un día, junto con otros jueces, fui a la Suprema Corte de Justicia a saludar al nuevo señor ministro.

El flamante ministro nos recibió de inmediato y habiendo pasado a su privado —así se le llama al Santa Santorum donde un ministro despacha— en medio de una sabrosa plática, abrió la puerta la secretaria del ministro y le dijo:

—Señor, le habla su compadre Fulanito, para felicitarlo por su nuevo cargo

El señor ministro hizo un gesto de fastidio y le reclamó que lo molestara cuando estaba hablando con los señores jueces, pero, en fin, tomó el teléfono y escuchamos, claro, sólo parte de la conversación, lo que el ministro decía:

—Gracias, gracias, compadre, pero no, fíjate que me chingaron en realidad. Me chingaron, yo no quería estar aquí.

Nunca he olvidado las palabras de ese buen hombre. Precisamente por esos días, se jubiló otro ministro que después de una carrera en la judicatura local, fue electo por el Senado y pasó más de diez años en la Corte.

Estuvimos algunos jueces en su discurso de despedida en el tribunal pleno, y después, junto con uno de sus compañeros de sala, lo acompañamos hasta su automóvil. Nos dio un abrazo y se despidió.

Los jueces acompañamos al ministro que lo despidió en el estacionamiento hasta su privado, y en el camino dijo una de esas frases que hacen historia:

—Lástima que se va, porque ya había comenzado a entender el trabajo que hacemos en la Corte.

Creo que para ocupar el cargo de ministro de la Corte, el presidente de la república debe proponer a magistrados de circuito. Un juez y sobre todo un juez de la Corte no se hace de la noche a la mañana. No se nace siendo juez. Se requieren años de preparación y sólida cultura. La jurisprudencia y el sistema del juicio de amparo son muy complicados y ha habido algunos ministros que a pesar de largos años en ello, nunca, pero nunca, aprendieron ni entendieron. Eran abogados destacados, pero no en lo que se necesita conocer. También hubo notables excepciones a la regla general.

Se ha dicho que la única forma de aprender a ser ministro es siéndolo y que no hay otra manera ni otro camino.

No se puede llegar a la Corte con la idea de aprender amparo y constitucional en el cargo de ministro. O bien, con la idea de que se llega a la Corte para enseñar a los ministros, llevando “aire fresco” al antiguo tribunal y conocimientos jurídicos a los restantes ministros. Sí, eso resulta en algunos casos, en otros no.

El cargo de ministro es tan elevado que, me decía uno de ellos para el que trabajé de proyectista, agrava y magnifica o crea malos instintos, por ejemplo, si se es soberbio, la pedantería llega a ser insoportable, se consideran infalibles.

Al señor presidente debe dársele una gran libertad para elegir a los miembros del gabinete, porque ellos deben trabajar para y por él. El que se llame a los secretarios de Estado como aliados personales del titular del Ejecutivo, debe considerarse fundamental para formar parte del gabinete, pero los ministros no debe suponerse que son “los hombres del presidente”; deben ser tan independientes del presidente como deben serlo del Senado.

Existen en nuestro país tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El Ejecutivo y el Legislativo tienen como finalidad el orden, la seguridad, la eficiencia dentro y fuera del país. Los ministros no deben tener las mismas finalidades que los otros poderes, sino ajustar su conducta a la Constitución y a las leyes, sin importar otra cosa, sin tener otra consideración, sin ser obsecuentes con los otros dos poderes.